Vida dura.
Solemos decir que hay a quienes les toca vivir una vida difícil. Entre redundancias y una singular alusión a la suerte, ponemos en manos del azar la invocación a lo que les ha sucedido y sucede. Ahora bien, en ocasiones pueden atisbarse desde el inicio condiciones que auguran, sin excesiva perspicacia, bastantes complicaciones. No precisan demasiados sobreañadidos posteriores para que se vean envueltas en serias fatigas. En general, por diversas razones, la vida no suele ser fácil. Ni siquiera está claro que siempre trabajemos para que lo sea. Por otra parte, conviene andarse con cuidado a la hora de dar lecciones, no digamos antes del patético presumir de lo que uno ha debido de esforzarse. Hay existencias tan duras y complejas que no encuentran ni condiciones, ni espacio, ni tiempo, ni siquiera fuerzas, para hacer valer lo bregado y sufrido de su discurrir. Y menos aún, para airear méritos.
Ciertamente, la dificultad no es similar en las distintas circunstancias ni para los diferentes casos. Pero más llamativo es aún que no pocas veces quienes han tenido y tienen un vida más acomodada acostumbran a mostrar lo meritorio de su lucha y a hacer ostentación, incluso ante quienes tienen menos ocasión u oportunidad, de lo eficiente de la acción. Pretenden ser una emulación y a nada que se haga un mínimo análisis, más bien producen desmoralización.
Se dice que el tiempo esculpe el rostro. Pero no solo. Se vale del sólido acompañamiento de un sinfín de vicisitudes. Y no es suficiente el cuidado, ni en todo caso factible. Todo tipo de dolores y de sufrimientos, ausencias, pérdidas y carencias, no siempre menores que las satisfacciones, labran en muchos casos muy decisivamente, para empezar, la mirada. Y ella, incluso cuando no somos capaces de descifrarla, es elocuente. También con su apagado silencio.
Cuando Ricoeur subraya que la vida es tanto “una acción y una pasión en búsqueda de relato”, cuanto “un relato en busca de narrador”, muestra entre otras cosas que es una relación. No solo es un discurso, es un discurrir, y bien singular. Hasta el punto de constituirse como una pluralidad de identidades, la que cada quien labra sin ser plena y exclusivamente su autor. No basta entonces con una noción puramente psicológica de transferencia a una vida psíquica extraña. La vida es asimismo texto entretejido, articulación que se despliega hacia la especie de mundo que abre y descubre. Y no siempre esta necesidad ofrece tantas posibilidades.
Para muchos, el mundo parece ya dado y en no poca medida clausurado. Pasado, presente y futuro no se distinguen y se diluyen en una amalgama implacable. Es entonces la vida difícil. Se diría vida ya vivida antes de vivirse, relato ya leído antes de escribirse. Y mientras, a la par, reclama entrega plena y exclusiva.
Sin embargo, en la medida en que deja de ser inaprensible e impenetrable, poca vida cabe, si parece ponerse en cuestión incluso la unidad mínima que podemos denominar con Dilthey vivencia. Da la impresión de que los hechos se suceden y, sin embargo, nada significativo ocurre y, al contrario de lo que podría pensarse, ese no vivir ni lo que uno hace no es ni siquiera un desvivirse, es un verse arrollado por los acontecimientos. No ser apenas agente del propio vivir no libera, antes bien constituye una modalidad, más o menos explícita, de sumisión.
En tal caso resulta complicado incluso procurarse alguna unidad. Extraviado en lo que a uno le sucede, prácticamente ha de reivindicarse, con María Zambrano, “una unidad de carne y hueso”, para no resultar diluido en una multiplicidad. Y de este modo, tratar de buscar hablar, tratar de decirse. “Quien habla, aunque sea de la abigarrada multiplicidad, ya ha alcanzado alguna suerte de unidad, pues que embebido en el puro pasmo, prendido a lo que cambia y fluye, no acertaría a decir nada, aunque ese decir sea un cantar”. Prácticamente la única creación viable sería la de procurarse una unidad con la palabra, una unidad encarnada. Así, en efecto, cobra entonces sentido la expresión “quedar hecho un poema”, “estar hecho un poema”.
Prejuzgar arrogantemente sobre las vidas ajenas, con el engreimiento de desconsiderarlas o de darlas por supuestas, exigiría la cautela, si no del afecto, siquiera de la responsabilidad. En ocasiones, incluso tratar de comprender comportaría una humildad que no parece gozar de buenos momentos. Para empezar, la de no sentirse superior, la de no ampararse en la presunción y en la petulancia de estimar que si no somos así, ello obedece sencillamente a nuestra labor. No podemos ni imaginar lo que han sido y son ciertas vidas. Solo la cercanía podría insinuarnos de qué se trata.
A pesar de tantas dificultades, qué pudiera llegar a ser lo insoportable nos resulta tal vez aún un enigma. Y hasta qué punto cabe sostenerse en sus aguas. No es solo lo que no se puede soportar, es lo que reclama pérdidas que resultan intolerables. Y no simplemente para la paciencia o para la resistencia, sino para la dignidad propia. No basta con decir que es cosa de sobrellevarlo. Y menos con hacer discursos de admiración ante el apacible aguante de quien más asiente que consiente. No es docilidad, es la percepción de hallarse en una situación irreversible. Mientras tanto, parecería que a otros les corresponde calificar su proceder, al menos siquiera mediante palabras de admiración o de alabanza, que no acostumbran a ser comprometidas.
La pérdida de condiciones para la unidad de la palabra singular hace más compleja la vida. Y ello ocurre significativamente cuando, extraviada la capacidad de escucha, ya ni siquiera vemos. Acabamos por considerar que la dificultad es sencillamente falta de facilidad. Pero lo difícil no es ahora una calificación del vivir. Se trata de una puesta en cuestión de las posibilidades para hacerlo digna, justa y libremente. Podría decirse en tal caso que es difícil la vida, pero la vida difícil es algo otro, algo que no siempre pasamos de atisbar. Y conviene no olvidarlo antes de exhibir el catálogo de consejos y de recomendaciones acerca de lo que quienes la padecen habrían de hacer.
Ángel Gabilondo, La vida difícil, El salto del Ángel, 25/02/2014
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