Quantificar el món.




La efectividad de la nueva vía de conocimiento para desengañarnos de la idea de que somos necesarios, importantes o fundamentales para el universo la expresó muy bien el respetado astrofísico Steven Weinberg en su libro Los tres primeros minutos del universo: "Cuanto más comprensible parece el universo, más parece carecer de sentido". Comprensible tiene aquí el sentido de "cuantificable". No cuesta inferir de ello que, como habitantes de ese absurdo pero cuantificado universo, somos inevitablemente más absurdos todavía.

Anomia, apatía, alienación y una sensación de angustia existencial llegaron de la mano del éxito de nuestro afán, por lo visto imparable, de cuantificar toda la existencia y nuestra experiencia de ella. La cuantificación de la existencia humana se llevó a cabo de diferentes maneras; disciplinas que antes se consideraban parte de las "humanidades" adoptaron los efectivos métodos de la nueva vía de conocimiento. El ansia de obtener el mismo tipo de resultados "objetivos" y "mensurables" que las ciencias "duras" suscitó la envidia de sus parientes "más blandas", de modo que casi todas las formas de erudición, investigación, búsqueda y estudio imitaron el nuevo enfoque. As. pues, la ciencia devino rápidamente en "cientificismo", o le dio origen. Según el historiador Jacques Barzun, el cientificismo es ."a falacia de creer que hay que aplicar el método científico a todas las formas de experiencia para, con el tiempo, resolver todos los problemas".

El auge de esta nueva v.a de conocimiento ha llevado a muchos a se.alar el mal uso de que es objeto, as. como su evidente ineficacia para abordar numerosas formas de experiencia. Sin embargo, para la mayor.a de sus críticos el cientificismo es el "sistema de creencias" –o religión, dicho de una manera no tan abstracta– imperante en la época moderna. Cuando buscamos respuestas a los "misterios" del universo o del ser humano, no acudimos a los filósofos, poetas, místicos o sacerdotes. Acudimos a los científicos, a pesar de que, bajo mi punto de vista, a muchos de ellos les satisfaga en exceso ofrecer una respuesta inequívoca y convincente, por mucho que reconozcan la existencia de misterios insondables.

Barzun indica que, en los albores de esta nueva v.a de conocimiento, alguien bien instruido en ella y dotado de un talento natural para ejercerla tuvo la clarividencia de comprender que si no se utilizaba con sabiduría acarrear.a problemas. Blaise Pascal nació en 1623 y pronto fue considerado un prodigio. A los doce a.os ya entablaba discusiones matem´sticas con René Descartes, uno de los fundadores del mundo moderno y brillante exponente de la nueva vía de conocimiento. Pascal era matemático, lógico, físico e inventor; realizó experimentos que condujeron a la invención del barómetro y concibió la primera calculadora, la Pascaline, que improvisó para ayudar a su padre, recaudador de impuestos. Pero también era filósofo religioso y lo que podríamos llamar un existencialista temprano. Y, si bien no era un místico, como se le ha descrito a menudo, tuvo al menos una experiencia mística, cuyo significado escribió y cosió en su abrigo, algo que no fue descubierto hasta su muerte. La palabra fuego encabezaba aquel retal, que mencionaba "lágrimas de alegría". En esencia venía a decir que Pascal creía en el "Dios viviente" de Abraham, Isaac y Jacob, y no en la exánime abstracción de los "filósofos y eruditos".

Tras su muerte también se halló una recopilación de notas en las que defendía el cristianismo frente al auge de los "librepensadores" (exponentes de la nueva vía de conocimiento). Esos apuntes han llegado hasta nosotros con el título de Pensées (Pensamientos), en los que, como es sabido, expresó lo que a nuestros oídos suena a la ansiedad cósmica que tan bien conocemos. Observando el vasto y extenso universo que se revelaba a través del "método científico", Pascal afirmó: "Me aterra el eterno silencio de aquellos espacios infinitos". Al parecer, mucho antes que a Steven Weinberg, le preocupaba nuestra existencia comprensible pero carente de sentido.

En sus Pensées expresó su preocupación por la nueva v.a de conocimiento, que abría la puerta a esos espacios que lo aterraban. Al comienzo del libro habla de las diferencias entre "el mundo matemático y el intuitivo", o el esprit géométrique y el esprit de finesse, el "espíritu geométrico" y el espíritu de sutileza". Como explica Barzun, el esprit géométrique trabaja con "definiciones exactas y abstracciones en ciencia o matemáticas", mientras que el esprit de finesse lo hace con "ideas y percepciones que no admiten una definición exacta". Las definiciones de un triángulo rectángulo o de la gravedad no son susceptibles de debate, señala Barzun, pero el amor, la libertad, la poesía y otros fenómenos significativos pero menos exactos no están tan bien definidos. El espíritu geométrico opera secuencialmente, razonando su avance paso a paso y siguiendo unas reglas. Por el contrario, la mente intuitiva lo ve todo de una vez; llega a su objetivo de un vistazo y no mediante un proceso deductivo.

Gary Lachman, El conocimiento perdido de la imaginación, Atalanta, Girona 2020

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