Sobre els mètodes de coneixement.
Un breve ensayo sobre los métodos del conocimiento.
0. Introducción
Cuando alguien señala con su dedo a una cosa tan solo los
papanatas miran al dedo y olvidan lo que este apuntaba. Sin embargo, esto es lo
que sucede diariamente a todos los humanos: confundimos el mensajero con el
mensaje, el lenguaje con lo existente, el modelo con la realidad. Pero es
cierto que es lícito preguntarse por los mecanismos de este error, puesto
que... ¿qué es la realidad y cómo la conocemos? A pesar de nuestros intentos, los
seres humanos no conseguimos aprehender lo real, tan solo diseñamos lenguajes y
fórmulas simbólicas propias a los mismos que parecen captar lo que en realidad
existe o incluso lo que ya no existe pero una vez fue, hablemos de
pre-homínidos o partículas elementales de segunda generación. Y la razón de tal
dicotomía entre lo estudiado y lo supuestamente conocido es múltiple:
a) para empezar, las limitaciones cognitivas que nos
permiten conocer. En primer lugar fue la realidad que los sentidos nos
permitían conocer; en segundo lugar, las limitaciones teóricas y estructurales
de un lenguaje pusilánime y abonado a lo sobrenatural que fue remitiendo a base
de silogismo y espíritu crítico; en tercer lugar, la imposibilidad humana para
procesar coherentemente datos obtenidos más allá de nuestros sentidos (por
gracia de instrumentaciones varias) o más allá de nuestra capacidad mental
(dada la ingente cantidad y complejidad de los mismos). La externalización
epistemológica ha conducido a los humanos a una suerte de paradojas cognitivas
que han ahondado todavía más en la brecha de lo cognoscible, justamente cuando
pensábamos que podíamos abarcar lo sabido.
b) en segundo lugar, la multiplicidad de lo existente, de
lo cual tan solo captamos una o alguna de sus caras. No hay cosa en sí más allá
de la imaginación, de la intuición realista, puesto que tan solo podemos
preguntar una cosa cada vez. El ser humano puede estudiarse por sus partículas
físicas elementales, las moléculas que lo configuran, los órganos que lo sostienen,
la mente que lo piensa, las interacciones con sus congéneres próximos, el
comportamiento de masas de los mismos, su actividad como especie... todos y
cada uno de esos niveles existen al mismo tiempo, pero nosotros únicamente
podemos tratar con alguno de los mismos en un preciso instante. De cualquier
otra manera simplemente sería imposible. Fragmentar, delimitar para conocer. No
importa la interdisciplinariedad, siempre tejemos saberes al tiempo que
elegimos los vacíos que los delimitan. Nuestros propios límites permitieron
deshilachar lo real para crear madejas de conocimiento con los que tejer
ámbitos de sentido.
1. Sobre los
motivos y las características del saber
Aunque el Estagirita acertó más por intuición que por
conocimiento sólido, es cierto que el ser humano desea conocer. La neurología
contemporánea ha permitido demostrar la innata necesidad de saber, la
plasticidad atemporal de nuestros cerebros, la curiosidad por descubrir, por
aprender. Lo curioso es que hasta hace muy poco los pensadores no repararon en
el contexto ecológico que rodea a lo cognoscitivo. Sabemos desde ciertas
estructuras corporales y mentales que delimitan lo que podemos percibir, al
tiempo que las herramientas culturales amplían y modifican estos procesos.
Pero, sin embargo, no conocemos cualquier cosa, ni lo mismo ha constituido el
objetivo de los esfuerzos por conocer a lo largo de la historia a lo ancho de
la geografía humana. Cuerpos, mentes y sociedades presionan en niveles
distintos por descubrir aquello digno de ser estudiado, aquello que ratificar o
descubrir, el proceso para catapultar el cambio o soslayar el conflicto en
ciernes. El sentido del mundo y de lo existente, incluidos nosotros mismos,
parece haber sido el motor que ha mantenido este proceder toda vez se superan
las incertidumbres de la mera supervivencia. Sin embargo, aquí estamos, en
pleno siglo XXI luchando por los recursos energéticos, las producciones
alimentarias, los recursos naturales y los telómeros que nos llevarán o no
hacia la inmortalidad, sin olvidar toda suerte de cachivaches tecnológicos que
camuflan la simplicidad de lo vivo bajo la continua y desproporcionada
avalancha de datos (ir)relevantes.
