L'acció política des del punt de vista de tres pensadores.
En La República, Platón afirma
que los mejores gobernantes son aquellos que no quieren serlo. Y con
esta aparente contradicción quería hacer ver que los que aspiran a
gobernar para cambiar de vida y disfrutar de riquezas y honores
materiales no serán nunca buenos gobernantes, ya que lo que desean está
demasiado vinculado a aspiraciones personales. En cambio, aquellos que
tienen la vida que desean y en ella son felices (Platón piensa que esa
es la vida de los filósofos) no querrán abandonar su forma de vida para
adoptar otra, ya que se sienten ricos de bienes preciosos (el estudio,
la meditación, el conocimiento), y por ello vivirán su paso por la
política como un deber ciudadano, anhelando volver a sus vidas lo más
pronto posible.
Con todas las distancias, la reflexión
nos sirve. No en lo que tiene de separación entre la teoría y la
práctica, la vida intelectual y la acción política, pero sí en la
explicación que hace del impulso de la mayoría de los políticos a
desarrollar toda su vida vinculada a algún cargo público.
En realidad, es muy difícil saber quién
no está muy apegado a los privilegios materiales hasta que no se hace la
prueba. Ante esta situación, la respuesta es fácil: debemos inventarnos
un sistema que no permita la continuidad en la vida pública. Esta
prioridad ha sido invisible hasta hace bien poco, a pesar de que es un
lastre que arrastran los partidos (todos) casi desde su formación.
Curiosamente no fue invisible, por motivos diferentes, para tres mujeres
(entre otros pensadores): Rosa Luxemburg, Simone Weil y Hannah Arendt.
Rosa Luxemburg se opuso a Lenin porque
este pensaba que una buena organización era la condición para la acción.
Ella siempre priorizó la acción. Por eso criticó asimismo al Partido
Social Demócrata alemán, al que sin embargo pertenecía: le parecía
ridículo el método de Kautsky para educar al pueblo, consistente en dar
conferencias. Es la acción revolucionaria la que educa, esa revolución
que según sus propias palabras “fue, es y será”.
Simone Weil afirmó que los partidos eran
como iglesias que buscan adeptos, pero no permiten a las personas pensar
por sí mismas. Proponía ser laicos en política y buscar formas
democráticas diferentes. Le habría dado risa escuchar hoy a algunos
políticos que se creen demócratas porque pertenecen a un partido y han
sido votados. Como si la democracia se limitara a eso.
Hannah Arendt siempre valoró las
organizaciones salidas de la lucha, como los consejos revolucionarios.
Casada en segundas nupcias con un espartakista, Heinrich Blücher, piensa
que son los movimientos de masas los que anuncian algo nuevo en el
panorama político. La Historia tiene sus momentos luminosos en los
períodos revolucionarios. Estos no duran más allá de un tiempo
relativamente corto, son como un milagro, pero los ha habido, así que es
realista esperar de nuevo uno.
Maite Larrauri, ¿Existe una clase política?, Filosofía para profanos, 27/03/2013
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