La salut també és contagiosa.
by Pat Rocha |
Si la educación es la mejor política social, la más
inclusiva, el fundamento de la equidad, el conocimiento de la palabra,
su buen uso, su amor y su cuidado es una clave decisiva de incorporación
social. No hay cuidado de sí sin cuidado de la palabra, que asimismo
consiste, en definitiva, en decir con nuestra manera de vivir. Una vez
más, un valor solo es valor si se hace valer. Únicamente vale, en tanto
se vive. En tanto que a la par hace y se hace valer. En tanto que somos
arriesgados y valientes para vivirlo. Un valor sólo es real encarnado en
una forma de vida.
Hemos asistido a la malversación de algunas palabras, a su
apropiación, a la manipulación del lenguaje y a su uso subrepticio como
un modo de gran exclusión. Es preciso recuperar la palabra perdida y silenciada
y por eso es necesario reverdecer, ante la vergüenza de las palabras
acalladas, trastornadas, la cultura y la educación como formas de vida. Y
así crear condiciones para el debate constructivo, para la discusión
pacífica, para la decantación de lugares comunes, para la democracia
deliberativa, en suma.
Y en un contexto de lenguajes acartonados, previsibles, hemos de renovar la conversación pública
y tratar de comprender y de explicar, con convicción, sin buscar
doblegar ni dominar. Se requiere toda una cultura de servicio, de
respuesta, de responsabilidad y generar equipos coordinados y elaborar
trabajos realistas y concretos, capaces de dar respuesta. Se precisa
participación y ejemplaridad e instituciones justas. Es decir, hace
falta escuchar y crear espacios compartidos (que no son los de tomar mi
parte, sino los de formar parte, que no son los de repartir, sino los de
distribuir). Y se necesita dejar hablar, esto es, crear condiciones
para la palabra de todas y cada una, de todos y cada uno. La indiferencia no es salud.
El aislamiento, la desvertebración, la arrogancia de la autosuficiencia, la percepción del otro como alguien que ha de ser abatido, asimilado y reducido, el descuido de uno mismo y de los demás, la desconsideración para con el legado recibido son expresión de una salud deficitaria y preludian una inviable sintonía. El extravío de lo común es ya tanto un síntoma con un previsible pronóstico. Y la garantía de que no habrá efectiva singularidad sino abstracta individualidad. Y ello expresa esa pérdida de amistad y de comunicación que cabe denominar falta de solidaridad y que implica un modo de intervención y de acción exclusivamente en beneficio propio. La inequidad, la desigualdad son expresión de una frágil salud y más aún la falta de decisión y de implicación para afrontarlas en su radical deriva.
Brota así el riesgo de una estulticia que, con independencia de cada
actitud personal, podría llegar a ser compartida, la de la
insensibilidad para lo social, lo político y lo público, entreverados en
mis excusas que pretenden ignorar la enfermedad que va contagiando
espacios y vidas. Y esa insensibilidad puede deberse a la aceptación del
estado de cosas o a la indiferencia para con él. O a otra experiencia,
la de una carencia. En esto también, como Kant señala, “la honradez es la mejor política”, la condición política, la condición de la política. Y su ausencia es asimismo dolencia, incluso infección.
El decir singular, insustituible, que se nutre de nuestra acción y la sostiene y concreta, que no es al margen de ella, preludia la decisión y acción compartidas, y es terapia para la salud social cuando, en efecto, cuidada y cultivada viene a ser conveniente, convincente y justa. No solo la enfermedad es contagiosa, también la salud puede serlo.
Ángel Gabilondo, La salud social, El salto del Ángel, 29/11/2013
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