2. Delimitando:
los métodos intersubjetivos
Como todo epistemólogo he invertido muchos años, de hecho todos los que recuerdo en tanto que profesional e incluso amateur del estudio sobre el saber, en intentar entender cómo los seres humanos conocen o dicen conocer el mundo, intentando establecer categorías de pureza o perfección que permitieran delimitar los métodos buenos de los malos. Para el alquimista epistemológico, el santo grial es el método. Me adoctrinaron en el método científico, en el cual todavía creo a pesar de haber descubierto que no existe como tal, que cada época y cada disciplina ha tenido sus formas de conocer y que lo que denominamos 'objetivo' es un espejismo temporal, un puente sobre el que pasar para llegar a otro abismo sobre el cual tender otros puentes. Este descubrimiento conduce al horror vacui de todo filósofo que se jacte de tener buena casta: el subjetivismo. Este anihila todo discurso, toda posibilidad de entender el mundo y a nosotros mismos tratando de entenderlo. Los bucles semánticos se ahogan en sí mismos, sin conducirnos a una pista que permita entender el manto azulado de nuestro planeta y a los seres que se esconden bajo el mismo. Sin embargo, la historia de los saberes de nuestra especie, incluso la de las ciencias más duras (o resabiadas) de los últimos siglos o incluso decenios nos arroja pruebas ineludibles: vanitas vanitatis, la soberbia de la afirmación tan solo encuentra contradicción u olvido. Los éxitos del ayer son los fracasos de nuestro ahora, recogidos anecdóticamente en manuales eruditísimos. Por ello, debemos aceptar con grandes reparos el conocimiento como un proceso social e intersubjetivo, en el que se construyen e hilvanan los conceptos, hipótesis y teorías que dan sentido a lo que puede tenerlo. Incluso esto último, el límite del reducto que el sentido puede iluminar, varía en función de lo que uno crea. Simplemente.
3. Los métodos de
las ciencias
Ante lo expuesto, queda claro que no hay un método para las ciencias. De hecho no existe la ciencia como actividad unificada y hegemónica: existen miríadas de aproximaciones, de metodologías, de sistemas para capturar, procesar y explicar un fragmento de lo real. Mi insaciable curiosidad y falta suicida de desaliento ante el conocer hace que me pregunte en qué coinciden astrónomos con antropólogos, arqueólogos, matemáticos, médicos, sociólogos, físicos, psicólogos... Pero no tan solo sucede esto con distintas disciplinas, sino que también dentro de una misma disciplina existen variedades amplias en lo concerniente a la metodología. Pongamos por caso a la biología: genetistas, zoólogos o bioestadísticos comparten tan solo el interés por lo vivo, aunque sus métodos difieren profundamente al mismo tiempo que comparten ciertos elementos.
