Si no ets espiat, aleshores no ets res.
Para
espías, los de los ochenta. Entonces no se podía pinchar un móvil ni un
correo electrónico, que así cualquiera. Hoy hasta un chiquillo podría
escuchar las conversaciones de Angela Merkel con la tecnología de que
disponía Snowden en una subcontrata de la NSA. Y hasta los periódicos
amarillos de Murdoch acceden al buzón de voz de víctimas de crímenes.
Antes los agentes se jugaban el pellejo: adoptaban identidades falsas,
se ponían pelucas, hacían seguimientos en coches, observaban en
cafeterías tras un periódico (en los tebeos pintaban dos agujeros) o se
metían en la cama con alguien para sacarle algo. A veces hacían cosas
peores: secuestros, torturas, asesinatos.
Al menos son así los espías de The americans (ponga una hoz y un
martillo donde la c), que emite Fox, creación de un exagente de la CIA
llamado Joseph-Weisberg. Es una adictiva serie ambientada en los últimos
años de aquella guerra fría que vemos muy caliente, pero en lo
subterráneo. Las partes se cruzan golpes bajos, nadie lo sabe todo. Se
intuye la victoria final de Reagan, tiroteado y todo, y del capitalismo.
Los protagonistas son dos agentes soviéticos tan bien infiltrados
como vecinos de Washington que forman una familia ficticia con dos hijos
de verdad. Así que después de cada misión al límite, resuelta con
espectáculo, tienen que preocuparse de sus hijos adolescentes y
rebeldes, como tantos padres agobiados de entonces y de hoy. La serie
juega a que nos demos cuenta de todo lo terrible que ocurría en la
oscuridad mientras nos creíamos a salvo, como esos chicos que ni
siquiera sospechan que sus padres sean rusos, mucho menos que trabajen
para la KGB.
En cierto modo, la guerra fría daba certidumbres. Era
tranquilizador tener muy identificado a tu enemigo, pensar que los
líderes de cada lado controlaban la situación. Hoy el enemigo es una
cosa difusa, sin lugar ni nombre fijo. El enemigo es cualquiera. Y
también se espía a los amigos.
Claro que sigue habiendo agentes en misiones de riesgo, pero de
averiguar cosas se ocupan primero los hackers. Ya vivimos vigilados todo
el rato: por Google o Facebook, por las cámaras que filman cada paso
que damos, por el móvil que nos localiza cada minuto. ¿No nos iban a
espiar los espías? En esta dictadura de la transparencia, si no te
espían es que no eres nadie.
Ricardo de Querol, Espiando, El País, 10/11/2013
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