Discurs sobre la llibertat d'ensenyament (Victor Hugo)

Victor Hugo

Yo quiero, lo declaro, la libertad de enseñanza; pero también quiero la vigilancia del Estado, y como yo quiero esta vigilancia efectiva, yo quiero el Estado laico, exclusivamente laico.

Yo quiero, lo repito, la libertad de enseñanza bajo la vigilancia del Estado y no admito que para ejercitarla sean llamados hombres que tienen sobre todo intereses prácticos. Lejos de mí de proscribir la enseñanza religiosa, ¿me comprendéis?, según yo opino ella es más necesaria hoy que ayer. Mientras más grande se hace el hombre, más debe creer. Si más se acerca a Dios más debe verlo.

Yo quiero, pues, y lo quiero sinceramente, firmemente, ardientemente, la enseñanza religiosa de la iglesia y no la enseñanza religiosa de un partido. Yo la quiero sincera y no hipócrita. Yo la quiero con un fin celestial y no con un fin terreno. Yo no quiero que una lámpara destruya a otra; yo no quiero confundir el profesor con el fraile. Sí, si yo consiento una tal mezcla como legislador, la vigilo, abro los seminarios y sobre las congregaciones que enseñan, el ojo del Estado, repito, el ojo del Estado laico, celoso únicamente de su grandeza y de su unidad.

Yo me dirijo pues al partido clerical y le digo: esta Ley es una ley vuestra. Yo no me fío de vosotros. Instruir significa construir.

Yo no quiero confiaros la enseñanza de la juventud, el alma de los niños, el desarrollo de la inteligencia, el desarrollo de las inteligencias nuevas que se abren a la vida, el carácter de las generaciones, es decir, el porvenir de la patria.

Yo no quiero fiaros el porvenir del país, porque fiároslo sería abandonároslo.

Ah, no os confundo con la Iglesia, vosotros sois los parásitos de la Iglesia, sois la maldición crónica de la Iglesia, Ignacio de Loyola es el enemigo de Jesús. Vosotros sois, no los creyentes sino los sectarios de una religión que no comprendéis. Vosotros sois los maquinistas teatrales de la Santidad. No confundáis la Iglesia con vuestros negocios, con vuestras combinaciones, con vuestras ambiciones. No la llaméis Vuestra Madre para hacer de ella vuestra sierva. No la atormentéis y sobre todo, no la igualéis a vosotros. Observad al agravio que le hacéis.

¿No veis como ella, la Iglesia, se ha deprimido desde el día que os tiene sobre sus espaldas?. Vosotros la hacéis amar tan poco que acabaréis por volverla odiosa, os lo digo seriamente; acabará por abandonaros. Dejadle. Cuando hayáis desaparecido, entonces volveremos a ella. Dejadla tranquila a esa venerable Iglesia, a esta venerable madre, dejadla en la soledad, en su abnegación, en su humildad. Es esto lo que forma su grandeza. Su soledad atraerá a la multitud, su abnegación la volverá potente y su humildad la volverá majestuosa.

Vosotros habláis de la enseñanza Religiosa. ¿Sabéis cuál es la verdadera enseñanza religiosa, aquella frente a la cual es necesario postrarse; aquella que no es necesario turbar? Es Vicente de Paul que recoge al niño abandonado. Es el Obispo de Marsella en medio de los coléricos. Es el Obispo de París que se lanza con una sonrisa en los labios en el formidable suburbio de San Antonio y alza el emblema de Cristo sobre la guerra civil y no mira a la muerte con tal de llevar la paz... He aquí la verdadera enseñanza religiosa, real, profunda, eficaz y popular.

Ah, os conocemos, conocemos al partido clerical. Es un partido viejo que tiene su magnífico estado de servicio. Es él quien, para decir verdad, ha descubierto estas dos cosas bellas: la ignorancia y el error. Es él quien prohíbe a la ciencia y al genio ir más allá del misal y que quiere enclaustrar el pensamiento en el dogma. Todos los pasos que ha dado la inteligencia en Europa, los ha hecho a su pesar. Su historia está escrita en el reverso de la historia del progreso humano. Se ha opuesto a todo... no hay un poeta, un escrito, un filósofo, un pensador, que acepten. Y todo lo que ha sido escrito, descubierto, soñado, deducido, ilusionado, enajenado, inventado por los genios, el tesoro de la civilización, la herencia común de las inteligencias, lo rechazan...

Es él quien ha hecho azotar a quien decía que las estrellas no se caerían. Es él quien ha torturado a Campanella por haber afirmado que el número de los mundos es infinito y por haber entrevisto el secreto de la creación.

Es él quien ha perseguido a Harvey por haber encontrado la circulación de la sangre. Para no desmentir a Josué ha encerrado en la cárcel a Galileo; para no desmentir a Pablo ha puesto en prisión a Cristóbal Colón. Descubrir las leyes del cielo era una impiedad; encontrar un mundo era una herejía.