En consecuencia, debemos afirmar que no existe la
ciencia, sino las ciencias, y que a cada una de ellas le corresponde alguna
variación de los diversos métodos mediante los cuales los seres humanos que
denominamos 'científicos' producen conocimiento. Los padres fundadores de la
filosofía de la ciencia obviaron tales datos para encerrarse en torres de
marfil epistemológicas desde las que juzgar sin ser escuchados. Esta locura
abrazó por completo la disciplina, abandonada a sus aberraciones
contemporaneistas, occidentalistas, estructuralistas y lógico-semánticas, sin
tener en cuenta la realidad que los envolvía. De hecho, los filósofos más
ortodoxos no se dan cuenta de que si fuera cierta su visión de lo genuinamente
científico, su propia actividad filosófica devendría por lo tanto irrelevante y
falta de rigor científico. Ni confirmacionismo, ni falsacionismo, tan solo
tradiciones que evolucionan usando aquello que les parece más útil:
experimentos de laboratorio, entrevistas, estudios clínicos (de cohorte, de
control, transversales, longitudinales, de doble generación, de doble ciego,
prospectivos, retrospectivos...), análisis bayesianos/frecuentistas
clásicos/fisherianos, simulaciones computacionales, Gedankenexperimenten,
observaciones de campo, sistemas expertos asistentes, intuiciones, cliometrías,
emulaciones computacionales, pruebas automatizadas y un largo etcétera matizado
por las múltiples versiones de ciencia pública o privada conforman un conjunto
amplio y dinámico de metodologías inductivas, deductivas, abductivas, oníricas
e incluso cognitivamente emotivas (por no continuar en otro largo listado de
los modos genéricos de obtener o procesar la información). Y los resultados son
escritos siguiendo pautas académicas bastante dispares en organización,
vocabulario, extensión o criterio cuantitativo/cualitativo. Pensemos en la
revisión interpares y sus múltiples paradojas, aparte de su inexistencia en
muchos entornos científicos. Lo que en una disciplina científica parece
revestido de la máxima solidez empírica es un marasmo estadísticamente no
significativo para otra.
En consecuencia, pretender que todos los individuos que
conforman las sociedades científicas forman por lo tanto parte de un mismo
proyecto epistemológico es una sandez, un delirio trasnochado de filósofos
todavía más inútiles. Es fácil seguir la senda de lo marcado, la academia
respalda esto a pesar del énfasis en la innovación: los personajes realmente
innovadores en métodos, instrumentos, ideas o prácticas son siempre puestos
aparte para su evaluación, si no directamente condenados al ostracismo. Ni el
propio éxito o veracidad convence, o si no miremos a Copérnico, Wegener,
Galileo, Boltzmann, Servet, Darwin, Freud, Semmelweis, Mendel, George Zweig o
Masters & Johnson, todos ellos puestos en duda por motivos diversos que
realmente nos ayudan a entender en su complejidad ampliada cómo funcionan las
ciencias. Que conste que constatar esto parece dar alas a un relativismo
sociologizante, pero es necesario admitir la realidad, debemos ser simétricos y
tan neutrales como sea posible en nuestros estudios. No podemos decir que la
academia se rige por criterios objetivos de meritaje y excelencia para luego
plañirnos en que no hemos triunfado por ser hispanos en un mundo dominantemente
anglosajón. La cognición no es un proceso meramente abstracto y secuencial de
cerebros aislados, sino que más bien algo que se produce tanto en las mentes
individuales ayudadas por soportes externos como en las acciones coordinadas de
grupos sociales.
4. ¿La naturaleza
de lo científico?
A la vista de lo expuesto nos queda definir si las ciencias son una variable más de fe o de actividades humanas equivalentes a la literatura, la música o la poesía, por poner algunos ejemplos. O si por el contrario estamos ante un abanico de actividades con algo diferente que las convierte en especiales, a las que denominamos científicas. Y bien, aquí debo romper una lanza (vaya arcaísmo retórico) por los estudios sobre las ciencias y la propia naturaleza de las mismas.
Existen diversos puntos que, combinados, definen a las
ciencias en general:
a. El abandono de explicaciones supranaturalistas (nada
de deus ex machina ni acciones directas de entes
(a)morfos).
b. El horror ante explicaciones aisladas: se remite a
cierta sistematicidad, a la coherencia del conjunto relativamente estable de
creencias, las cuales son narradas en códigos simbólicos diferentes (lenguajes
especializados, naturales, matemáticos, informáticos...).
c. La voluntad de crear conceptos asimilables para
cualquier experto (y deben existir diversos que los entiendan antes de darlos
por buenos). Esto implica la comunicación de tales conocimientos (y su
evaluación).
