Carta al senyor Thoreau.


                                                                             

En estas épocas del año en que los recaudadores del gobierno se hacen presentes, es difícil no pensar en usted y sus ideas sobre el gobierno y la desobediencia. A 151 años de su muerte sus libros, conferencias y diarios se citan para exaltar la nobleza del espíritu libertario y crítico. Hasta un presidente del gobierno de EUA –ese gobierno del que usted tanto renegó- lo mencionó alguna vez como ejemplo. 
   
En la historia de la filosofía su nombre aparece en los capítulos de ética política. En 1970 los hippies reconocieron en usted al primero de los suyos y todavía hoy algunos colectivos anarquistas se acercan a su obra como una lectura obligada. Sin duda, son pocas las personas que como usted pueden ser citados de formas tan diversas y, a veces, contradictorias.



Si bien sus libros sobre la vida en los bosques, el trascendentalismo y la abolición de la esclavitud todavía se leen, lo cierto es que usted es recordado, sobre todo, por aquella conferencia dictada en el Liceo de su natal Concord, Massachussets en 1848 - después publicada con el nombre de Resistance to civil goverment o Del Deber de la Desobediencia civil (1849) - en la que explicó las circunstancias de aquél evento que usted llama “mis prisiones”, sobre la noche que pasó en la cárcel por negarse a pagar “los impuestos sobre los votantes”[1].

Su negativa a pagar un impuesto que consideraba injusto, de esos que todo “mal súbdito debe desconocer”, se esgrime hoy, equivocadamente, como el antecedente virtuoso para objetar casi todas las leyes fiscales. Aunque estos objetores pierden de vista que usted siempre se mostró dispuesto a pagar los impuestos que redundaban en beneficio de la colectividad.

Su problema era con los impuestos, los gobiernos y los actos injustos: “Si las leyes te hacen llevar a cabo actos injustos quebranta la ley”. Pero nunca dijo cuáles eran esos actos. Dependiendo de la perspectiva con la que se les mire todas las leyes pueden ser injustas. ¿Qué es lo justo Sr. Thoreau? ¿Cómo puede saber el individuo común cuál es la norma que debe desobedecer?¿Cómo saber para qué se está desobedeciendo? Sobre eso usted no dejó muchas respuestas.

La desobediencia que usted profesaba era un acto individual justificado por su propia conciencia, sin intenciones de cambiar al sistema o remediar los problemas: “no vine al mundo para hacer de él un buen lugar para vivir, sino a vivir en él, sea bueno o malo”. No había detrás sus acciones un ideal político que alcanzar, solo una acción individual derivada de su idea de justicia. No se trataba de cambiar el gobierno porque, por supuesto, “no es deber del hombre dedicarse a la erradicación del mal, por monstruoso que sea. Puede tener, como le es lícito, otros asuntos entre manos; pero sí es su deber, al menos, lavarse las manos de él”.

Si desobedecer nunca fue el medio para alcanzar un fin común de justicia civil o social, debe sorprenderle que 100 años después, dos personajes que llevaron y revoluciones pacíficas-no violentas mediante la desobediencia civil  hayan encontrado en sus palabras argumentos para justificar sus acciones: Gandhi y Martin Luther King Jr.

Gandhi lo leyó con atención y si bien no se inspiró totalmente en usted, sí encontró en sus lecturas la manera de traducir su satyagraha para explicárselo a la cultura occidental como una desobediencia civil no violenta. En la base de la desobediencia gandhiana existía un objetivo político y una percepción de justicia que legitima la acción desobediente.

El segundo, el pastor Martin Luther King Jr.,  encabezó en 1960 una lucha pacífica (por lo menos de su parte, no  así de la del gobierno) en contra de leyes que segregaban a la población negra en los Estados Unidos. Martin Luther King Jr.manifestó en varias ocasiones su afición por leer su conferencia y referirse a usted como uno de los inspiradores de la desobediencia civil. A propósito del inicio de un boicot en contra del transporte público entre 1955 y 1956, decía Luther King, Jr.:

Recordé cuánto me había conmovido esta obra cuando la leí por vez primera siendo estudiantes universitarios. Me convencí que lo que estábamos preparando hacer en Montgomery estaba relacionado con lo que Thoreau había expresado.

A ustedes tres no solo los diferenciaba el objetivo por el que se desobedece sino la pertinencia  o no de la  violencia. A usted no le gustaba la violencia, pero no la repudiaba, ni la veía como improbable. Pocos saben que en la apología del Capitán Brown(1859), abolicionista contemporáneo suyo que luchó por la vía armada en contra de la esclavitud en Estados Unidos, usted justificó las acciones violentas cuando persiguen fines justos:

Hablo por boca del esclavo cuando digo que prefiero la filantropía del Capitán Brown a esa otra filantropía que ni me dispara ni me libera. De todo modos, no creo que sea bueno pasarse la vida hablando o escribiendo sobre este tema, a no ser que uno esté continuamente inspirado, y yo no lo estoy. Un hombre puede tener otros asuntos legítimos que atender. Yo no deseo matar ni ser matado, pero puedo vislumbrar circunstancias en las cuales ambas cosas me resulten inevitables. Mantenemos la llamada paz de nuestra comunidad con pequeños actos de violencia cotidiana, ¡ahí está la porra del policía y las esposas!, ¡ahí tenemos la cárcel!, ¡ahí tenemos la horca!, ¡ahí tenemos al capellán del regimiento! Confiamos en vivir a salvo únicamente fuera del alcance de este ejército provisional. Por tanto, nos protegemos a nosotros y a nuestros gallineros y mantenemos la esclavitud. Sé que la masa de mis compatriotas piensan que el único uso justo que se puede hacer de los rifles Sharps y de los revólveres es librar duelos cuando otras naciones nos insultan, o cazar indios, o disparar a los esclavos fugitivos o cosas parecidas. Yo creo que por una vez los rifles Sharps y los revólveres se emplearon en una causa justa. Los instrumentos estaban en las manos del que sabía utilizarlos.

Esta apología de la violencia para liberar esclavos lo aleja del pacifismo de Gandhi y Luther King para quienes la no violencia era condición necesaria de la desobediencia civil, no así para usted que consideraba que en ciertas ocasiones las armas pueden estar en buenas manos. Por eso, hay cierta disonancia en el hecho de que durante los últimos 100 años se ha pensando en usted como el padre de la desobediencia civil. Quizá, a esta fechas, sería más justo considerarlo como el padre de la objeción de conciencia y no como el precursor del ejercicio colectivo de la desobediencia civil.

Ya en otra misiva podremos discutir sobre este asunto. Por ahora lo dejo que tengo que seguir con mi declaración de impuestos.

Iván García Gárate



[1]En EUA los impuestos de los votantes o “poll tax” fue un impuesto utilizado como una condición de facto para el ejercicio del voto. En 1966 a partir del caso Harper v. Virginia Board of Elections, la Suprema Corte de Estados Unidos prohibió el cobro de estos impuestos para las elecciones estatales.

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