Ortega i Leibniz.

En 1920, uno de los grandes físicos de la historia, A Eddington,  escribe:

"Nos hemos apercibido de que allí dónde la ciencia ha alcanzado mayores progresos, la mente no ha hecho sino recuperar de la naturaleza aquello que la propia mente había depositado en ella. Habíamos encontrado una extraña huella en la rivera del mundo desconocido. Y habíamos avanzado, una tras otra, profundas teorías que dieran cuenta d su origen. Finalmente hemos logrado reconstruir la creatura que había dejado tal huella. Y ¡sorpresa!, se trataba de nosotros mismos."  

En un libro estrictamente técnico Chris J. Ishman del Imperial College de Londres  vincula este párrafo  con   aquel héroe de Borges que habiéndose propuesto  realizar una copia del mundo pasa  su vida construyendo imágenes de montañas, barcos, mares, provincias... para, llegada la hora de la muerte, apercebirse  de que sólo había logrado esbozar una copia de su propio rostro.

Este problema que no es otro que el de la realidad del mundo  y en el que convergen todos los interrogantes relativos a los principios rectores.  En esta reflexión sobre  tales principios  no he dejado de evocar aquello que Ortega y Gasset despliega en su libro Ideas y creencias y sobre todo La idea de principio en Leibniz... obra publicada póstumamente y para cuya culminación le faltaron quizás las fuerzas. [1]  ¿Y qué se propone Ortega en tal libro? Algo simplemente extraordinario.  De hecho no llega a hablar cabalmente de la cuestión planteada, no llega a tratar temáticamente  de Leibniz, aunque va prometiendo en  notas al pie de página que lo hará.  No llega  Ortega y Gasset a desentrañar nada y ni siquiera a sondear  el abismo que la interrogación a la que invita supone, pero tuvo  el gran valor de plantearla con total honradez  y la claridad de exposición que  le caracterizaba. 

Ortega se enfrenta  a la cuestión de los principios preguntándose por la universalidad de algunos de entre ellos, pero  también y sobre todo preguntándose  qué supone el hecho mismo de formular principios. Y en la medida en que  Leibniz encarna paradigmáticamente esta inclinación,  Ortega da  en el título protagonismo a este autor al que- como decía - le falto tiempo para interrogar.

Ortega ve en Leibniz  el paradigma de una especie de pulsión del pensamiento a explicitar principios. Y al  intentar decir algo sobre tal pulsión,  Ortega se distancia de la misma, su pensamiento ha de apuntar más allá de esos principios por cuyo origen se pregunta, Pero, ¿cómo ir más allá del fundamento? ¿cómo andar no ya  fuera de todo camino sino incluso más allá de la matriz de los caminos.? En esta tesitura nos sitúa la reflexión metafísica que sigue a la física cuántica. Los principios ontológicos, el sustrato de nuestra relación con la naturaleza, parecen en nuestro tiempo perder su firmeza y ello empezando por el principio fundamental del realismo. A la discusión de este extremo ha de llevar este recorrido por asuntos metafísicos, pero antes habrá que tratar de otras cosas.  

Víctor Gómez Pin, Asuntos metafísicos 23, El Boomeran(g), 07/11/2013

[1] Retomo ahora una anécdota personal (ya expuesta aquí con otro motivo) útil quizás para percibirse a la vez de lo interesante que fue para muchos de sus contemporáneos el pensamiento de Ortega y de los prejuicios con los que sin embargo era a veces abordado.
En los años en los que yo era estudiante en París, en las postrimerías del régimen de Franco y en razón de uno de los desmanes del mismo, visité a un grupo de filósofos(Althuser, Foucault) para que junto a otros intelectuales firmaran una carta de protesta. Aun vivía por entonces Jean Wahl, pensador francés  arrestado durante la ocupación nazi por su condición de judío, fugado del campo de internamiento de Drancy, resistente y ulteriormente exiliado a los Estados Unidos.
La extremada delgadez del filósofo (poco más de 40 kilos según me dijo  su mujer) testimoniaba de su delicadísimo estado de salud (de hecho falleció poco después) pero su lucidez era absoluta,  y no solo recordaba interesantatísimas situaciones vividas muchos años atrás , sino que reordenaba sus  impresiones   en función de informaciones y vivencias muy recientes.
Cuando le presenté la carta sobre España  y le dije que yo mismo era español, me preguntó, aun antes de firmarla,  si yo había leído a Ortega y Gasset. La verdad es que no lo había leído y así se lo dije, añadiendo ante su gesto de sorpresa que yo no había estudiado en España  y que mis profesores en París no me habían invito as su lectura. Jean Wahl me respondió que él mismo no lo había leído hasta muy poco antes, aunque lo había conocido mucho personalmente, sin que hubiera habido simpatía entre ellos. Jean Wahl había de hecho mantenido prejuicios respecto a su obra, los cuales sin embargo que se habían desvanecido por entero cuando, por circunstancia azarosas se había encontrado en sus manos con la traducción francesa de La idea de principio en Leibniz... última obra de Ortega.  Al empezar a ojearla su entusiasmo fue creciendo, y en estos últimos  de su vida el frágil y valiente Jean Wahl tenía a Ortega (el extraordinario Ideas y Creencias  entre otras obras) como uno de sus pensadores.

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