Nietzsche i el darwinisme social.
La ley de la oferta y la demanda es la continuación de la ley de la
evolución de las especies por otros medios, y por tanto que e mercado, como
orden natural regido por las leyes de la naturaleza (entre las cuales no es la
menos importante la de la “lucha por la vida”) arroja un resultado que siempre
es justo por definición; y quienes carecen de valor social (…) no tienen más
que lo que en justicia se merecen, siendo tan dañino pretender modificar las
jerarquías libremente producidas por el mercado como lo será pretender
intervenir en la selva para proteger a los inocentes cervatillos de la
ferocidad del rey león. En una palabra, el “darwinismo social” consagra las
desigualdades sociales como algo natural y, por tanto, inevitable (pàgs.
231-232).
El darwinismo “de derechas” proporcionaba a la burguesía el calmante
necesario para soportar el sufrimiento ajeno: la selección realizada por el
mercado es la prolongación directa del principio de l selección natural de los
más aptos (…) La valoración de las personas y de las cosas se determina, pues,
en esta doctrina, de acuerdo con el principio de utilidad, es decir, en
términos de rendimiento (así, la
“bondad” de los “productos” de la naturaleza se mide en términos de sus
posibilidades de reproducción y de prolongación de la especie que arroja su
coeficiente de adaptación, y la “bondad” de los “productos” de la sociedad se
mide, no menos darwinianamente, en términos de sus posibilidades de aumento de
valor, lo que arroja su precio en el
mercado). De esta manera, las leyes de la evolución, por una parte, y la de la
oferta y la demanda, por otra, realizan una operación de traducción recta o rígida de toda cosa y de toda persona en
términos de contabilidad exacta y explícita, que coloca a cada criatura en el
lugar jerárquico que le corresponde en la naturaleza y en la sociedad, y que
confiere a cada cosa su valor preciso y exacto (…). En este sentido, la derecha
darwinista es, en efecto, inflexible e implacable como el contable-pagador de
una empresa: no da a cada cual más que exactamente lo que se merece, el
equivalente explícito de lo que ha producido (y, sin no ha producido nada, no
solamente no le da nada, sino que le exige que devuelva lo que ha percibido
indebidamente) (pàgs. 235-236).
Bajo su apariencia “moderna”, aquella ideología “burguesa” constituía –como
las filosofías de Leibniz o de Hegel- la continuación de la “teología”
por otros medios: así como este mundo –por haber sido creado por Dios- es el
mejor de todos los posibles, y así como la historia efectiva está siempre
justificada, así también esta formación
social centrada en la utilidad contable ha de ser la solución de todos los
problemas, condenando de este modo a todo y a todos los que permanecen en ella
como problemáticos a la condición de fantasmas o de monstruos sin porvenir ni
esperanza (pàgs. 236-237).
El mercado selecciona a los más aptos, y los ineptos se convierten en una
“carga” que constituye para la sociedad un problema (una irracionalidad
económica que, sin embargo, la moralidad impide despreciar). Y esto es lo que,
entre otras cosas, estaba Deleuze
atacando, además del viejo Platón,
cuando hablaba de “invertir el platonismo”. Al hacer eso, por tanto, ser
reclamado de una tradición que, representada egregiamente por Nietzsche, en lugar de poner el acento
en la “selección de los más aptos” (como hace el darwinismo de derechas) o de
llamar la atención sobre la injusticia de fondo que late en la “exclusión de
los ineptos” (como hace el “darwinismo de izquierdas”), se queda exclusivamente
con los fantasmas y no sólo cuestiona la “adaptación” –es decir, ladistinción
entre lo monstruoso y lo regular, entre lo normal y lo patológico- sino que
propone una selección invertida que prima las excepciones sobre la
regularización y selecciona como “los mejores” precisamente a los más
inadaptados, a los más “monstruosos”, que serán los más bellos, aunque también
(y precisamente po ello) los menos útiles, los más “improductivos”. Todos los
contendientes de esta disputa (darwinistas de izquierdas, de derechas y reverso-darwinistas)
apelan, en defensa de su causa, a la naturaleza (sin cuya colaboración jamás
podrán vencer en la contienda) (pàgs. 259-260).
