Mites sobre l'educació dels fills.
Últimamente estoy muy involucrado en la crianza y educación de los niños. No es que
haya tomado la decisión de intercambiar segmentos de mi ADN con otra persona
(mi aire a Herodes desaconseja esta opción), sino que muchos de mis amigos y
allegados han decidido reproducirse. Además, últimamente imparto algunas
charlas en institutos sobre cómo convertirse en escritor 2.0, y estoy inmerso
en la redacción de un libro sobre parenting para explicar a los niños lo
que ni siquiera saben sus padres (sí, ya que no me perpetuaré vía genes, al
menos lo haré vía memes).
Observando cómo la pasan canutas algunos de mis amigos padres, que ponen a
Mozart a sus hijos para que sean más inteligentes o deciden elaborar complejas
ecuaciones sobre la conveniencia de permitir que duerma solo (y a oscuras) en
su dormitorio, entre otras miles de variables en las que se mezclan ciencia,
pseudociencia y creencias populares, voy a ser un poco taxativo: apenas se
sabe nada sobre cómo se debería criar a un hijo. Dicho lo cual, paso a
referiros algunas cosas que sí sabemos:
1.
No te esfuerces más de la cuenta. Desde que se publicó el libro
de parenting de Benjamin Spock, uno de los más vendidos en los
últimos cuarenta años, después de la Biblia, se ha instaurado la idea de que
cuanto más te esfuerces en criar a tus hijos mejores resultados obtendrás. De
hecho, el propio término parentalidad es un neologismo procedente del
inglés parenting, que no fue incluido en el Diccionario Oxford hasta
la década de 1970.
Sin embargo, los índices de prácticamente todos los trastornos
conductuales y psiquiátricos infantiles no se ha reducido desde 1970. Los
padres se preocupan más que nunca de evitar que sus hijos queden traumatizados
por algún hecho acaecido en su infancia, pero hasta hace apenas un siglo los
niños no se consideraban personas merecedoras de los mismos derechos que un
adulto, y eso no significa que todos los adultos nacidos hace cien años
sufrieran traumas de resultas de su severa infancia.
2.
Si parece que mayor preocupación parental no parece traducirse en un
incremento significativo de la salud mental y conductual, entonces es que dicho
superávit de atención no surte efecto o está dirigido equivocadamente. Según
los psicólogos Judith Harris y Steven Pinker o el economista Bryan
Caplan, ser padres es como incluir vitamina C en la dieta: basta su
presencia elemental, pero un exceso no se traduce en una mejora de la salud.
3.
Por esforzarte más, no cambiarás más a tus hijos; y si tus hijos no se
crían como habías esperado, probablemente tú no eres el responsable. Si no
quieren apuntarse a piano, no pasa nada. No te estreses si no leen tanto como
quisieras. De hecho, monitorizar cada segundo de la vida de nuestros hijos
puede resultar contraproducente. La profesora de leyes en Harvard Amy
Chua, la autora del superventas Madre tigre, hijos leones, dedicó su
vida a convertir a sus hijas en estudiantes de matrícula y en prodigios de la
música. Y lo consiguió, pero sin advertir los efectos colaterales, tal y como
explica el genetista Tim Spector en Post Darwin:
Sus dos hijas no sacaban más que
excelentes, eran prodigios de la música y ambas tocaron en el Carnegie Hall.
Sin embargo, la más joven y guerrera, después de muchos años de peleas y
castigos, acabó rebelándose a los trece y abandonó el violín por un tenis
mediocre. La otra hija era más tranquila y dócil y continuó tocando, pero
tiempo después su madre encontró en el piano marcas disimuladas de mordiscos
que llevaban años ahí.
4.
