El balanç d'una època plena de merda.

 


En los últimos tiempos, una larga cadena de huelgas de limpieza proporciona la expresiva imagen de nuestra coyuntura orgánica. Las basuras cubren las calles de la ciudad o los pasillos de los hospitales, las escuelas públicas y no importa qué dependencias sagradas. En cualquier momento volverá a repetirse el escenario de las basuras como protagonistas de la ciudad porque una enfermedad, más allá de lo visible, induce sin remedio a esta masiva defecación del sistema. De hecho, podría tomarse estas huelgas como una protesta más en medio del malestar, pero la suciedad es, por sí misma, algo más que un hecho confinado. Lo sucio enseña la insidia interna o intestinal del sistema y su presencia crean alusiones tan oscuras como pestilentes.

La limpieza de las superficies, cualquiera que sea su clase es, en cambio, semejante al vacío mágico (espíritu santo) que guarda el espacio tridimensional, y ambos se alían para conformar la arquitectura del progreso. Sobre la base limpia e iluminada nace la creatividad, tal como el lienzo en blanco llevaría, en manos de un artista, a un resultado efectivo y bienaventurado. A partir de esa plataforma brota la feracidad del cuadro, de la máquina o de la mente. Sin este vacío (vacío puro y originario) derivaría cualquier mamarracho estético, correlato de la ideología sin ideación y de la coyuntura sin otra propiedad que su crisis.

Igualmente, sin un primer vacío luciente, toda teoría acaba en una feria de máscaras. Tanto es así que la inexistencia del vacío primero y auténtico —igual a la conciencia exigente— mata la producción de la ciencia y de todas las creencias que la merodean.

La crisis actual es policéntrica, pero comporta precisamente la consecuencia de haber perdido su tejido transparente, sea este igual a la honestidad o la exaltación de la honra sin antifaces.

Todos los órdenes afectados por montañas de suciedad, atestados de bolsas negras arrugadas, apiladas y malolientes, acaban descomponiéndose frente al sol y sustituyendo la organización por el caos, el caos por la ignominia y el sistema por el accidente.

De ahí que la pulcritud primordial, tanto del vacío tridimensional como del plano, requieran, en la construcción, material o no, un desarrollo que eluda, gracias a su pulcritud, la angustia del vómito y sus rastros agrios.

Ser limpio de corazón es el tropo que alude a un ser cimentado en el hueso humano y, por tanto, ajeno a la tufarada nauseabunda del yo. Ser limpio de corazón es lo contrario a la cadencia de la contabilidad opaca y a la biliosa maniobra del dinero (o jugo) negro.

La firmeza del zócalo, la belleza encantada de la bóveda, la rectitud de un pilar componen una parte decisiva de la secuencia arquitectónica que afianzará en su desnudo la clave de su belleza y de su natural beneficencia.

La vida limpia, sin corrupción, asciende hacia vidas más complejas. La corrupción, por el contrario, promueve, en su interior, un lastre mortal y, en su exterior, el rostro de lo ominoso, la cara de los grandes explotadores intoxicados por la desaforada acumulación de su dinero o su excremento. He aquí, por tanto, el balance de esta mórbida época de mierda.

Vicente Verdú, El cero y el excremento, El País, 01/02/2014

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