El preu de la democràcia.

En una carta al director de este periódico, Concha Fernández resume lo que mucha gente piensa: dada la crisis que padecemos y dado que todos los senadores pueden expresarse en castellano, “¿no es una frivolidad derrochar 250.000 euros de las arcas del Estado en traducciones innecesarias? (…) Señores senadores, ¿de verdad les resulta imprescindible usar su lengua autonómica despreciando el coste que ello conlleva?”. La respuesta a esta última pregunta es evidente: no resulta imprescindible; la respuesta a la primera, en cambio, me parece más compleja. 250.000 euros son mucho dinero, aunque lo cierto es que apenas representan un 0,5% del presupuesto anual del Senado (y, por cierto, un 0,006% del dinero que el Estado entrega cada año a la Iglesia); es verdad que a veces no sabemos muy bien para qué sirve el Senado –de la Iglesia, mejor no hablar–, pero no es menos verdad que en teoría es una cámara de representación territorial y que, por lo tanto, no parece insensato pedirle que refleje la diversidad lingüística de nuestro país. De todos modos, la señora Fernández sigue teniendo razón: 250.000 euros son 250.000 euros. Para esta evidencia no tengo respuesta, salvo que de entrada la democracia es cara; en cambio, la dictadura es de entrada baratísima: en una dictadura no hay senado, ni congreso, ni partidos políticos, ni elecciones libres, ni campañas electorales, ni comunidades autónomas, ni nada de nada. Por eso, cuando llegan las crisis y todo el mundo se lanza a ahorrar, las dictaduras triunfan; por eso, durante la última gran crisis, en los años treinta, el mundo se llenó de dictaduras que al principio parecieron una ganga y al final costaron 50 millones de muertos.

No me malinterpreten: no digo que la democracia dependa de que sus señorías se pongan el pinganillo; digo que está bien que se lo pongan. La historia de este país es la que es y, nos guste o no, no podemos cambiarla: como mínimo durante el último siglo, en España la libertad y el progreso han estado vinculados al reconocimiento de su pluralidad, y la tiranía y el atraso, a la imposición de la unidad. Aznar tiene razón, aunque sólo en parte: el Estado de las autonomías es muy caro, pero en estos 30 años nos ha salido baratísimo, porque le ha proporcionado a este país las tres décadas de mayor libertad y progreso de los tres últimos siglos. Esto no es triunfalismo: es sólo un intento de no perder de vista la realidad; la realidad de la historia y la realidad actual. Que es de lo que se trata con el pinganillo.

Javier Cercas, El precio del pinganillo, El País semanal, 20/02/2011
http://www.elpais.com/articulo/portada/precio/pinganillo/elpepusoceps/20110220elpepspor_2/Tes?print=1

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