Los actuales libros de parenting se dividen, fundamentalmente, en
dos escuelas: las que imparten disciplina militar para que el niño crezca
responsable y trabajador; y las que permiten que la naturaleza siga su curso
para proteger al niño de todo rechazo o trauma: si quiere dormir con los
padres, que lo haga, si quiere recibir toda la atención, lo mismo. En realidad,
no sabemos qué postura es la mejor. La primera parece criar niños demasiado
exigentes consigo mismos, la segunda parece criar niños caprichosos y
narcisistas, casi pequeños napoleones, que necesitarán del apoyo protésico de
sus padres.
De hecho, los primeros libros sobre crianza que se publicaron en el mundo
ya presentaban esta dicotomía: a finales del siglo XVII, el filósofo John
Locke defendió el régimen militar; y el filósofo Jean-Jacques Rousseau
defendió que la naturaleza siguiera su curso. Actualmente, esta dicotomía se ha
trasladado a bizantinas y minuciosas discusiones sobre el amamantamiento, las
nodrizas, la estimulación cognitiva, la disciplina, la forma de usar enseñar a
los niños a usar el orinal, el papel del padre, el empleo de niñeras y abuelos,
y un largo etcétera que solo ha sofisticado una discusión que, en puridad,
continúa siendo la misma.
5.
Actualmente, la balanza se inclina hacia el lado de la parentalidad
comprensiva, amable, cariñosa y esencialmente permisiva con el niño, que
acapara toda la atención de padres, amigos y allegados, en gran parte
influidos por el libro de Spock, que también fue un reflejo de la postura
popular a una reacción de alejamiento respecto a los modelos de parentalidad
rígidos y autoritarios de los nazis y comunistas. Esta postura ha
incrementado la culpabilidad paterna: cuando el hijo no se cría de la forma
esperada, habida cuenta del esfuerzo invertido, la responsabilidad parece ser
de los padres y no de otras circunstancias sociológicas o genéticas. Con todo,
aún siguen vendiendo mucho autoras como Gina Ford, que defienden un
sistema más estricto de crianza. Como veis, nada nuevo bajo el sol. Los
expertos siguen sin ponerse de acuerdo, probablemente porque nadie es capaz de
tener en cuenta todas las variables implicadas en la crianza de un niño.
6.
La mayoría de libros de parenting, sean de la rama autoritaria o de
la algodonosa, no tienen en cuenta un hecho biológico indiscutible: que la
genética tienen un papel importante, lo que produce un grado de individualidad
en los niños que desarticula muchas de las recetas universales sobre crianza.
Tal y como señala Bruno Bettelheim: “la paternidad es un arte al alcance
de cualquier ser humano, no una habilidad que se aprenda escuchando a expertos
en crianza infantil (…) Las observaciones científicas en bebés son como un
espejo que refleja las preocupaciones y concepciones de aquellos que los estudian.”
7.
Hasta cierto punto, ambos modelos de crianza, continuamente en disputa,
resultan irrelevantes. Los mejores experimentos para poner en evidencia este
hecho son los realizados con gemelos univitelinos adoptados: a pesar de que
criarse en entornos familiares distintos, sus comportamientos adultos eran
semejantes. La cuestión puede plantearse también a la inversa: ¿por qué es
tan frecuente que los niños de una misma familia sean tan distintos entre sí?
Si bien los padres no tratan por igual a todos sus hijos, las distintas
configuraciones genéticas también tienen algo que ver. Por ejemplo, un
metanálisis realizado por Eric Turkheimer de todos los resultados de 43
estudios sobre gemelos y adopción realizados antes del año 2000 mostró que sólo
un 2% de las diferencias conductuales se debían a la influencia de los padres.
Los factores genéticos respondían alrededor de un 50% y los efectos ambientales
aleatorios y específicos estaba detrás del 50 % restante.
8.