Hace ya mucho tiempo que la conciencia pública se revela contra vosotros y que os pregunta, ¿qué cosa queréis? Hace demasiado tiempo que pretendéis poner una mordaza sobre los labios del espíritu humano.

Ah, Vosotros queréis que os den los pueblos para educarlos. Muy bien; veamos entonces vuestros discípulos, veamos vuestros productos. ¿Qué cosa habéis hecho en Italia? ¿Qué cosa habéis hecho de España? Desde hace muchos siglos vosotros tenéis en vuestras manos, a vuestra discreción dentro de vuestra escuela, bajo vuestra férula, estas dos grandes naciones ilustres entre las más ilustres: ¿Qué habéis hecho con ellas?

Lo digo yo, Gracias a vosotros Italia, de quien ningún hombre que piense puede pronunciar el nombre sin un inexplicable dolor filial. Italia, esta madre de genios y de las naciones que ha esparcido en el universo las más estupefacientes maravillas de la poesía y del arte. Italia que enseño a leer al género humano, Italia hoy no conoce ya el alfabeto.

España, soberbiamente dotada, que había recibido de los romanos su primera civilización y de los árabes la segunda y de la Providencia y a pesar vuestro todo un mundo, América. España ha perdido todo gracias a vosotros, gracias a vuestro yugo embrutecedor, un yugo de degradación y de reblandecimiento. España ha perdido el secreto de la potencia que los romanos le habían enseñado, el genio de las artes que había bebido de los árabes, el mundo que Dios le había dado: En cambio de todo esto que vosotros le habéis hecho perder, ella ha recibido de vosotros mismos: La Inquisición.

La Inquisición que ha quemado sobre las hogueras o sofocado en las prisiones cinco millones de hombres. Leed la historia. La inquisición que exhumaba a los muertos para quemarlos como heréticos. La inquisición declaraba a los hijos de heréticos hasta la segunda generación, infames e indignos de cualquier honor público, exceptuando solamente a aquellas que habían denunciado al padre, la inquisición que, mientras yo hablo, tiene todavía en la biblioteca vaticana los manuscritos de Galileo encerrados y sellados con el sello del índice.

Es verdad que para consolar a España de aquello que le habéis dado le habéis puesto el mote de Católica. He aquí vuestras obras maestras. Aquella lumbrera que se llamaba Italia vosotros la habéis extinguido; aquel coloso que se llamaba España, vosotros lo habéis minado. La una es cenizas, la otra es ruinas. ¿Qué cosas queréis hacer ahora de Francia?. Queréis que os diga lo que os molesta. Es esta inmensa luz que hace de la nación francesa la nación que ilumina de tal suerte que sus rayos se extienden sobre todos los puebles del Universo. Y esta luz de Francia y esta libre luz y esta luz que no viene de Roma, sino de Dios, es la que vosotros queréis extinguir y la que Nosotros queremos conservar.

Es un mal juego aquel de hacer entrever, solamente entrever a Francia este ideal -la sacristía soberana-, la libertad traicionada, la inteligencia vencida y ligada, los libros despedazados, el sermón que sustituye a la prensa, la noche cubriendo los espíritus con la sombra del confesionario y de las sotanas y los genios suplantados por los clérigos. Yo lo repito -que el partido clerical se cuide- el Siglo Diecinueve le es contrario.

Con ciertas doctrinas que la lógica inflexible y fatal condena, con doctrinas que dan horror cuando se observan en la historia, sépalo el partido clerical, donde quiera que él esté, donde quiera que él vaya, Cultivará las Revoluciones. Para evitar a Torquemada, caerá en Robespierre. Aquellos que como yo procuran evitar a las naciones los reveses de la anarquía y el adormecimiento sacerdotal, lancen el grito de guerra. Yo soy de aquellos que reclaman en este noble país la libertad y no la opresión, la fe y no el debilitamiento, la fuerza y no la servidumbre, la grandeza y no la nada. ¿Cómo? ¿En este siglo de novedades, de hechos, de descubrimientos, de conquistas, vosotros soñáis en la Inmovilidad? ¿Es en este gran siglo de esperanza que proclamáis la desesperación?

Pues bien, lo repito con profundo dolor, yo que odio las catástrofes, los derrumbamientos, lo repito con la muerte en el alma:

Vosotros no queréis el progreso. Tendréis la Revolución Social.

Victor Hugo, Discurso sobre la libertad de enseñanza, a la asamblea legislativa de Francia (14/01/1850)

[1] Esta discurso se corresponde con su intervención en la Asamblea Legislativa de Francia en el debate de un proyecto de Ley, en el cual, con el pretexto de organizar la libertad de enseñanza, establecía, en realidad, el monopolio de la instrucción pública en favor del clero.

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