Giorgio Agamben: "Crisi vol dir obeïu!".

Giorgio Agamben
“Crisis” y “economía” no se usan hoy en día como conceptos sino como palabras de orden que sirven para imponer y obligar a aceptar medidas y restricciones que la gente no tendría porqué aceptar. “Crisis” significa hoy ¡debes obedecer!” Creo que es muy evidente para todos que la llamada “crisis” viene durando decenios y no es otra cosa que la normalidad con que funciona el capitalismo de nuestro tiempo. Un funcionamiento que no tiene nada de racional.


Para comprender lo que está sucediendo, hay que interpretar al pié de la letra la idea de Walter Benjamin según la cual el capitalismo es ciertamente una religión, es la más feroz, implacable e irracional religión que haya existido jamás porque no conoce ni tregua ni redención. En su nombre se celebra un culto permanente cuya liturgia es el trabajo y su objeto el dinero. Dios no ha muerto, se ha convertido en dinero. La Banca con sus grises funcionarios y sus expertos – ha ocupado el lugar de la iglesia y de sus curas y gobernando el crédito (incluso los créditos estatales, que han abdicado fácilmente su soberanía) manipula y administra la fe – la escasa e incierta fe – que aún le queda a nuestro tiempo. Por otra parte que el capitalismo sea hoy en día una religión, nada lo muestra mejor que el título aparecido en un gran diario nacional hace pocos días: “salvar al Euro a cualquier precio” Ya “salvar” es un concepto religioso pero ¿qué significa “a cualquier precio”? ¿Aún al costo de sacrificar vidas humanas? Solo en una perspectiva religiosa (o mejor dicho seudoreligiosa) se pueden hacer afirmaciones tan paletamente absurdas e inhumanas.


La crisis que está atravesando Europa no tiene que ver tanto con un problema económico como se quiere hacer creer sino ante todo una crisis de la relación con el pasado. El conocimiento del pasado es el único camino de acceso al presente. Es buscando entender el presente que los hombres – por lo menos los europeos – se sienten obligados a interrogar al pasado. He precisado “nosotros los europeos” porque me parece, admitiendo que la palabra Europa tenga sentido, como parece hoy en día evidente, ese sentido no puede ser ni político, ni religioso y tanto menos económico pero consiste en que el hombre europeo – a diferencia por ejemplo de los asiáticos y de los americanos, para quienes la historia y el pasado tienen un significado totalmente diferente – puede acceder a su verdad solamente a través de una confrontación con el pasado, solo haciendo cuentas con su historia. El pasado no es tan solo un patrimonio de bienes y de tradiciones, de recuerdos y saberes sino sobre todo un componente antropológico esencial del hombre europeo, que puede acceder al presente solo mirando lo que le ha ido sucediendo. De la especial relación que tienen los países europeos (Italia y desde luego Sicilia son desde este punto de vista ejemplares) con sus ciudades, con sus obras de arte, con su paisaje: no se trata de conservar bienes más o menos valiosos, pero exteriores y accesibles: esta es en cuestión la verdadera realidad europea, su indiscutible supervivencia. Por eso destruyendo el paisaje italiano con el hormigón de las autopistas y la alta velocidad, los especuladores no se privan de ganar pero destruyen nuestra propia identidad. La misma expresión “bienes culturales” es engañosa, porque sugiere que se trata de unos bienes entre otros, que pueden ser aprovechados económicamente y hasta vendidos, como si se pudiera liquidar y poner en venta la propia identidad.


Hace muchos años un filósofo que era además un alto funcionario de la naciente Europa, Alexandre Kojève sostenía que el homo sapiens había llegado al final de su historia y que no tenía ante sí más que dos posibilidades: el acceso a una animalidad posthistórica (encarnado en la american way of life) o el esnobismo (encarnado de los japoneses) que continuan celebrando su ceremonia del té, vacías pero con un significado histórico. Entre unos EEUU integralmente reanimalizados y un Japón que se mantiene humano solo a través de renunciar a todo contenido histórico, Europa podría ofrecer la alternativa de una cultura que se mantiene humana y vital aún después del fin de la historia, porque es capaz de enfrentarse a su propia historia en su totalidad para desde allí alcanzar una nueva vida.


Lo que me han demostrado mis investigaciones es que el poder soberano se fundamenta desde sus comienzos en la separación entre nuda vida (la vida biológica que en Grecia tenía lugar en la casa) y la vida políticamente calificada (que se desarrollaba en la ciudad). La nuda vida se halla excluida de la política y al mismo tiempo incluida y capturada por la propia exclusión: en este sentido la nuda vida es el fundamento negativo del poder. Esta separación alcanza su forma extrema en la biopolítica moderna. Lo que sucedió en los estados totalitarios del novecientos y que es el poder (ya sea a través de la ciencia) que decide en última instancia qué es una vida humana y qué no lo es. Por el contrario sucede que se piensa en una política de las formas vitales, es decir en una vida que no pueda separarse de su forma, es decir que nunca más sea nuda vida.


Creo que hoy estamos frente a un fenómeno nuevo que va más allá del desencanto y de la recíproca desconfianza entre los ciudadanos y el poder y que abarca todo el planeta. Lo que se está produciendo es una transformación radical de las categorías con las que estábamos acostumbrados a pensar la política. El nuevo orden del poder mundial se basa en un modelo de gobernabilidad que se define democrático, pero que nada tiene que ver con lo que este término significaba en Atenas. Que este modelo sea, desde el punto de vista del poder, más económico y funcional lo prueba el que haya sido adoptado hasta por los regímenes que hasta no hace muchos años eran dictaduras. Es mucho más fácil manipular la opinión de la gente a través de los medios y la televisión que tener que imponer permanentemente cada decisión por medio de la violencia. Las formas políticas que conocíamos – el estado nacional, la soberanía, la participación democrática, los partidos políticos, el derecho internacional – han llegado al final de su historia. Permanecen en la vida como formas vacuas, pero la política actual tiene la forma de una “economía” es decir un gobierno de las cosas y de los hombres. Lo que nos resta es pensar integramente, desde el principio lo que hasta ahora hemos definido con la expresión, por otra parte poco clara, de “vida política”


Vivimos desde hace décadas en un estado de excepción, que se ha convertido en regla, como sucede en la economía, la crisis es la condición normal. El estado de excepción que debería hallarse limitado en el tiempo – es en cambio hoy el modelo normal de gobierno y esto en los mismos estados que se llaman democráticos. Pocos saben que las normas de seguridad introducidas luego del 11 de setiembre (en Italia ya habían sido establecidas durante los años de plomo) son peores que las vigentes durante el fascismo. Y los crímenes contra la humanidad cometidos durante el nazismo fueron posibles debido al hecho de que Hitler había asumido el poder y proclamado un estado de excepción que nunca fue revocado. Y él sin embargo no tenía las mismas posibilidades de control (datos biométricos, telecámaras, celulares, tarjetas de crédito) propias de los estados contemporáneos. Se diría que hoy el Estado considera que cada ciudadano es un terrorista virtual. Esto no hace otra cosa que deteriorar y volver imposible la participación en la política que debe definir a la democracia, Una ciudad cuyas plazas y cuyas calles están controladas mediante telecámaras no puede ser un lugar público: es una cárcel.


1) N.de T. Escila y Caribdis son dos monstruos marinos de la mitología griega situados en orillas opuestas de un estrecho canal de agua, tan cerca que los marineros intentando evitar a Caribdis pasarían muy cerca de Escila y viceversa.


Entrevista a Giorgio Agamben
Rebelión, 08/02/2014
Fuente: http://tinyurl.com/mvdztv4

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