El consumo es una estructura abierta y dinámica: desembaraza al individuo
de los lazos de dependencia social y acelera los movimientos de asimilación y
de rechazo, produce individuos flotantes y cinéticos, universaliza los modos de
vida a la vez que permite un máximo de singuilarización de los hombres.
Modernismo del consumo recogido por el proceso de personalización, paralelo en
esto a la vanguardia artística o al psicoanálisis y oponiéndose al modernismo
que prevalece en otras esferas. Eso es el modernismo, un momento histórico
complejo que se ordena alrededor de dos lógicas antinómicas, una rígida,
uniforme, coercitiva, otra flexible, opcional, seductora. Lógica disciplinaria
y jerárquica por una parte: el orden de la producción funciona según una estructura
burocrática estricta apoyada en los principios de la organización científica
del trabajo (
los Principies of scientific management de Taylor datan de
1911); la esfera de lo político tiene un ideal de centralización y de
unificación nacional, la Revolución y la lucha de clases son sus piezas
maestras; los valores consagran el ahorro, el trabajo, el esfuerzo; la
educación es autoritaria y normalizadora; el propio individuo es voluntario,
«intro-determinado». Pero a partir de finales del siglo XIX y de la era del
consumo se han establecido sistemas regidos por otro proceso, flexible, plural,
personalizado. En este sentido puede decirse que la fase moderna de nuestras
sociedades se ha caracterizado por la coexistencia de dos lógicas adversas con
la evidente preeminencia hasta los años cincuenta y sesenta del orden
disciplinario y autoritario. En contrapartida se denomina sociedad posmoderna a
la inversión de esa organización dominante, en el momento en que las sociedades
occidentales tienden cada vez más a rechazar las estructuras uniformes y a
generalizar los sistemas personalizados a base de solicitaciones, opciones,
comunicación, información, descentralización, participación. La edad
posmoderna, en ese sentido, no es en absoluto la edad paroxística libidinal y
pulsional del modernismo; más bien sería al revés, el tiempo posmoderno es la
fase
cool y desencantada del
modernismo, la tendencia a la humanización a medida de la sociedad, el
desarrollo de las estructuras fluidas moduladas en función del individuo y de
sus deseos, la neutralización de los conflictos de clase, la disipación del
imaginario revolucionario, la apatía creciente, la desubstanciación narcisista,
la reinvestidura
cool del pasado. El
posmodernismo es el proceso y el momento histórico en que se opera ese cambio
de tendencia en provecho del proceso de personalización, el cual no cesa de
conquistar nuevas esferas: la educación, la enseñanza, el tiempo libre, el
deporte, la moda, las relaciones humanas y sexuales, la información, los
horarios, el trabajo, siendo este sector, con mucho, el más refractario al
proceso en curso. Es un cambio de tendencia paralelo lo que ha llevado a
D. Bell a hablar de una sociedad
posindustrial, es decir de una sociedad fundada no sobre la producción en serie
de mercancías industriales y sobre la clase obrera sino sobre la primacía del
saber teórico en el desarrollo técnico y económico, en el sector de los
servicios (información, salud, enseñanza, investigación, actividades
culturales, tiempo libre, etc.), sobre la clase especializada de los
«profesionales y técnicos». Sociedad posindustrial, sociedad posmoderna: esos
dos esquemas no se solapan, aunque muestren movimientos de transformación
histórica concomitantes; el primero insiste en la nueva estructura socioprofesional
y en la nueva cara de la economía cuyo corazón es el saber; el segundo, tal
como nosotros lo empleamos, no se limita, como para
D. Bell, al campo cultural sino que insiste, al contrario, sobre
los efectos y la extensión de un nuevo modo de socialización, el proceso de
personalización que atraviesa poco o mucho todos los sectores de nuestras
sociedades (pàgs. 112-13).
Gilles Lipovetsky, La era del
vacío, Anagrama, Barna 1986
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