Invenció i tradició en l'art medieval.
En buena medida la historia medieval es la historia de permanencias, porque
sin duda la Edad Media fue una época de autores que se copiaban en cadena sin
citarse, entre otras cosas porque en una época de cultura manuscrita –con los
manuscritos difícilmente accesibles- copiar era el único sistema de hacer
circular las ideas. Nadie pensaba que fuera delito; a menudo, de copia en
copia, nadie sabía ya de quién era verdaderamente la paternidad de una fórmula,
y a fin de cuentas se pensaba que si una idea era verdadera pertenecía a todos.
Pero esta historia contiene también golpes de efecto. No sólo golpes de
bombo como el cogito cartesiano. Maritain había observado que sólo con Descartes se presenta un pensador como
un “debutante en lo absoluto”, y después de Descartes todo pensador intentará debutar a su vez en una escena
nunca hollada antes. Los medievales no eran tan teatrales, pensaban que la
originalidad era un pecado de orgullo (y, por otra parte, en aquella época, si
se ponía en cuestión la tradición oficial, se corrían algunos riesgos, no sólo
académicos). Pero también los medievales (y se lo revelamos a quien todavía no
lo supiera) eran capaces de cimas de ingenio y golpes de genio. (pàg. 12)
La Edad Media dedujo gran parte de sus problemas estéticos de la Antigüedad
clásica: pero confirió a tales temas un significado nuevo, introduciéndolos en
el sentimiento del hombre, del mundo y de la divinidad típicos de la visión
cristiana. (…) Se ha observado que, en el fondo, al hablar de problemas
estéticos y al proponer cánones de producción artística, la Antigüedad clásica
tenía los ojos en la naturaleza, mientras que, al tratar los mismos temas, los
medievales los tenía en la Antigüedad clásica: buena parte de la cultura
medieval en su totalidad consiste más en un comentario de la tradición cultural
que en una reflexión sobre la realidad. (pàg. 13)
Otro problema que la teoría medieval del arte debate (…) es el problema de
la idea ejemplar según la cual trabaja el artista, y, por consiguiente, el problema
de la invención. Durante el desarrollo de la estética antigua, el concepto
platónico de idea, que
originariamente servía para desmerecer el arte, se convierte poco a poco en
concepto estético idóneo para significar el fantasma interior del artista. Todo
el helenismo había llevado a cabo una revalorización teorética del trabajo del
artista, y poco a poco se inclinaba a pensar que éste era capaz de proponerse
una imagen ideal de belleza desconocida en la naturaleza. Con Filóstrato se piensa ya que el artista
puede emanciparse de los modelos sensibles y de las percepciones habituales. Se
abre camino un concepto de fantasía que contiene ya –según algunos intérpretes
modernos- todos los presupuestos de una estética de la intuición (A. Rostagni, “Sulle
tracce di un’ estética dell’intuizione presso gli antichi”, Scritti minori,
Aesthetica, Turín, Bottega d’Erasmo, 1955, pág. 356). Los estoicos contribuyen
a este desarrollo con su innatismo, y Cicerón
en el De oratore prevé una doctrina
del fantasma interior mejor que cualquier realidad sensible.
Ahora bien, si una species es
puramente cogitata, o será menos
perfecta que las formas que se realizan verdaderamente en la naturaleza, o hará
falta pensar que la verdadera dignidad metafísica es competencia de la idea
artística. Con Plotino será esta
segunda tendencia la que se afirme. La Idea interna es el prototipo perfecto y
excelso en el que el artista, con un acto de visión intelectual, toma posesión
de los principios primeros en que se inspira la naturaleza. El arte apunta a
hacer que esta idea se transparente en la materia; pero con fatiga y éxito
parcial: hay en la materia plotiniana una resistencia a dejarse plasmar por la
imagen interior que la materia de Aristóteles no oponía a su forma. Pero más
que el proceso de realización de la idea, contaba, en el fondo, la dignidad de
esta visión interior, de este ejemplar “fantástico” vivo en la mente del
artista.
Ahora bien, la Edad Media, ya sea aristotélica, ya sea platónica, habla de
ideas ejemplares in mente artificis
y, sin plantearse demasiado el problema de un proceso de adaptación de éstas a
la materia, considera que a la luz de este ejemplar el artista produce su
objeto. Pero ¿cómo se forma este ejemplar en la mente del artista? ¿De dónde
procede, o por cuáles medios interiores el artista es capaz de figurárselo? (…)
Si queremos buscar los presupuestos medievales de una doctrina de la
inspiración, encontraremos indicaciones más radicales en la Schedula de Teófilo … (pàgs. 144-145)
En el siglo XI tenemos la famosa Schedula
diversarum artium del monje Teófilo, descubierta por Lessing en la biblioteca de Wolfenbüttel. Para Teófilo, el hombre,
creado a imagen de Dios, tiene la posibilidad de dar vida a las formas; el
hombre descubre por casualidad y por reflexión en el propio ánimo las
exigencias de belleza, y en virtud de una ascensión fabril se convierte en
dueño de una capacidad de arte. El hombre encuentra en la Escritura el
mandamiento divino sobre el arte: “Señor, he amado la belleza de tu morada”, le
canta David, y estas palabras le parecen una clara indicación. El artista
trabaja humildemente bajo el soplo inspirador del Espíritu Santo; sin esta
inspiración no podría ni siquiera intentar trabajar; todo lo que se puede
aprender, comprender o inventar en el arte es regalo del séptuplo espíritu. A
través de la sabiduría, el artista
entiende que su arte le viene de Dios, la inteligencia
le revela las reglas de varietas
y mensura, el consejo lo lleva a ser pródigo con los discípulos de los secretos
del propio oficio, la fuerza le da
perseverancia en el esfuerzo creador, y así en adelante por cada uno de los
siete dones del Espíritu Santo. (pàgs. 136-137)
Para Meister Eckhart (1260-1328),
las formas de todo lo creado preexisten en la mente de Dios y cada vez que
concibe la imagen de algo, el hombre recibe, en el fondo, una iluminación, una
gracia intelectual. La idea, más que formada, está encontrada, la suma de las
cosas concebidas por el hombre subsiste en Dios mismo. La palabra deriva su poder
de la Palabra original. Buscar un ejemplar artístico no es componer: es fijar
místicamente la mirada en la realidad que hay que reproducir hasta
identificarse con ella. Pero las ideas subsistentes en Dios y comunicadas a la
mente del hombre no son arquetipos platónicos, sino más bien tipos de
actividad, fuerzas, principios de operación. Las ideas son vivas, no existen
como estándares, sino como ideas de actos por cumplir. De la idea debe surgir
la cosa realizada, pero como un acto de crecimiento. La teoría de Eckhart se presenta aparentemente como
la aristotélica, pero hay en ella un sentido de mayor dinamismo y de
germinalidad de la idea. La imagen expresa es formalis emanatio y sapit proprie
ebullitionem. No es distinta del ejemplar, está en él y es idéntica a él.
De estos puntos no desarrollados aflora una nueva visión del proceso
artístico: pero lo que nos parece divisar ya no es Edad Media, es el germen de
nuevas tendencia de la estética que pertenecen al mundo moderno. (pàgs.
149-150)
Umberto Eco, Arte
y belleza en la estética medieval, Lumen, Barna 1987
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