El descrèdit de les democràcies i les seves conseqüències.


(CONTINUACIÓ) Ante el descubrimiento de que los pilares de la hipótesis democrática son ficciones, y debido a la presión de los factores de contexto que acabo de mencionar, las sociedades democráticas han elaborado toda una serie de respuestas de masa, de reacciones instintivas, algunas de las cuales pueden convertirse, en manos de los políticos profesionales, en poderosos instrumentos de convocatoria y de llamada.

La más importante de esas reacciones es el rechazo del principio de representación y de intermediación, y la consiguiente invocación de la democracia directa. El principio de representación, que antiguamente se consideraba intrínseco a la idea de democracia, hoy se ve más bien como una forma de control de acceso a la esfera política, que al mismo tiempo excluye de ella a los electores. En un sistema donde a una persona se le otorga un poder que dura varios años (y que tiende a perpetuarse), se arrinconan y se excluyen las posibles contribuciones de los no-electos. Ello crea inmediatamente una separación entre “ellos” y “nosotros”, entre “sus privilegios” y “nuestras estrecheces”. Por ello, el rechazo de la delegación afecta a todas las estructuras basadas en el principio de representación: parlamentos y asambleas electivas, partidos, personal político y parapolítico, hasta las máximas autoridades del Estado. En este momento me parece que el principal blanco de la desconfianza son los partidos y las asambleas electivas (de los parlamentos nacionales para abajo): los partidos, por ser gerontocráticos, inmutables, corruptos, dirigidos por castas e indiferentes a las necesidades de la gente; las asambleas electivas, por estar formadas por unos miembros que deciden por sí solos su remuneración y sus horarios, que se cooptan, que se reparten prebendas y privilegios...

Esta situación se ha visto exacerbada por el nacimiento de la “democracia digital”, es decir por la utilización de Internet para crear movimientos, promover convocatorias, organizar votaciones, etcétera. Internet, al favorecer la creación de grupos que se pueden ampliar indefinidamente, la facilidad de los contactos entre ellos, el reducido coste de las operaciones, el aparente igualitarismo de sus miembros, ha producido el nacimiento por doquier de entidades de todo tipo, algunas de las cuales se han asomado a la vida política. Uno de los motivos de este fenómeno radica en que crea la ilusión de que uno participa, de que está ahí, de que cuenta en alguna medida.

Este último es el caso italiano, donde el denominado Movimiento 5 Estrellas, creado en Internet, y que aunque nunca había celebrado un congreso, logró llevar a numerosos representantes al Parlamento a raíz de las elecciones de 2013. Los “grillini*” (como se les llama en Italia) votan telemáticamente sobre todos los asuntos, pero nunca se reúnen; consideran que están poniendo en práctica el principio de accesibilidad universal, pero su jefe se autonombró, es materialmente inaccesible, se muestra totalitario en las posturas que adopta, y goza de un cargo a perpetuidad; sus seguidores están convencidos de que son todos iguales, pero carecen de estatutos y pueden ser expulsados en cualquier momento.

Las respuestas de masas que acabo de describir están transmitiendo una terrible vibración a los cimientos de la democracia. Prácticamente todas las ficciones que forman la base de las democracias están mostrando su fragilidad. Por consiguiente, todo el aparato institucional de la democracia se tambalea, como puede advertirse por la crisis general de confianza. Cuando se tambalean las ficciones verdaderas que sustentan un sistema, resulta fácil predecir que ese sistema está a punto de desmoronarse. Un ejemplo es Italia, donde una de las más nefastas contribuciones de Berlusconi a la crisis de la democracia fue la deslegitimación sistemática de la magistratura, que ni siquiera perdonó a las más altas instancias, como el Tribunal de Casación y el Tribunal Constitucional.

Esquematizando mucho, para las próximas décadas hay dos extremos en la escala de los riesgos. Por una parte, la renuncia de los ciudadanos a cualquier forma de participación, y al mismo tiempo el traslado del poder a manos de los grupos de intereses y a los lobbies.

La moraleja de esa situación podría ser: “Dejad que se encarguen ellos; son del oficio”. Ahora bien, la abstención, que va en aumento en toda Europa, demuestra que los que quieren participar no desean hacerlo con estas reglas del juego. Pero con un electorado abstencionista, bastará con un porcentaje mínimo de los votantes para decidir el destino de los países, como se observa desde hace ya mucho tiempo en Estados Unidos.

En el otro extremo está la inestabilidad política permanente. La moraleja de esa posibilidad es: “¡Marchaos todos, y que pase lo que tenga que pasar!”. Es probable que por ese camino acaben llevándonos los motivos económicos, más que los motivos políticos: un colapso económico de grandes dimensiones podría tener precisamente ese resultado.

En ambos casos nos encontraríamos ante la bancarrota de la democracia, es decir un gigantesco desastre, con consecuencias mortíferas incluso para nuestra vida cotidiana. Aunque catastróficos, unos acontecimientos como los que acabo de mencionar no sorprenderían, empero, a los que saben que toda Europa posee una vena totalitaria que sigue estando demasiado viva, lo que impide contemplar con verdadero horror esos posibles escenarios. En el fondo, los fenómenos que he descrito significan que se está terminando “el ciclo democrático de la posguerra”. Desconocemos si en política existen ciclos afines a los económicos, pero podría perfectamente darse el caso. Aunque ninguno de nosotros sea capaz de imaginar lo que podría venir después de un ciclo como el que está tocando a su fin.


Raffaele Simone, Cómo fracasan las democracias, Claves de razón práctica, septiembre/octubre 2014, nº 236

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