Memòria traïdora.
Pero lo cierto es que el cerebro humano es un tramposo. No es de
fiar. Va por libre. No capta la realidad como una cámara. Solamente
registra lo que le interesa.
En realidad, el cerebro y la mente es una misma cosa, y como indica el neurocientífico español Francisco Rubia –uno de los mayores conocedores de los entresijos del cerebro humano y excelente divulgador – en su magnífico libro El Cerebro nos Engaña
(Temas de Hoy), lo que la memoria almacena “ es el efecto que los
sucesos diarios tienen en nuestro cerebro, en sentido que tienen para
nosotros, las emociones que despiertan. Eso es lo que le interesa al
cerebro, y no la realidad como es”.
Por eso, recordamos nuestro pasado con muchas distorsiones. No lo
recreamos. Lo que hacemos es extraer un recuerdo que está influido por
la actitud que tuvimos en ese momento, la expectativa o la emoción que
experimentamos. En suma, un recuerdo no es de fiar, sobre todo en
circunstancias excepcionales.
Imaginemos que somos testigos de un asesinato, y logramos ver la cara
del asesino. Es una circunstancia excepcional. Muchos pensarían que una
cosa así se queda grabada a fuego. Pero es muy posible que a la hora de
reconstruir lo sucedido, la capacidad que tiene nuestra memoria para
asociar cosas hace que afloren otras cosas que en realidad nunca
ocurrieron, por lo que la reconstrucción, nos dice Rubia, “queda falsificada”.
No nos debe sorprender. Hay innumerables casos judiciales, nos
comenta este experto, basados en testigos oculares que declararon lo que
esperaban haber visto en lugar de lo que realmente vieron, y que por ello mandaron a la cárcel a personas inocentes.
El reputado periodista Mauricio-José Schwarz relata
un episodio ocurrido en la década de los ochenta en Estados Unidos que
ilustra la fragilidad de la memoria y el peligro que conlleva. Se
multiplicaron los casos de personas, tanto niños como adultos, que
aseguraban haber sido víctimas de abusos sexuales y prácticas satánicas
en su infancia. Las memorias, reprimidas en esos atroces episodios,
salían ahora a la luz.
Hubo
miles de acusaciones, padres acusados de torturar a sus hijos que
perdieron su custodia o fueron condenados. Resultó, tras una
investigación llevada a cabo por la Universidad de California, que ninguna de ellas era verdadera. Los abusos satánicos no existieron, de acuerdo con Kenneth Lanning, un agente especial del FBI. Estas memorias eran falsas, pero resultaron auténticas para aquellos que las experimentaban.
La memoria es un tema fascinante y misterioso. Y la memoria
implícita, ya que está en nuestro subsconsciente, puede jugarnos una
mala pasada. Como esa sensación de que hemos vivido una situación con
anterioridad, algo que alguien haya dicho, un acontecimiento o detalle
que nos hace revivir esa experiencia. Hablamos del dèjá vu, ese término en francés que significa “ya dicho”.
En Dèjá Vu, el interesante film del desaparecido Tony Scott, Denzel Washington
tiene que viajar hacia atrás en el tiempo para evitar un atentado
terrorista. Y en el proceso, hay una serie de detalles y hechos de los
que uno parece haberlos experimentado con anterioridad.
Esas experiencias de lo “ya visto” están aún mal estudiadas, pero es probable, nos dice Rubia
en su magnífico libro, que la culpable no sea otra que esa memoria
implícita. Una situación nueva despierta un recuerdo vivido en otras
circunstancias parecidas, una experiencia del pasado de la que no somos
conscientes. Y por ello, “crea la impresión de que se trata de algo
vivido con anterioridad”.
Luis M. Ariza, El cerebro tramposo, Planeta Prohibido, 27/12/2013
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