La política i la ciència política.

Para los politólogos, el estudio de la política es una ciencia (o al menos eso nos gusta pensar). Pero para los políticos, la política solo es, según la observación ya clásica de Charles Lindblom, "la ciencia de salir del paso". Ningún político debería sentirse ofendido; más bien al contrario, se trata de una metáfora bastante honorable de algo que, como vemos todos los días, es mucho más mundano y, seguramente, mucho más desesperado. Véase si no el caso de Obama. Hete aquí al presidente que mejor ha ejemplificado los grandes ideales y proyectos subyacentes al sueño americano convertido en un mero taponador de derrames y filtraciones: desde la crisis económica que sucedió al hundimiento de Lehman Brothers al descomunal vertido de BP en el golfo de México, sin olvidar, claro está, la sangría electoral sufrida en las elecciones de noviembre y la más reciente filtración de los telegramas de su Departamento de Estado. A este lado del Atlántico las cosas no son muy diferentes: el gran derrame financiero estadounidense inundó primero de deuda nuestros sectores públicos y ahora desborda al sector privado. Mientras Papandreu intenta rescatar a una Grecia anegada en sus mentiras contables, Irlanda naufraga en la deuda de sus bancos y Portugal y España contienen la respiración al ver las aguas subir. Si la política es como el agua, no es casualidad que se compare con la fontanería: cerrar, tapar, canalizar.

Desde Aristóteles, los politólogos se han empeñado en buscar patrones y en elaborar modelos que expliquen la política. Mientras tanto, los políticos se han limitado a gestionar los acontecimientos sin prestar mucha atención a las ansias teorizadoras de los estudiosos de la política. La ambición de estudiar la evolución de nuestras sociedades desde una perspectiva tan amplia como afirmaba el descomunal título de la obra de Charles Tilly ("grandes estructuras, procesos amplios, comparaciones enormes") ha tenido que vivir siempre en pugna con la despectiva afirmación de Macbeth de que la vida es solo "ruido y furia, cuento contado por un idiota que nada significa". Lo mismo se puede decir de las relaciones internacionales, un ámbito donde, una y otra vez, las grandes teorías han tenido que soportar la humillación de ver cómo el tránsito de una época a otra ha quedado en manos de unos pocos individuos actuando por cuenta propia, desde Gavrilo Princip a Mijaíl Gorbachov u Osama bin Laden.

Las grandes tendencias que abren la próxima década están ahí y son reales: la configuración de un mundo posamericano centrado en Asia y pivotando en torno al auge de China; el declive económico y demográfico de Europa; la resurrección de Rusia; la emergencia de países como Brasil, India o Turquía; o la enorme dimensión y profundidad de la nueva competición planetaria por los recursos básicos, sean combustibles sólidos, alimentos, minerales extraños o el mismo Internet, que es lo que conecta todos esos procesos. Sin embargo, por imparables que sean todos esos fenómenos (es cierto, han llegado para quedarse), desconocemos totalmente cómo se interrelacionarán entre sí y en qué tipo de patrones de conflicto o cooperación desembocarán. Al fin y al cabo, como señala Andrés Ortega en La fuerza de los pocos, nuestra época se caracteriza tanto por una profundización inimaginable de la globalización como por el resurgimiento en paralelo de las identidades minoritarias y el incremento de la fragmentación cultural e ideológica. Así pues, en las grietas de la globalización anidan elementos que pueden tener un impacto transformador considerable: igual que el califato virtual puesto en marcha por unos pocos radicales yihadistas no estaba en la pizarra (de tiza) donde imaginábamos el siglo XXI, hay una multitud de acontecimientos que no podemos prever pero que pueden forzar cambios de timón importantísimos en el rumbo del siglo. El cabo Manning y Julian Assange son la tuerca y el tornillo que han engranado las filtraciones de Wikileaks, pero es Internet el que ha permitido que las filtraciones tuvieran un impacto tan importante. Internet permitirá a los pocos influir sobre los muchos, razón por la cual será el próximo campo de batalla de la política global. Por eso, aunque nos gustaría que la política fuera el plan que los políticos tienen para anticipar y configurar el futuro, la mayoría de las veces la política seguirá siendo poco más que la respuesta improvisada a unos acontecimientos empeñados en derramarse.

José Ignacio Torreblanca, Derrames y filtraciones, El País, 24/12/2010

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