181: Eva García Sempere y Salvador Arijo Andrade, Nociones básicas de epidemiología para saber que no sabemos (casi) nada sobre la pandemia del COVID-19







La epidemiología, ciencia que tiene más relación con las matemáticas que con la medicina o la biología, nació con John Snow (no el de Juego de Tronos). Este médico inglés, aficionado a los mapas, fue el primero que, utilizando un plano de Londres, correlacionó la epidemia de cólera que afectó a la ciudad en 1853 con el origen del contagio, una bomba de agua situada en el epicentro de aparición de los casos de cólera. Bastó con clausurar esa fuente pública para que la epidemia remitiese.
Sin embargo las cosas no son tan sencillas y las variables que inciden sobre la propagación de una enfermedad infecciosa son tan altas que hace que las predicciones sobre la evolución de una pandemia tengan un gran componente estocástico (la estocasticidad es el grado de incertidumbre que tenemos en las predicciones debido al azar). Para entendernos, es como si tirásemos 20 veces una pelota desde la cumbre de una montaña, dejándola rodar. Es muy difícil que caiga dos veces en el mismo sitio. Cualquier pequeña piedra que haya en el trayecto, vegetación, brisa, etc., va a generar pequeñas modificaciones en la trayectoria que se irán multiplicando por el camino. A pesar de eso siempre hay algunas variables que influyen más que otras.
En tres meses se ha tenido que conocer lo básico de un virus desconocido: su transmisibilidad, tiempo de incubación, virulencia, letalidad, incidencia por edad, capacidad de mutar, reservorios, agentes químicos que lo inactivan, medicamentos que lo controlan, antígenos idóneos para fabricar una vacuna, etc. Todavía no sabemos si se va a comportar como un virus estacional y su incidencia va a disminuir con la llegada del verano. A todo esto hay que añadir las variables sociales y económicas inherentes a las múltiples posibilidades de actuación, intentando no matar moscas a cañonazos, pero sin quedarse corto con políticas de contención poco eficaces y dañinas a largo plazo. Todo esto ha hecho que la respuesta mundial frente a la pandemia no haya sido todo lo rápida que se hubiese deseado (una vez que conocemos sus consecuencias).
Por ejemplo, esta pandemia se ha comparado muchas veces con la gripe, una pandemia silenciosa que, sin embargo, en España produjo el año pasado más de 500.000 infectados y 6.000 muertes, mientras que hace dos años produjo 800.000 infectados y 15.000 muertes. La letalidad de este coronavirus parecía semejante a la de la gripe, ya que las primeras impresiones fueron que el 4 % de mortalidad detectado en China se iba a quedar en el 0,7 % en Europa. Sin embargo, la letalidad y transmisibilidad del COVID-19 se han mostrado mayores que la gripe, generando un efecto sinérgico entre ambos factores que ha supuesto un incremento exponencial del daño producido por este coronavirus respecto al que produce la gripe.
Por otra parte hay que señalar que ya teníamos experiencia de pandemias que se habían controlado, e incluso que se habían quedado en una “anécdota”, como pasó con la Gripe A (2009). Con la gripe A los gobiernos se gastaron ingentes cantidades de dinero en antivirales y en una nueva vacuna que al final no se usaron porque la virulencia del virus mutó y se asemejó a una gripe común. En aquella época surgieron muchas voces críticas denunciando el derroche de dinero destinado a una falsa pandemia generada por los medios de comunicación y las empresas farmacéuticas. Quizás parte de la parálisis inicial de los gobiernos con el coronavirus esté relacionado con esta experiencia.
En estos días proliferan los sabios a posteriori, pero los conocimientos biomédicos y epidemiológicos no lo determinan los nigromantes ni las pitonisas, sino los datos de los que se dispone en cada momento, y que van cambiando a veces por días, otras por hora. El acierto político no se debe medir en la capacidad de predicción astral, sino en la capacidad de cambiar y dar respuesta inmediata a los datos que va aportando la ciencia, poniendo el interés general por encima de los dictados de las élites económicas.

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