Un filòsof de "pacotilla": Albert Camus.
Ahí me empecé a complicar. Cuando vivía en Buenos Aires me dediqué a
leer un autor tras otro intentado escoger alguno que me interesara para
hacer la tesis. Rechacé a Camus, claro. Muchos me dijeron que era un
filósofo de pacotilla. Otros me dijeron que para hacer algo, era mejor
acercarse de los grandes: Heidegger, Hegel, Wittgenstein, o por qué no: dale otra vuelta a las categorías kantianas, Laura. (Apetecible, ¿eh?). Las
decisiones nunca han sido lo mío. Así que me pasé casi un año saltando
de un autor a otro. Como quien busca novio y tiene un máximo de citas
para decidir. Así que rechacé al primer novio, a Camus, porque me
dijeron que no era ni filósofo ni escritor. Se quedaba a medias. A mí,
que siempre me han gustado las cosas a medias, aquella objeción debió de
haberme convencido. Pero era más joven y aún creía que era mejor hacer
lo que los demás me decían. Así que rechacé al filósofo de pacotilla, a
ese Camí que aún no acertaba a pronunciar, y empecé a leer a Maurice
Blanchot. Con Blanchot no tuve problema para pronunciar su apellido. El
problema lo tenía en entenderlo y claro, eso era peor. De manera que
seguí con Proust. Y con él tenía otro problema: a pesar de que lo
entendía y de que el apellido me salía a la perfección, tardé cuatro
meses en terminar el primer tomo de la À la recherche. El
tiempo perdido. Sí, para mí, tiempo perdido fue el que empleé en leerlo.
Porque a Proust hay que leerlo con la madurez que no se tiene a los
veintitrés. O que al menos yo no tenía a los veintitrés. Y sigo sin
tener, pero eso es otra historia.
Un día, en una vieja librería de Buenos Aires –qué bohemio e
interesante me ha quedado esto- encontré entre una pila de libros
amontonados, un libro que nunca había visto. Se llamaba El primer hombre,
de Albert Camus. Y me lo compré. Así que llegué de nuevo a Albert Camus
como se llega a todo lo importante en la vida: por casualidad. Este
libro inacabado, el que él creía que iba a ser el inicio de su verdadera
obra, es el que, a mi juicio, redondea la trayectoria impresionante del
argelino. El libro es una búsqueda de ese padre ausente, de ese
progenitor que Camus no conoció y que fue, sin embargo, el primer hombre
de su vida. En esta obra vuelve a sus orígenes: a ese paupérrimo barrio
argelino en el que se crió y a esa madre analfabeta que nunca logró
comprender bien a que se dedicaba su hijo. Después de leer El primer hombre,
supe que quería y tenía que escribir sobre Camus. Me digo que al final
las cosas se imponen. Porque quería conocer a Camus, encontrármelo entre
sus líneas, en los márgenes de sus Carnets. Pero sobre todo,
me gustaba su voz en ese libro póstumo. Esa voz humilde que nos recuerda
que cuando nos hemos perdido es útil mirar atrás. No para detenernos ni
empantanarnos, sino para reencontrarnos con lo que fuimos.
El primer hombre está dedicado a su madre, “A ti, que nunca
podrás leer este libro”, porque su madre no sabía leer. Camus, que sí
que sabía, tampoco terminó de leerlo. Porque desgraciadamente no pudo
terminar de escribirlo. Ayer Camus hubiera cumplido 100 años. Sí, ese
chico de un arrabal de Argelia que me contó casi todo lo que sé de la
felicidad y del compromiso. Ese chico al que tanto le gustaba el fútbol y
que se convirtió en ese gran pensador que nos dijo a todos y de todas
las formas posibles, lo que era ser un hombre. Y esas cosas no
deberíamos olvidarlas.
Así que eso. Feliz cumpleaños, Albert Camus. Y gracias. Eso sí: me
sigue sin salir lo de 'Camí'. Así que cuando defienda la tesis voy a
pedir permiso al tribunal para pronunciarlo a la española. Camús. Sé que
a él no él no le importará.
Laura Ferrero, Querido Camus, fronteraD, 08/11/2013
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