Maite Larrauri: "la filosofia és fonamental a secundària perquè els joves aprenguin a caminar sols"
by Max |
Platón no quería que la filosofía se enseñara a los jóvenes. En el libro VII de La República, el
personaje Sócrates le explica a Glaucón que a la filosofía hay que
llegar tarde, no antes de los 35 años. De hacerse antes, la educación de
los jóvenes se malogra.
Para
que Glaucón le entienda, Sócrates establece una comparación. Imagínate
–le dice– que un muchacho adoptivo ignora que lo es. Respetará a sus
padres adoptivos, y la autoridad de estos prevalecerá sobre la de
cualquier otra persona, mientras siga creyendo que ellos son sus
verdaderos padres. Ahora bien, si descubre que no lo son, y al mismo
tiempo se enfrenta a no poder saber quiénes son los verdaderos, dejará
inmediatamente de obedecer a sus padres adoptivos, y se dejará arrastrar
con facilidad hacia otras influencias.
Esto mismo es lo que sucedería si a un muchacho joven lo introdujéramos en la filosofía. Esta le enseñaría que aquellos principios en los que se ha basado su vida hasta el momento son falsos (como
los padres adoptivos), y, no pudiendo conocer los valores verdaderos
(porque es demasiado joven y eso requiere tiempo), se dejará llevar por
“los principios del placer”. Se volverá discutidor, no aceptará autoridad ninguna (puesto que ha descubierto que están basadas en la falsedad), disfrutará rebatiendo ideas de
los más mayores (ahora sabe cómo argumentar), se convertirá en alguien
para quien la verdad y el bien no significan nada: para él, la verdad
que se hace llamar tal sería mentira, y la auténtica verdad (como los
auténticos padres), como si no existiera.
Con
estos argumentos y otros parecidos han hecho valer sus razones quienes
piensan que la filosofía no debe enseñarse en el nivel de secundaria,
antes de la Universidad.
“Primum vivere deinde philosophari”
dice una máxima latina. Como muchas otras sentencias y usos cotidianos
de las palabras “filosofía” y “filosofar”, esta también deja implícito
el sentido según el cual la filosofía es especulación, teoría,
abstracción; en todo caso algo alejado de las actividades de la vida
normal y corriente. Incluso cuando se dice “tómate las cosas con
filosofía”, se alude a una paciencia fruto de la edad. Por eso primero
hay que vivir y solo después filosofar, porque primero es estudiar y
trabajar y tener experiencia y, en la madurez, llega el tiempo de la
reflexión.
Pero, como filósofos hay muchos, utilizaré un texto de Kant para criticar a Platón. Entre
ambos median alrededor de 22 siglos de distancia. Y sobre todo, en
tiempos de Kant, se estaba gestando la primera revolución consciente de
la humanidad. En plena efervescencia de esas nuevas ideas, cinco años
antes de la Revolución Francesa, Kant escribió para un periódico un
artículo que respondía a la pregunta ¿Qué es la Ilustración?. Defiende
sin fisuras que los humanos poseen una razón que les permite dirigir sus propias vidas, si se atreven a ello. La libertad es cuestión de valentía, la
que hace falta para contrastar con el propio entendimiento cualquier
imperativo de carácter moral, religioso o terapeútico. Critica a una humanidad que todavía se comporta como si fuera menor de edad, que prefiere, por comodidad o por miedo, obedecer a otros antes que ser responsables de sí mismos.
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“Como si fueran menores de edad”: porque no lo son, o más bien naturalmente no lo son. La minoría de edad es una relación construida históricamente, en la que, como en toda relación, hace falta dos partes: hay menores de edad porque hay quien se erige en tutor (y los tutores, desde luego, tienen interés en seguir siéndolo).
Esta
relación es todavía más visible, según Kant, si pensamos en términos de
diferencia sexual: son pocos los varones que osan pensar por sí mismos,
pero de entre las mujeres no hay ninguna. Al margen del punto de vista
estrictamente masculino que le lleva a hacer esa contundente afirmación
(algún beneficio extraería Kant de su condición de varón), cierto es
que hasta el siglo XX las mujeres han sido consideradas, todas ellas, "como si fueran menores de edad", y las que se han salido del molde han tenido que arrostrar serias dificultades.
Así
pues, según Kant la totalidad de las mujeres y la gran mayoría de los
varones se “apoyan en andaderas” para caminar; es decir, siguen las
directrices de los tutores (ya sean estos médicos, sacerdotes,
autoridades políticas o morales) para conducir sus vidas. Los tutores,
conscientes de que no serán obedecidos si no es infundiendo una cierta
cantidad de miedo, asustan a los comunes mortales sobre los enormes
peligros de la libertad. Kant opina, sin embargo, que si se abandonan
las andaderas, son posibles las caídas, pero no son graves, y, poco a
poco, los humanos aprenderán a caminar sin ayuda, por sí solos.
Hoy
en día es indiscutible que queremos para nuestros hijos una vida en
libertad. Y la sociedad reconoce muy temprano la responsabilidad de los
jóvenes, varones y mujeres, para votar, para trabajar, para pagar
impuestos, para decidir dónde y con quién quieren vivir. Legalmente
dejan de ser menores de edad mucho antes de lo que sucedía en tiempos
pasados.
