Kant, felicitat i dignitat.
Kant había desarrollado en el siglo XVIII un argumento,
cuando, recordando el conflicto entre sistemas morales que había caracterizado
la historia de la ética, señalaba la aparente alternativa que existe para los
mortales entre la elección de la felicidad y la elección de la dignidad.
Quienes eligen “epicúreamente” la felicidad a costa de la dignidad sólo pueden
disfrutar de una felicidad indigna (…), y por lo tanto hacen una elección
imposible, pues a ningún hombre le es posible ser verdaderamente feliz si es
indigno, (…) pero quienes eligen “estoicamente” la dignidad a costa de la
felicidad (…), aún haciendo la única elección moralmente aceptable en esa
alternativa, se deciden por una opción igualmente imposible, pues al común de
los mortales no le es dado el renunciar definitivamente a la felicidad a cambio
de la simple dignidad. Lo más parecido a una “solución” a este dilema
consistiría en proclamar que la elección de la felicidad (que es, para el común
de los mortales, una elección fatalmente inevitable) sólo es tolerable (…)
cuando se trata de una felicidad que nace –o sea, que tiene como causa- la
dignidad misma, es decir, que se produce sólo como consecuencia de haber
intentado garantizar la posibilidad de que todos los demás seres humanos sean
felices (o sea, puedan realizar sus proyectos personales de felicidad). Esta
“solución” equivale a reparar en que el irrenunciable fin (la felicidad propia)
no justifica los medios (la felicidad ajena y, por ende, la propia indignidad),
sino que antes bien son los medios (la felicidad ajena, al menos posible, y en
consecuencia la propia dignidad) los que justifican el fin o, lo que es lo
mismo, los que hacen soportable la propia felicidad (pàg. 206-207).
De acuerdo con las leyes de la naturaleza (que son, en verdad, también las
del mercado, las de la historia, las de la tribu), todo tiene una identidad y
un destino (los blancos son blancos, hagan lo que hagan, como el jabalí no
puede hacer nada para dejar de ser jabalí) y, en este sentido, es equivalente
(un blanco es igual que otro blanco y, visto un jabalí, vistos todos), se
conforma a su “imagen”. Pero de acuerdo con las leyes de la libertad (que inspiran o deberían inspirar las del
Estado y las de la ciudad), ningún ser racional es idéntico ni equivalente a
otro; en este sentido, la igualdad de los seres libres no es identidad ni
equivalencia sino igualdad de los inconmensurables, de los incomparables, y no
se basa en la equivalencia de los contenidos de sus acciones (cuya diversidad
es irreductible) sino en la universalidad de su forma (la libertad) (pàgs.
397-398).
Puede que Marx tuviese razón
cuando decía que el dinero arruina la dignidad … (recuérdese aquello de que la
burguesía “ha hecho de la dignidad personal un simple valor de cambio” y de que
“ha despojado de su aureola a todas las profesiones que hasta entonces se
tenían por venerables y dignas de piadoso respeto”) (pàg. 398).
En el lugar de lo que tiene un precio siempre puede ser puesta otra cosa
como equivalente; en cambio, lo que se halla por encima de todo precio, y por
tanto no admite nada equivalente, tiene dignidad (Kant, segunda sección, Fundamentación
de la metafísica de las costumbres) (pàg. 398).
Cuando Kant dice que “tener
dignidad” (“la dignidad de un ser racional que no obedece a más ley que la que
él mismo se da”) es ser capaz de darle a uno mismo una ley y, por tanto, de ser
libre, en la fórmula “darse a sí mismo una ley” este “darse” no puede ser
pensado como una “acción previa a la acción”, “darse a sí mismo una ley” no
significa otra cosa que actuar conforme a
ella, pues la ley no es la ley más que en la acción que la obedece o, mejor
dicho, fuera de ella es una ley muerta, una ley que se impone desde fuera y,
por tanto, no esa ley que no debe darse a sí mismo sino la ley –amorosa y severa,
hecha de piedad y de terror- del padre déspota (pàgs. 399-400).
Darse a sí mismo una ley no es crearla (de la nada) sino descubrirla “en sí
mismo”, pero no en la “propia
naturaleza” que precede a la acción o en el “hecho” que ha de seguirse de ella,
sino únicamente en la acción (algo cabalmente distinto de la naturaleza e
irreductible a ella, como la práxis o
la khrêsis es irreductible a la
“producción”), del mismo modo que la idea
platónica o la virtud aristotélica
sólo pueden descubrirse en la acción y al modo de las reglas que ella ha de
cumplir para ser excelente (pàg. 400).
Acción es solamente lo que se hace conforme a una ley y, por lo tanto, una
acción antes de la acción sería algo tan contradictorio como una ley antes –y
fuera- de la ley: para crear de la nada habría que situarse fuera de la ley y
más allá de ella, como alguien –un superalguien- capaz de inventarla (pàg.
400).
Como tantas veces decía Platón,
la “producción” (que él definía como “traer al ser algo que antes no había”)
por sí sola no es valiosa, sino que es el uso (la acción) lo único que puede
determinar su valor, y eso en términos que ya no pueden ser contables, puesto
que la acción es un fin final sin resultados ni productos (pàg. 400).
Darse a sí mismo una ley no es inventar una regla sino descubrirla y, de
ese modo, hacerla tangible, pensable, sensible. Esto resuelve –o quizá
disuelve- la controversia a propósito de si la dignidad se debe a lo que somos
(por herencia o linaje) o a lo que hacemos (mediante el esfuerzo y el trabajo),
puesto que viene a querer decir que el hombre es digno porque es capaz de
actuar, en donde actuar significa
actuar libremente, y actuar libremente
obrar de acuerdo a una ley que se da a sí mismo quien obra conforme a ella y
completamente al margen de todo “resultado” o “consecuencia” que suponga
traducción a otra contabilidad o degradación del significado moral en
significante de otro código. Y esto también implica que lo que en los hombres
suscita respeto no son, por así decirlo, los hombres mismos, sino la ley a la que obedecen. Que Kant hable de un factum de libertad (que no de naturaleza) (…) puede simplemente
querer decir que no hay un “más allá de la acción” (…) al cual pueda acudirse
en busca de esa “ley” (pàgs. 400-401).
José Luis Pardo, Esto no es
música, Galaxia Gutenberg-Círculo de Lectores, Barna 2007
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