El passat per davant.

by Pablo Amargo
Que yo sepa, el primero en formular la idea fue, en 1919, T. S. Eliot, en La tradición y el talento individual. Allí se argumenta que toda obra de arte en verdad nueva no sólo supone una ruptura con el pasado, sino que altera el pasado mismo. Que las grandes obras de arte modifican el futuro es obvio; pero, ¿pueden también modificar el pasado? ¿Es el pasado modificable? En 1951, Jorge Luis Borges retomó e ilustró esa idea provocadora, y en Kafka y sus precursores sostiene que todo escritor crea a sus precursores, porque su labor, igual que modifica el futuro, modifica nuestra concepción del pasado; para demostrarlo, Borges aduce una serie de piezas heterogéneas –de Zenón, de Han Yu, de Kierkegaard, de Browning, de Bloy, de Lord Dunsany– que se parecen a Kafka, aunque no todas se parecen entre sí. Esto último es lo esencial: “En cada uno de esos textos está la idiosincrasia de Kafka (…), pero, si Kafka no hubiera escrito, no la percibiríamos; vale decir, no existiría”. Sobra añadir que la lista de obras kafkianas anteriores a Kafka propuesta por Borges no es completa: la historia de un hombre que intenta en vano averiguar de qué delito se le acusa (El proceso) o para qué le han contratado en un castillo al que no puede entrar (El castillo) obliga a leer de un modo distinto la historia del capitán de barco que, en Moby Dick, intenta en vano matar una ballena blanca, o la de los dos oficiales napoleónicos que, en Los duelistas, se desafían a lo largo de décadas sin que lleguemos nunca a saber del todo qué desavenencia los convirtió en enemigos a muerte. Por no apartarnos de Melville y Conrad, nosotros ya no podemos leer Bartleby, el escribiente ni El corazón de las tinieblas sin sentir que ambas son historias kafkianas. Kafka es quien es no sólo porque su visión del mundo impregna gran parte de lo que se escribió después de él, sino también gran parte de lo que se escribió antes. 

Lo anterior –ya lo advirtió Eliot– no vale sólo para la literatura; vale para el arte en general: Picasso cambia la pintura de Velázquez y, a su vez, Bacon cambia la de Picasso, igual que Bergman cambia el cine de John Ford y Woody Allen el de Bergman. ¿Vale esto también para la historia? ¿Los grandes acontecimientos cambian también el pasado? Mi impresión es que sí. No es que cambie el pasado en sí mismo (nada alterará los hechos que integran la vida de Julio César, ni que la revolución rusa estalló en 1917 y la guerra civil española en 1936, igual que nada alterará en lo esencial el texto de Moby Dick o las pinceladas de Las meninas); lo que cambia es nuestra percepción del pasado: es decir, por usar los términos de Todorov, no la “verdad de adecuación” –la correspondencia exacta entre lo que decimos y los hechos: “César murió el 15 de marzo del 44 a. C.”–, sino la “verdad de desvelamiento” –la que nos permite captar el sentido de los hechos–. Mi impresión es que sí, digo, pero nunca me animé a escribirlo; ahora, gracias a mi amigo Javier Santana, me entero de que Slavoj Zizek acaba de hacerlo. En efecto, en un ensayo titulado ¿Aún es posible hoy ser hegeliano?, Zizek afirma que el presente nunca es sólo presente, sino que abarca una perspectiva sobre el pasado; éste es modificado por todo gran acontecimiento histórico: así, tras la desintegración de la Unión Soviética, para la mayoría triunfante la revolución rusa ya no es el inicio de una nueva era de progreso, sino un catastrófico desvío de la historia que llegó a su fin en 1991; de igual modo, el cruce del Rubicón hizo que la vida previa de César apareciera como una mera preparación de su papel en la historia del mundo. ¿Y no dota la Guerra Civil de un sentido distinto a las guerras carlistas, o a nuestra entera historia moderna? ¿Y no dota la Transición de un sentido nuevo a la Guerra Civil? Así que lo que vale para la literatura y el arte en general vale también para la historia. ¿Valdrá incluso para nuestras meras biografías? Si así fuera, un hecho indigno podría arruinar una vida correcta, y un hecho digno podría salvar una vida miserable. Si así fuera, existiría la redención, o algo muy parecido. Sería bonito. Añadamos que lo más probable es que Kafka –quien escribió que hay una cantidad infinita de esperanza, sólo que no para nosotros– no creyera en ello 

Javier Cercas, El pasado cambiante, El País semanal, 24/11/2013

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