No
podemos, como quiere Platón, dejarlos en la ignorancia acerca del papel
crítico del pensamiento, pero tenemos que prepararlos para que se
conviertan en buenos ciudadanos. No podemos seguir haciéndoles creer en la existencia de autoridades indiscutibles, pero necesitan un cierto entrenamiento para que efectivamente las caídas sin andaderas no sean irreversibles.
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Kant piensa que se trata tan solo de quitar las andaderas y dejarse guiar por la luz de la propia razón, pero tres siglos después sabemos que no es tan fácil. Hay más autoridades que las visibles representadas por las instituciones políticas, culturales, religiosas, familiares o educativas. Los jóvenes obedecen a ciertas corrientes de opinión sin darse cuenta, sin ser conscientes de esta obediencia (también los adultos, sin duda, pero constatarlo es una argumento más a favor de la necesidad de la enseñanza de la filosofía). La supeditación a la moda es un ejemplo menor, pero tendría que darnos una idea de lo poco libres que son, aunque aparenten lo contrario. Y eso se aplica también a sus tempranas ideologías.
La filosofía como enseñanza obligatoria en los niveles de secundaria es fundamental para que los jóvenes aprendan a caminar por sí solos. Siempre que se cumplan algunas condiciones.
En primer lugar, sus contenidos curriculares tienen que ser eminentemente prácticos, es decir, lo importante es un saber hacer, un saber cómo más que un saber qué.
En
segundo lugar, hay que pensar que la filosofía está dirigida a una
población muy amplia puesto que, afortunadamente, es una materia
obligatoria en nuestro país. No puede ser pensada como una preparación a una carrera de filosofía, ni siquiera como una preparación a estudios universitarios.
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La filosofía enseña un punto de vista, descubre, por así decirlo, que el mapa no es el territorio. Que nuestras vidas (nuestros territorios) están apoyadas en presupuestos, en creencias, en evidencias (los mapas en los que disponemos nuestras experiencias). Si los estudiantes aprenden a ver las premisas que con autoridad guían sus acciones, podrán adoptar un punto de vista crítico frente a ellas. Quizá se vuelvan más escépticos, pero la libertad con la que afortunadamente enfrentan sus vidas les da la posibilidad de guiarse a sí mismos sin ser unos cínicos.
No se fiarán tan fácilmente de lo que otros hayan dicho o escrito, y se entrenarán en desvelar igualmente las premisas de sus propias evidencias, esas que, de tan arraigadas, no les permiten ver el mapa con el que representan su propio territorio.
Pero
en un mundo abierto a experiencias muy variadas, los chicos y las
chicas jóvenes no están supeditados a los límites de sus tribus. Pueden
viajar en todos los sentidos de la palabra, pueden explorar territorios que no son los que están marcados por los colores de sus mapas. Y eso tiene un enorme valor, independientemente de las opciones futuras de los estudiantes, porque la enseñanza obligatoria forma a ciudadanos.
La escuela democrática tiene sus ideales: quiere que los ciudadanos mejoren, que no repitan errores y vicios del pasado, que
participen a hacer de esta vida algo más hermoso y más justo. Para eso
tienen que ser individuos pensantes, y pensar es saber que un mapa es solo un mapa.
Maite Larrauri, Los jóvenes aprenden con la filosofía que los mapas no son el territorio, Ayuda al estudiante, 14/11/2013
Maite Larrauri, Los jóvenes aprenden con la filosofía que los mapas no son el territorio, Ayuda al estudiante, 14/11/2013
NOTA SOBRE LA AUTORA
MAITE LARRAURI
ha sido profesora de Filosofía en institutos públicos durante 36 años y
está actualmente jubilada, pero conserva su intensa actividad
intelectual y pedagógica, acorde con la conciencia y energía activista
que desde su juventud la llevó a militar en el antifranquismo y el feminismo.
Tradujo e introdujo en España el feminismo italiano de la diferencia. Ha publicado en revistas como Archipiélago, Revista de Occidente, Cuadernos de Pedagogía o Disenso
y sobre autores como Foucault, Spinoza, Kierkegaard, Bergson, Nietzsche
o Weil. También ha sido colaboradora de EL PAÍS y actualmente es colaboradora habitual de la revista Frontera D.
Junto al dibujante Max, ha lanzado en la editorial valenciana Tàndem una colección que considero muy interesante y más que oportuna en estos tiempos, Filosofía para profanos. Tiene su prolongación en este blog, que recomiendo visitar. Aquí la tenéis también en Facebook.
En esta colección ha publicado El deseo según Gilles Deleuze, La sexualidad según Michel Foucault, La libertad según Hannah Arendt, La guerra según Simone Weil, La felicidad según Spinoza, El ejercicio según Marco Aurelio, La potencia según Nietzsche, La amistad según Epicuro o La educación según John Dewey. Y sus correspondientes ediciones en catalán.
Había leído ocasionalmente a Maite Larrauri, y me animé a pedirle que escribiera para el blog cuando leí en Frontera D este artículo suyo sobre la película Hannah Arendt, de Margarethe Von Trotta, que acababa de ver ese mismo día y me había gustado mucho.
En
el artículo habla de la necesidad de pensar (sea cual sea nuestro nivel
de inteligencia: inteligente idea). Fue una idea que me encantó, sobre
todo porque hoy día parece bastante necesario recordarla. De vez en
cuando, también a uno mismo, porque cada día es más evidente que el
entorno conspira contra el pensamiento.
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