La manca de realisme dels realistes.
Cuando alguien dispone de una relación privilegiada con la realidad en
comparación con el resto de los mortales, la prudencia aconseja ponerse a
resguardo porque tarde o temprano te agredirá con ella. Algo así nos
pasaba con un compañero de otra facultad que intentaba poner punto final
a las discusiones advirtiendo que, para que dejáramos de decir
tonterías, nos daría un dato... y los demás entendíamos que nos iba a
dar con un dato.
Pocos pensadores han desmontado mejor que Gianni Vattimo esta
aristocracia de los realistas. Su idea de que la experiencia de la
verdad es un asunto de interpretación es menos una constatación de
hechos que una afirmación de voluntad política: la crítica del
objetivismo es lo que permite poner en circulación una comunidad
democrática de los intérpretes. La hermenéutica es un asunto democrático
en la medida en que se revuelve contra la pasividad frente a una
realidad entendida como algo que no tiene nada que ver con el despliegue
de nuestra libertad. El proyecto de Heidegger era precisamente salir de
la metafísica objetivista porque la sentía como una amenaza para la
libertad y proyectualidad constitutiva de la existencia humana.
El pensamiento débil observa incólume el enredo en el que se meten los
antirrelativistas, que suelen equivocarse de problema, lo que para un
filósofo es siempre la peor de las equivocaciones. Los antirrelativistas
consideran que esto es un problema teórico, como si toda una cultura se
hubiera olvidado inexplicablemente del principio de no contradicción,
cuando se trata más bien de un problema práctico, de convivencia
democrática, que resulta imposible si los sujetos creen que pueden
hablar desde ningún lado, protegidos frente a cualquier forma limitante
de historicidad.
En este libro de madurez y síntesis (De la realidad. Fines de la filosofía. Herder. Barcelona, 2013) se despliegan sus tesis originarias,
pero matizadas gracias al efecto benéfico que sobre cualquier teoría
ejercen los malentendidos a los que da lugar y las críticas que se le
oponen. Pocos equívocos parecen irritar más a Vattimo que la confusión
de la hermenéutica con un perspectivismo irenista, ontología ilusionista
o esteticismo virtual, y por ello subraya que el juego de las
interpretaciones no siempre se despliega pacíficamente, sino también en
medio de decepciones y conflictos.
En el transcurso de estos años, también los realistas han dado
muchas vueltas e incluso la realidad ha ido moviéndose hasta cambiarse
de bando. Tal vez quepa preguntarse ahora si, una vez efectuado el
expediente de terminar con la realidad (y que parezca un accidente), no
estaríamos en condiciones de recuperarla precisamente para aquel
propósito emancipatorio que animaba a sus oportunos liquidadores.
Conecto con aquella idea de los “límites de la desrealización” que el
propio Vattimo desarrollaba en un libro anterior (La società
trasparente, del año 2000) para sugerir un cambio de estrategia. La
realidad, entendida no como posesión, sino como horizonte, puede ser un
elemento de emancipación, gracias a cuya referencia nos libramos de la
autocomplacencia o el fanatismo, propio y ajeno, adquirimos una
instancia de contraste y crítica, e incluso un motivo de revuelta contra
las limitaciones de cuanto se nos impone como definitivo.
No hay libertad sin resistencia, a falta de la cual acabamos
girando en el vacío de la autoconfirmación, la obstinación, el fanatismo
y la locura. Nuestra cordura se la debemos a la falta de docilidad de
las cosas y a la contradicción de los demás. Una expectativa jamás
desmentida nos haría incapaces de aquellos descubrimientos que están en
el origen de nuestras mejores experiencias, incluida la de la libertad.
Entre esas experiencias de liberación que deberíamos proteger, las
más decisivas son aquellas que nos permiten distinguir la
transformación efectiva de la revuelta ilusoria, la modificación real de
las cosas frente al gesto meramente expresivo. Nuestra voluntad de
transformación de la realidad se acredita en la voluntad de hacer frente
a aquella realidad que custodian celosamente los realistas. El olvido
del ser que Heidegger entendió como la ausencia de emergencia, la
incapacidad para el cambio, la desaparición de alternativas, es el
escenario que comparten los realistas y los irrealistas. Los primeros,
porque no son capaces de pensar fuera de la estabilidad y la hegemonía;
los segundos, porque sus deseos de transformación se consumen en la
irrealidad meramente gestual.
No deberíamos rendirnos en la batalla por definir la realidad y
considerarla una etiqueta arrogante de la que los partidarios de la
emancipación humana deberían prescindir. Hoy día, el combate de la
interpretación debería medirse también en el plano del diagnóstico y la
eficacia, abandonado a los gestores de la realidad por quienes prefieren
competir en el terreno de los valores. ¿Tiene algún sentido renunciar a
esa bandera e insistir en que otro mundo es posible cuando, en medio de
las ruinas provocadas por la crisis económica, lo que se ha revelado
como catastrófico es el discurso de los realistas y lo que tiene que ser
reparado es este mundo y no otro? Por formularlo de otra manera: ¿quién
dijo que la realidad es de derechas o, mejor, por qué dejar que los
conservadores disfruten de ese trofeo sin oponerles la menor
resistencia?
Los realistas conservadores son los mayores beneficiarios de que
cierta izquierda claudique y emprenda la huida hacia la irrealidad. La
undécima tesis de Marx sobre Feuerbach ha sido mil veces parafraseada
con la intención de defender el activismo revolucionario. Me sitúo más
bien entre quienes piensan que lo más revolucionario es hoy una buena
teoría de la realidad, una explicación de lo que pasa capaz de hacer
verosímiles sus interpretaciones más emancipadoras y desenmascarar la
falta de realismo de los sedicentes realistas. El pensamiento débil nos
ha advertido de que tuviéramos cuidado con la realidad, una advertencia
frente a quienes, no se sabe muy bien por qué título, la tienen siempre
de su parte; me permito sugerir que su prosecución debería ser una
invitación al cuidado de la realidad, para impedir que esta sea
monopolizada por los realistas, que suelen ser sus peores
administradores.
Daniel Innerarity, Cuidado con la realidad, Babelia. El País, 08/06/2013
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