183: Alberto Quian, Pandemia de mentiras sobre el coronavirus; así amenaza nuestra salud y la democracia






Aunque no estemos acostumbrados, ahora, y por extraño que parezca, no es tiempo para los políticos, sino para los sanitarios y científicos. Son ellos quienes deben gobernar la situación –aunque le pese al señor Pablo Casado–, con el apoyo de la clase política y de los periodistas. 
“Los gobiernos y las figuras mediáticas deben utilizar el conocimiento de los expertos, particularmente de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades y de la OMS, para entregar información precisa y sensata para no provocar el pánico entre el público. La aparición de este virus ofrece una oportunidad para que los profesionales de la salud pública luchen unidos contra esta amenaza común. Si las autoridades sanitarias manejan, educan y abordan adecuadamente las inquietudes de las personas, existe la oportunidad de reducir el nivel de desconfianza que ha surgido por los movimientos contra la ciencia en los últimos tiempos”, exhortan Mian y Khan. 
En la misma línea argumentativa, Laurie Garrett –periodista científica que ganó en 1996 el Premio Pulitzer por una serie de artículos sobre el brote del virus del ébola en la República Democrática del Congo–, considera que “el único bastión de defensa contra el creciente pánico público, la histeria del mercado financiero y los malentendidos no intencionados de la ciencia y la epidemiología del SARS-CoV-2 es una contrainformación ágil, precisa y disponible en todo el mundo, con un gran fundamento moral y que transmita una narrativa constantemente impulsada por la ciencia”. 
En un artículo publicado en la revista médica The Lancet, Garrett asume algo que los científicos saben pero mucha gente no comprende: que la verdad “en ciencia puede y debe cambiar a medida que avanzan las investigaciones y el análisis de datos”, también en el caso de este coronavirus, “pero su resultado final debe reflejar consistentemente el empirismo, una dosis sólida de escepticismo y escrutinio, y una convicción absoluta en la diseminación temprana de investigaciones y análisis de emergencia. Y esos bastiones deben resistir los intentos de influir en sus mensajes para reflejar intereses institucionales o políticos”, advierte. 
Garrett nos recuerda lo que es una evidencia, pero algunos quieren negar por simpatías con la dictadura China: la censura del Partido Comunista, que ocultó el brote de la epidemia durante casi un mes, y sus represalias contra el médico que identificó los primeros casos, nos han retrasado en la lucha contra este coronavirus.
Estos científicos –pertenecientes a instituciones de Estados Unidos, España, Alemania, Reino Unido, Italia, Australia, Países Bajos, Hong Kong y Malasia– aplauden “el intercambio rápido, abierto y transparente de datos sobre este brote”, pero avisan de que este “ahora se ve amenazado por rumores y desinformación” sobre el origen de la pandemia. 
“Nos unimos para condenar enérgicamente las teorías de la conspiración que sugieren que la COVID-19 no tiene un origen natural” y que “no hacen más que crear miedo, rumores y prejuicios que ponen en peligro nuestra colaboración global en la lucha contra este virus”, exponen en su manifiesto, en el que referencian varios trabajos que demuestran “de manera abrumadora que este coronavirus se originó en la vida silvestre, como muchos otros agentes patógenos emergentes”. 
Hay acuerdo en la comunidad científica y sanitaria sobre la necesidad de disponer de información contrastada, transparente y abierta, accesible a todo el mundo, “para reducir el miedo y la discriminación” y frenar la pandemia de mentiras, además de la vírica. Y en esto es fundamental la implicación de las autoridades sanitarias y gubernamentales de todos los países.

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