La desaparició de la gitaneria de Triana.
Las tribus gitanas aparecieron por España a finales del siglo XIV,
entrando por el norte de la Península. En 1740 llegan a Sevilla y se
asientan en la margen derecha del río, en un arrabal llamado Triana.
Allí fueron herreros, la aristocracia del pueblo gitano; tratantes de
ganado, poseedores del don de la palabra; alfareros, matarifes o
carniceros. Pronto se hicieron indispensables para el Gobierno y el
Ejército, en una época de guerras permanentes, fabricando herraduras,
ruedas para los carros y hasta balas para los cañones; suministrando
caballos y animales de trabajo o atendiendo al reposo del guerrero.
Destruidas la morería y la judería de Sevilla por motivos religiosos, la
gitanería de Triana sufrió en 1749 la Prisión general de gitanos
decretada por Fernando VI. En esa fecha se apresaron a todos los gitanos
del barrio. Los hombres y niños mayores de siete años fueron conducidos
hasta los puertos de Cádiz para remar en las galeras reales o trabajar
en los arsenales. Las mujeres y niños pequeños fueron confinados en
recintos amurallados, como la alcazaba de Málaga, en un intento de
impedir la expansión demográfica de la raza gitana.
Pero los gitanos, una vez cumplidas sus condenas, volvieron a Triana
reconstruyendo sus fraguas y organizando la gitanería más importante del
país. En el Libro de la gitanería de Triana de 1750 ya se mencionan los
bailes gitanos de la época, muchos introducidos por los esclavos negros
de Sevilla y Cádiz: el cumbé, el guineano, el mandingoy o la zarabanda.
También nos habla de un canto de los galeotes, la queja de galera,
precedente de los primitivos estilos flamencos a cappella: tonás,
martinetes, livianas, carceleras…
De nuevo, tras la bonanza de las leyes de Carlos III, todo parecía
tranquilo en una Triana convertida en el crisol del arte flamenco a lo
largo de todo el siglo XIX y parte del XX, con míticas dinastías de
toreros y cantaores gitanos como los Cagancho y los Pelaos. Esta tregua
duró hasta finales de los cincuenta del pasado siglo cuando un nuevo
Torquemada, el gobernador civil don Hermenegildo Altozano, en
connivencia con el Ayuntamiento de la ciudad, ejecutó la más cruel y
miserable destrucción de la gitanería de Triana para especular con el
valor urbanístico de la margen derecha del río. La justificación
ideológica de esta maniobra fue la creencia de que dispersando a las
familias gitanas estas se integrarían más fácilmente. El efecto fue
justamente el contrario. Los gitanos exiliados de su barrio se hicieron
más endogámicos y etnocéntricos… Y Sevilla perdió su swing flamenco. Las
familias gitanas fueron conducidas a barracones y casas prefabricadas,
sin agua ni sanitarios, dispersas por el extrarradio de la ciudad. Allí
se mezclaron con gitanos canasteros y andarríos de una cultura muy
diferente, y con los marginados de toda la vida, hasta que se agruparon
en ese disparate urbanístico llamado Las tres mil viviendas. En este
peligroso barrio de Sevilla los gitanos trianeros han ido perdiendo su
cultura y su identidad y están siendo azotados por la aparición de las
drogas y la delincuencia, comportamientos muy ajenos a la ética de la
gitanería de Triana, donde un Senado, emanado de los antiguos clanes de
herreros, controlaba a este ingobernable pueblo.
La desaparición de la gitanería de Triana ha tenido una
repercusión inevitable en el ambiente flamenco de Sevilla. Se acabaron
las madrugadas morenas al otro lado del río. Los corrales de vecinos.
Las reuniones de vino blanco y pan para celebrar la vida. Se perdió una
integración madurada durante cinco siglos. Desaparecieron esas dinastías
de gitanos trianeros que caracterizaban al barrio con su elegancia y su
alegría dentro de la pobreza. Hoy, para encontrar esos brotes de arte,
tenemos que rebuscar por Jerez de la Frontera, la ciudad de los gitanos
para Lorca. Allí han desaparecido algunos corrales del barrio de
Santiago o San Miguel, pero se conserva una comunidad solidaria e
integrada que no nos llama payos, palabra ofensiva en boca de un gitano,
sino gachés, la correcta denominación en su lengua de origen, el
romanó.
Ricardo Pachón, Cómo se bailaba en Triana, Babelia. El País, 09/11/2013
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