La força dels febles i la debilitat dels forts (Nietzsche segons José Luis Pardo).



Leyendo La genealogía de la moral, nos convencemos de que el narcótico que Nietzsche llama “cristianismo” había tenido como efecto histórico el que los “débiles”, los corderos, se las hayan arreglado para hacerse más fuertes que los fuertes, es decir, que las águilas, a las cuales habrían conseguido avergonzar de su propia fuerza. La historia que Nietzsche cuenta bajo el título de inversión de los valores es la de cómo los “débiles”, es decir, los cristianos, los nihilistas, los enemigos de la vida, los burgueses, han terminado por imperar (social e históricamente) sobre los “fuertes”, y es ahí donde sustenta su propuesta de defender a los “fuertes” (que pueden ser los más “débiles” en el sentido socioeconómico e histórico) contra los “débiles (que son los socialmente “fuertes”) (pàg. 289).

Nota 2: Nietzsche está fascinado (intrigado y alarmado) por el modo en que la reactividad provoca que el débil llegue a ser el más fuerte, por el hecho de que la debilidad más grande llegue a ser más poderosa que la fuerza más grande. Es el caso del platonismo, del judaísmo y del cristianismo. Cuando Nietzsche dice que los “fuertes” han sido esclavizados por los “débiles”, quiere decir que los “fuertes” son los “débiles”, que Nietzsche va al rescate de los “fuertes” porque ellos son “más débiles” que los “débiles”. En cierto modo, su ayuda a los “fuertes” es una ayuda a la debilidad, a una debilidad esencial … Se puede argumentar, justo como Heidegger, que el discurso concreto de Nietzsche es anti-judaico, anti-cristiano, anti-platónico, pero también hiper-judaico, hiper-cristiano … (J. Derrida, “Entrevista La R. Beadsworth”, en Journal of Nietzsche Studies, Issue Spring, 1994, pp. 31-32) (pàg. 289)

Si la transvaloración promovida por el cristianismo ha tenido el éxito que Nietzsche le supone, los miserables, que concentran todos los disvalores sociales, todo lo que la opinión pública selecciona como negativo, podrían ser los auténticos “fuertes”, los excepcionales, y ello explicaría su coraje para reírse de los “valores establecidos” de la sociedad burguesa. Serían el residuo de la aristocracia desplazada, marginada y desterrada por el triunfo de los valores “cristianos” secularizados por la Ilustración burguesa, los señoritos depravados … Pero sólo ellos –por pertenecer a la clase a la que la burguesía ha humillado- garantizarían una resistencia incombustible a las “ilusiones” burguesas y un odio inquebrantable hacia la clase laboriosa que ha elevado el trabajo y la utilidad social- bajo el sagrado nombre de “espíritu”- a la condición de totalidad (pàgs. 291-292).

De modo que, por muy extraño que esto parezca (el gusto de Nietzsche hacia lo “popular”), es en realidad una inclinación antipopulista –pues lo verdaderamente “popular” (democrático) sería lo “burgués”- hacia la nobleza que la sociedad moderna no puede soportar, hacia ese “principio antisocial” e inconfesable que amenaza al sistema en su conjunto desde los tugurios y los garitos de mala nota, en el que quiere él adivinar la restauración de las jerarquías traicionadas desde el inicio de la historia por el “platonismo” y por el “cristianismo”. Y aunque este principio sólo pueda aparecer en la sociedad organizada como “voluntad de nada”, como extraña reivindicación que no pide nada o que pide la nada, su nihilismo ya pertenece a la categoría superior que Nietzsche llamaba nihilismo activo, es decir, una fuerza transformadora que anima al advenimiento del superhombre (pàgs. 292-293).

Nietzsche consideraba que la izquierda era demasiado “de derechas”, es decir, demasiado “platónica”, “cristiana”, “puritana” y “darwiniana”, que permanecía fiel en lo esencial a esa imagen de un “progreso” presidido por la figura teológica de un “final feliz”. Ante todo cuando este “final feliz” es pensado aún, como el Juicio Final, bajo la figura “utilitarista” de un reparto equitativo, de un balance equilibrado de las cuentas que dé a los “productores” el pago equivalente por el valor de su trabajo, sin hurtarles ni regalarles nada: este pensamiento no modifica en absoluto la “moral del trabajo” o el espíritu burgués del capitalismo, sino que concibe el progreso social como la conversión de los proletarios en burgueses (…) e implanta como medio para lograr aquel fin la moralización del proletariado, su transformación en “clase trabajadora” disciplinada y ascética (de acuerdo en esto con el “modo de vida metódico-racional” del burgués emprendedor), no solamente mediante las organizaciones de tutela religiosa y de asistencia a los pobres, sino incluso mediante los sindicatos y partidos políticos (pàg. 293).

Esta izquierda moralizante es la que pugna por una sociedad verdaderamente “real” y sin fantasmas (pues los fantasmas no serían más que el fruto enfermizo de la explotación), por sacar de las cavernas a aquellos hasta quienes no han llegado las “Luces de la Ilustración” y disolver definitivamente los márgenes que tiemblan en sus paredes mediante la extensión de la electrificación; ese fantasma que recorre Europa se esfumará él mismo con mucho gusto –el proletariado no tiene más misión que hacerse desaparecer a sí mismo en cuanto tal- al conquistar los medios para ingresar en la realidad con plenos derechos (pàgs. 293-294).


José Luis Pardo, Esto no es música, Galaxia Gutenberg-Círculo de Lectores, Barna 2007

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