d. La constatación de lo efímero epistemológico (a pesar
de las siempre anquilosadas voces de ciertos autores, normalmente los de más
avanzada edad; por ello, la muerte es un suceso que sanea las ciencias al
acabar con los estabilizadores mayores).
e. La posibilidad de realizar cambios de paradigma.
f. La posibilidad de manipular el mundo físico, mental, o
ambos, que da lugar al éxito económico-tecnológico (frecuentemente de origen
militar) bajo un proceso de fe controlada/moderada en el propio proyecto
científico.
g. Cierto criticismo competitivo que alienta tanto el
fraude como el autocontrol.
h. Una ingenua voluntad de saber más allá incluso del
propio dogma científico actual.
i. Una apertura hacia diversos o nuevos métodos que
permitan explicar las hipótesis de partida. Por ello se ha definido a veces a
los científicos como 'oportunistas epistemológicos'.
j. La capacidad (no directamente deseada ni buscada) de
producir cambios profundos en los modelos culturales que acunan a tales
científicos o disciplinas científicas. Ello redunda en nuevos modelos
científicos.
Hasta cierto punto, lo que realmente caracteriza a las
ciencias es la actitud irreverente ante el conocimiento ya que cada nueva
generación que dispone de libertad para ejercer su profesión (dentro del
sistema político, económico, social que analicemos), busca inexorablemente
llegar a algo nuevo, a iluminar zonas previamente desconocidas, a acabar con
las ideas imperantes que recibieron durante su formación.
5. A modo de
resumen
Este breve ensayo no descubre nada nuevo en las aproximaciones a los estudios de lo científico en lo relativo a sus partes, aunque permite disponer de una visión global, crítica y para nada inocente o reduccionista de las actividades científicas, lo cual no es moco de pavo dado el displicente borreguismo aposentado entre la comunidad filosófica que estudia 'la ciencia' (en singular, para empezar). Dejando de lado todo lo expuesto, que ya es mucho, se continúan publicando cientos de sesudos artículos o monografías sobre los momentos clásicos de la historia de la ciencia (sic... léase: la física desde el Renacimiento hasta nuestros días) sin tener en cuenta el abismo epistemológico que las ciencias de la computación están ejerciendo sobre el conocimiento. Se trata de una profunda revolución tratada tan solo por algunas personas, entre las cuales me incluyo. No por ello desdeño los estudios clásicos, puesto que realmente es necesario revisitarlos cada vez que ampliamos nuestra forma de entender cómo se adquiere el conocimiento, es decir, los modelos de innovación y cambio en la ciencia. Pero es que incluso en el ámbito del pasado, nos planteamos ¿para cuándo estudios serios y actualizados sobre la historia de la ciencia árabe? ¿Y respuestas claras al desafío del puzle de Needham sobre la ciencia china?
Esta revolución a la que he apuntado incluso abriría la
posibilidad de practicar filosofía experimental gracias a computadoras que
permiten realizar simulaciones sobre evolución social o procesos cognitivos,
dos grandes motores del pensamiento (qué hacer y cómo saber). O neurofilosofía,
si recurrimos a otro ámbito tecnológico como los escáneres cerebrales. Sin
embargo, hordas acreditadas de investigadores todavía pacen por los campos
adormilados de la tradición bibliográfica. Citando a gente que cita a más gente
sin acceder a bibliografías primarias que aportan datos fascinantes sobre el
mundo y cómo lo conocemos.
Al fin y al cabo reclamo para la filosofía de la(s)
ciencia)s) lo mismo que para la(s) ciencia(s), y disculpad tanto paréntesis
explanatorio: la curiosidad que permite el cambio, la innovación... y también
el hecho de ser suficientemente hábiles como para no confundir dogmáticamente
el dedo que señala con lo señalado. El matiz no invalida el conjunto, ni lo
desdibuja. Esto es lo que debería preocuparnos para entrar en una nueva era de
análisis de los fenómenos científicos, nuestra razón de ser.
Jordi Vallverdú, ¿Por qué me miras el dedo?, Conocer o morir, Investigació y
Ciencia, 25/08/2014
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