Postmodernitat: els herois estan cansats.
Manifestación artística del posmodernismo: la vanguardia ha llegado al
final, se ha estancado en la repetición y substituye la Invención por la pura y
simple inflación. Los años sesenta son el saque del posmodernismo: a pesar de
su agitación, «no han realizado ninguna revolución en el ámbito de la forma
estética», a excepción de algunas innovaciones en la novela. En otros ámbitos
el arte imita las innovaciones del pasado, añadiéndose más violencia, crueldad
y ruido. Para D. Bell el arte pierde
entonces toda mesura, niega definitivamente las fronteras del arte y de la
vida, rechaza la distancia entre el espectador y el acontecimiento, al acecho
del efecto inmediato (lecciones, happenings,
Living theatre). Los años sesenta
quieren «reencontrar las raíces primitivas de la impulsión» ; una sensibilidad
irracionalista se expande exigiendo sensaciones cada vez más fuertes, impactos
y emociones a la manera de Body art y
de los espectáculos rituales de H.
Nietzsch. Los artistas rechazan la disciplina del oficio, tienen lo
«natural» por ideal, así como la espontaneidad, y se dedican a una
improvisación acelerada (Ginsberg, Keruac). La literatura adopta como tema
privilegiado la locura, las inmundicias, la degradación moral y sexual
(Burroughs, Guyotat, Selbv, Mailer): «la nueva sensibilidad es una revancha de
los sentidos contra el espíritu», todas las sujeciones son abandonadas en
vistas a una libertad orgiástica y obscena, en vistas a una glorificación
instintiva de la personalidad. El posmodernismo es sólo otra palabra para
significar la decadencia moral y estética de nuestro tiempo. Una idea que por
lo demás no tiene nada de original, ya escribía H. Read a principios de los años cincuenta: «La obra de los jóvenes
no es más que el reflejo atrasado de las explosiones de treinta o cuarenta años
atrás».
Decir que la vanguardia es estéril desde 1930 es probablemente un juicio
exagerado, inaceptable, al que sería demasiado fácil oponer varios creadores y
movimientos ricos en originalidad. Así, y sea cual sea la exageración de lo
dicho, desencadena, especialmente en nuestros días, un auténtico problema
sociológico y estético. Pues en conjunto las rupturas se hacen cada vez más
raras, la impresión de déjá-vu gana
sobre la de novedad, los cambios son monótonos, ya no se tiene la sensación de
vivir un período revolucionario. Esa caída tendencial del índice de creatividad
de las vanguardias coincide con la propia dificultad de presentarse como
vanguardia: «la moda de los "ismos" pasó», los manifiestos
rimbombantes de principios de siglo, las grandes provocaciones ya no se llevan.
Agotamiento de la vanguardia; ello no significa que el arte haya muerto, que
los artistas hayan perdido la imaginación, ni que las obras más interesantes se
han desplazado, ya no buscan la invención de lenguajes en ruptura, son más bien
«subjetivas», artesanales u obsesivas y abandonan la búsqueda pura de lo nuevo.
Como los discursos revolucionarios duros o el terrorismo político, la
vanguardia gira en el vacío, los experimentos prosiguen pero con resultados
pobres, idénticos o secundarios, las fronteras transgredidas Io son de manera
infinitesimal, el arte conoce su fase depresiva. A pesar de algunas
proclamaciones vanas, la revolución permanente ya no encuentra su modelo en el
arte. Basta ver algunas películas «experimentales» para convencerse:
indiscutiblemente se salen del circuito comercial y de la
narración-representación, pero para caer en la discontinuidad por la
discontinuidad, en el extremismo de los planos-secuencia donde todo permanece
inmóvil, en la experimentación no como investigación sino como procedimiento.
J.-M. Straub filma hasta la saciedad la misma carretera monótona. A. Warhol ya
había filmado a un hombre durmiendo durante seis horas y media y el Empire
State Building durante ocho horas, siendo la duración de la película la misma
que el tiempo real. «Readv-made cinematográfico», se dijo; con la diferencia de
que el gesto de Duchamp tenía mayor nivel, subvertía la noción de obra, de
trabajo y de emoción artística. Volver a empezar sesenta años después, con más
duración pero menos humor, la operación del urinario, es el signo del
desconcierto, de la desubstancialización de la vanguardia. De hecho hay más
experimentación, sorpresa, audacia en el walkman, los videojuegos, el
windsurfing, las películas comerciales espectaculares que en todas las
películas de vanguardia y todas las desconstrucciones «Tel queliennes» del
relato y del lenguaje. La situación posmoderna: el arte ya no es un vector
revolucionario, pierde su estatuto de pionero y de desbrozador, se agota en un
extremismo esterotipado, aquí también como en otras partes los héroes están
cansados. (…)
El posmodernismo no tiene por objeto ni la destrucción de las formas
modernas ni el resurgimiento del pasado, sino la coexistencia pacífica de
estilos, el descríspamíento de la oposición tradición-modernidad, el fin de la
antinomia localinternacional, la desestabilización de los compromisos rígidos
por la figuración o la abstracción, en resumen el relajamiento del espacio
artístico paralelamente a una sociedad en que las ideologías duras ya no
entran, donde las instituciones buscan la opción y la participación, donde
papeles e identidades se confunden, donde el individuo es flotante y tolerante.
Resulta demasiado reductor reconocer ahí la eterna estrategia del capital ávido
de comercialización rápida o incluso una forma de «nihilismo pasivo» como ha
escrito un crítico contemporáneo. El posmodernismo es el registro y la
manifestación del proceso de personalización que, incompatible con todas las
formas de exclusión y de dirigismo, sustituye por la libre elección la
autoridad de las sujeciones preestablecidas, por el cóctel fantasioso la
rigidez de la «justa línea». El interés del posmodernismo reside en el hecho de
que explícita que el arte moderno, que fue no obstante el primero en adoptar el
orden de las lógicas abiertas, era todavía tributario de una era dirigista por
el hecho de enarbolar valores vanguardistas que apuntaban únicamente al futuro.
El arte moderno era una formación de compromiso, un ser «contradictorio» hecho
de «terrorismo» futurista y de personalización flexible. El posmodernismo tiene
por ambición resolver ese antagonismo liberando el arte de su marco
disciplinario-vanguardista, instituyendo obras regidas únicamente por el
proceso de personalización. De este modo el posmodernismo obedece al mismo
destino que nuestras sociedades abiertas, posrevolucionarias, cuyo objetivo es
aumentar sin cesar las posibilidades individuales de elección y de combinaciones.
Al substituir por la exclusión la inclusión, al legitimar todos los estilos de
todas las épocas, la libertad creadora ya no ha de plegarse al estilo
internacional, sus fuentes de inspiración, sus juegos de combinaciones aumentan
indefinidamente: «El eclecticismo es la tendencia natural de una cultura libre
en sus elecciones.» A principios de
siglo, el arte era revolucionario y la sociedad conservadora; esa situación se
fue invirtiendo con el anquilosamiento de la vanguardia y los transtornos de la
sociedad engendrados por el proceso de personalización. En la actualidad la
sociedad, las costumbres, el mismo individuo se cambian más deprisa, más
profundamente que la vanguardia: el posmodernismo es la tentativa de insuflar
un nuevo dinamismo al arte suavizando y multiplicando sus reglas de
funcionamiento, a imagen y semejanza de una sociedad flexible, opcional, que
reduce las relegaciones (pàgs. 119-123).
Gilles Lipovetsky, La era del
vacío, Anagrama, Barna 1986
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