Darwinistas de derechas: todo intento de contravenir las leyes de la
naturaleza (que son las del mercado) se vuelve contra los transgresores
ocasionando una “carga” que la sociedad no puede soportar y que acaba por
llevarla a la bancarrota (así los intentos de dar una “asistencia gratuita” a
los pobres).
Darwinistas de izquierdas: la propia lógica del sistema (la obediencia
ciega a las leyes del mercado) conduce a un aumento progresivo de la
explotación de los oprimidos (la disminución constante de la “tasa de
ganancia”) que empuja a estos últimos a la revolución.
Reverso-darwinistas: piensan que es la propia naturaleza la que –para
escarnio de todos aquellos que aspiran a la equivalencia, al déficit cero, al
reparto equitativo o al equilibrio presupuestario o ecológico- produce
incesantemente monstruos, excepciones, mutaciones que apuntan hacia otro
objetivo (más allá de la sociedad y superior a ella) que ya no es la utilidad
ni la “justicia” (en el sentido de “dar a cada cual lo que le corresponde”),
sino una suerte de derroche, despilfarro o desbordamiento que funciona como
“tendencia opuesta” a todo darwinismo y que se alimenta de la presunta
“funcionalidad” del sistema (cuanta más seguridad más vulnerabilidad, cuanto
más protección más terror al desamparo, cuanto más consumo más pobreza, etc.)
(pàg. 260).
El “programa” del darwinismo invertido no se propone sacar a los
prisioneros de las cavernas o volver verosímiles a los simulacros: al
contrario, los cavernícolas perseguidos por la nueva Inquisición de las Luces
serían en verdad los únicos libre en el régimen burgués, mientras los burgueses
están encadenados por las rígidas exigencias de su puritanismo hipócrita,
habría que liberarse de los prejuicios sociales y descender a las cavernas en
busca de aquella inocencia superior cuyo secreto se proyectaba sobre sus muros
(una vez más, los misterios de la imaginación, “la loca de la casa”) (pàs.
260-261).
Nietzsche simpatizaba con todo lo que el darwinismo pudiera
aportar para hacer explotar, en nombre de la naturaleza y de la vida, las mezquinas convenciones morales del
cristianismo secularizado en su versión protestante (…). Pero no podía
conceder, sin embargo, que los “más
aptos” fuesen los “mejor adaptados”, bien al contrario, su propia idea de
“selección natural” (el eterno retorno) era las distinción de las excepciones, que serían los
auténticamente “mejores” precisamente por estar menos amoldados a la
mediocridad imperante. Su procedimiento de “selección de linajes” es, por
tanto, literalmente inverso con respecto a las leyes de la evolución de Darwin. Los mejores no pueden aparecer
socialmente si no es como monstruos
de la naturaleza. La “naturaleza” a la que se apelaba en estas representaciones
(el “estado de naturaleza” en el que el hombre es un lobo para el hombre) no
era, ciertamente, la naturaleza convertida por la ciencia moderna en res extensa y dominada por la técnica en
las grandes industrias, pero tampoco la “vida” concebida en la acepción
“biológica” forjada por Darwin, sino
la naturaleza –digámoslo así para entendernos- “pre-moderna” llena de magia, de
espíritus, de dioses y monstruos y de milagros (…), esa que precisamente la
sociedad moderna se precia de haber abolido pero que, desde las fantasmales
cavernas, amenaza constantemente con un “retorno de lo reprimido” (…) Desde
este residuo que la ciencia no
consigue explicar, la técnica dominar ni la sociedad civilizar es donde
proceden siempre todos los grandes temores y todas las grandes esperanzas
sociales, todas las amenazas y todas las promesas (pàgs. 287-288).
José Luis Pardo, Esto no es
música, Galaxia Gutenberg-Círculo de Lectores, Barna 2007
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