Si lo anterior no os parece suficiente, David Reiss llevó a cabo la
observación más minuciosa y amplia de la influencia paterna que se haya
realizado jamás: el NEAD (Entorno No Compartido en el Desarrollo
Adolescente), financiado por el gobierno de Estados Unidos para esclarecer de
una vez por todas quienes tenían más razón, si los que creían que la influencia
paterna era fundamental o los que mantenían que no era tan importante. A partir
de 1988 se examinaron a lo largo de 3 años a 720 pares de todo tipo de hermanos
en la pubertad y procedentes de familias biparentales estables: gemelos
idénticos, gemelos fraternales, hermanos carnales no gemelos, hermanastros y
hermanos adoptados. El seguimiento se repitió 11 años más tarde, que incluyó
entrevistas a ellos y a su padres. Tratar de saber la verdad mediante esta
clase de estudios es difícil, porque en sociología hay demasiadas variables que
no controlamos, pero es sin duda el acercamiento más científico del que tenemos
constancia. Las conclusiones dejaron a los padres como algo secundario a todas
luces, tal y como explica Tim Spector en Post Darwin:
El estudio NEAD confirmó que
existía una correlación entre el trato de los padres hacia los hijos en la
adolescencia (severo o laxo, cariñoso o indiferente) y su comportamiento
posterior a esta etapa. Sin embargo, la razón subyacente para ello era
genética, tanto en los genes de la madre como en los del hijo. Más aún: los
mismos factores genéticos que influían sobre la severidad materna influían
también en el comportamiento antisocial adolescente. Algo más del 70 por ciento
de la correlación entre el trato de la madre hacia sus hijos y el
comportamiento antisocial de éstos era atribuible a ciertos genes comunes aún
por identificar. Tras realizar un seguimiento a lo largo de la adolescencia de
los gemelos y hermanos estadounidenses más jóvenes, se encontró apenas una
pequeña correlación entre el maltrato a una edad temprana y las conductas
posteriores. Además, el mayor efecto que se observó no fue la reacción de los
hijos hacia sus padres, sino la respuesta negativa de éstos frente a los genes
de sus hijos maleducados.
9.
Es decir, que los niños son diferentes entre sí porque dotados de serie de
una u otra manera. No son como tabulas rasas en los que podemos escribir
lo que queramos. Y en función de su dotación biológica, los padres los tratarán
en parte de una forma o de otra. No es tanto que el padre influya en el
niño, sino que los genes del niño influyen en las respuestas del padre.
10.
Dicho lo cual, ¿importan los padres? Sí, pero simplemente como apoyo. Unos
padres que ejerzan como tal, mostrando cariño, comprensión y cuidados
elementales criarán a un niño normal, en términos generales. Incrementar o
decrementar unos y otros factores produce efectos que aún están por determinar.
No hay pruebas científicas sólidas sobre los efectos del número de abrazos que
le damos al niño, la hora de acostarse, la rutina de las comidas, ver la
televisión, lectura, palabrotas, período de amamantamiento, y un largo
etcétera. Todos esos factores ni siquiera está claro que produzcan cambios
importantes a largo plazo en el desarrollo de nuestros hijos o en su
personalidad o comportamiento resultante. Hay pocas fórmulas mágicas. Y,
por si fuera poco, una vez entrados en la pubertad, nuestros hijos dejan de
percibir a sus padres como modelos de comportamiento: entonces son sus pares
sexuales los que se erigen como tal.
Para un análisis más profundo sobre este tema, recomiendo La tabla rasa,
del psicólogo cognitivo Steven Pinker, y El mito de la educación,
de Judith Rich Harris: descubriréis que la forma en la que sois hoy en
día es la suma de los genes de vuestros padres y el comportamiento de los
adolescentes contra los que competíais para tener novia cuando erais
adolescentes; y los adolescentes olvidan de un plumazo todo lo inculcado de
niños que no lleven en sus genes o no refuercen los adolescentes con los que se
relacionan.
Sergio Parra, No te esfuerces tanto en cuidar a tu hijo:
10 consejos para padres inseguros (I y II), xatakaciencia, 19/02/2014
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