Festival de la confusió.

 

Nos rodean pantallas, verdaderas prótesis de los sentidos. Y sin ellas nos sentimos tan perdidos que algunos leemos los periódicos de papel como si fueran pantallas. Al fin resulta que la hiperinflación de comunicación nos convence de que vida e información son la misma película. Como actores de mil personajes cotidianos, cine y realidad se confunden. La política es un culebrón con sus mitos, héroes e iconos, que son, al fin, nuestros modelos y referencias. Ya existe el 'icono absoluto' que, como Lady Gagá, proclama: “Soy todos los iconos a la vez”. Sólo José María Aznar estaría a su altura. Los demás hacemos lo que podemos: aprendemos, mimetizamos o imitamos hasta normalizarnos como si fuera una fiesta.

No hablo de algo estrambótico: todo esto ya es normal. La última película de Woody Allen, Blue Jasmine, muestra protagonistas como nosotros: personajes de cine y vida real on work. Allen es severo: esta confusión engendra una inevitable locura. Su protagonista, la estupenda Cate Blanchett, recrea las 'radiografías sociales' del Tom Wolfe de su memorable Hoguera de las vanidades (1987). Wolfe —que nos visitará para comprobar si nos parecemos a los latinos de Miami— fue profético. Sus 'radiografías sociales' son hoy algo normal: una mujer entregada a la apariencia, esclava de la imagen y voluntariamente sufriente y desequilibrada. Esta locura literaria, al igual que su equivalente masculino, los muy imitados 'amos del universo', ya es algo normal en la vida real.


Lo contemporáneo más genuino está ahí: bajo la normalidad más normal anida, camuflada, una locura infinita. ¿Algo inocuo? De ninguna manera, esta normalidad que disfraza la locura es pura ideología. De ahí que hasta la manoseada transparencia política se muestre implacablemente opaca (véase la publicitada web 'transparencia.gencat.cat'). Un festival.

La vida y el cine, lo real y la apariencia, lo normal y la locura son cosa de cada día. “España es el vivo ejemplo de que los programas de ajuste de la UE y el FMI son un éxito si hay una fuerte identificación y un compromiso auténtico (del país) con las reformas”, dijo el sesudo Eurogrupo días antes de pedir una nueva reducción de salarios.

¿Estábamos en el fondo del pozo? Qué va: ¡somos un modelo de éxito! ¡Nos felicitan por nuestro apoyo a la austeridad empobrecedora que Rajoy legitima! Ha sido una película de terror transformada en fiesta, o sea, en un éxito de la normalidad. ¿Atónitos? Ya no. Uno se acostumbra a los plot points del guion de la película. Solo Berlanga hubiera sido capaz de traducirnos a algo comprensible esta avalancha de ideología camuflada.

El mejunje película/vida/locura/normalidad es un fenómeno universal y estamos a la altura. Lo anunciaron Chesterton y McLuhan: “Cuanta más información haya que digerir menos se sabrá". Hoy lo repite en un estupendo libro La sociedad de la transparencia (Herder) el filósofo coreano/alemán Byung-Chul Han: “La masa de información no engendra ninguna verdad. Cuanta más información se pone en marcha tanto más intricado se hace el mundo”. Y más opaco en su transparente e ideológica normalidad. Ya nada nos sorprende.

¿Política? Qué va. Puro sentido común, dicen. Normalidad. ¿Qué hay más normal que la Generalitat quiera vender la vivienda social de la que dispone el Incasol (miles de pisos) para construir, precisamente, vivienda social? Así se publicaba y se atribuía la idea a un conseller muy normal. ¿No hemos escuchado reiteradamente en los últimos cuatro años que “hay que despedir para crear empleo” o que hay que empobrecerse (austeridad) para crear riqueza? ¿No resulta tan normal que Oriol Junqueras se jacte de que puede parar una semana la economía catalana si da por normal el apoyo de todos los catalanes a la independencia? ¿No es perfectamente normal que el señor Rajoy necesite que un informe técnico le confirme que las cuchillas cortan? Unos y otros protagonizan una película grotesca que trata de normalizarnos y cambiar nuestra historia. Todos practican 'las leyes de la imitación' que enunció Gabriel de Trade (en ¡1890!), y lo que Galbraith definió en 1983 ('Anatomía del poder', reedición Ariel) como método para imponer el poder: amenaza, compensación, persuasión.

Un buen líder es hoy aquel que vuelve normal lo anormal. Aquel que, como explica Ton Engelhard en El fin de la cultura de la victoria (1993), fabrica una película tan buena como La guerra de las galaxias (1979) para que se expanda la hegemonía nacional americana como hizo Ronald Reagan y sus neocons a partir de 1980 y crear valores comunes. Un buen líder es quien se envuelve en la fantasía, forja mitos e iconos: no importa que mienta. La confusión le favorece: deja inermes a los ciudadanos, les entretiene con mil piruetas, normaliza el delirio y los deja perfectamente preparados para la 'indiferencia global' como la ha llamado el Papa Francisco. Cuando cualquier cosa es normal, el autoritarismo o el populismo pueden pasar por democráticos. Una fiesta.

Margarita Riviere, La fiesta de la normalidad, El País, 26/11/2013

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