Prats de Molló i el final de la república espanyola.
Este documento permaneció dormido en el archivo de la alcaldía de Prats de Molló hasta que el diario Le Monde
publicó un artículo, en 1999, en el que revelaba su existencia y hacía
notar la calidad de la prosa del secretario. Diez años más tarde la
editorial La Magrana lo publicó con el título de El document de Prats.
El título original del documento es rotundo y en francés, Fin de la Revolution espagnole,
e ilustra la intención con la que fue escrito: dejar testimonio de los
acontecimientos que desde finales de enero de 1939, hasta mediados de
marzo, transformaron radicalmente la vida cotidiana del pueblo. Por
fortuna Thomas Faitg tenía un talento literario que dejó volar en ese
informe que, con otra pluma, hubiera sido un vulgar documento legal.
Prats de Molló era un pueblo de dos mil habitantes que recibió,
durante febrero de 1939, entre 90.000 y 100.000 refugiados españoles;
además, muchos de ellos llevaban carretas completas llenas de enseres y,
sobre todo, vacas, burros, caballos y cabras que sumaban, según los
cálculos de la alcaldía, entre 15.000 y 25.000 cabezas. El alcalde de
Prats de Molló asumió el compromiso de hacerse cargo de toda aquella
gente que llegaba en un estado desastroso, después de caminar durante
semanas, huyendo del avance de la tropas franquistas, y sin haber
probado alimento en muchos días.
El entusiasmo, y la solidaridad, del alcalde, pronto contagió a los
vecinos del pueblo que, como primera medida, fueron a requisar todo el
heno y la paja que había en las granjas de alrededor, para
acondicionarles un sitio fijo a los animales, porque tener esa
gigantesca manada suelta, deambulando por las calles del pueblo,
complicaba la tarea de alimentar y vestir y, eventualmente, hospedar a
toda la gente que iba llegando.
El 6 de febrero, nos cuenta el secretario Faitg, comienzan a llegar
centenares de republicanos heridos, por una carretera que se había
trazado a toda prisa con el fin de sacarlos de España antes de que
llegara el ejército franquista a la frontera. Los heridos llegaban al
pueblo como podían, ayudándose unos a otros, formaban una tropa
lastimosa y miserable que provocaron en el autor del documento este
comentario: “Es posible que en el siglo XX se produzca semejante
carnicería, que se permitan estas atrocidades; el corazón estalla al
contemplar un espectáculo tan lamentable y muchos ojos derraman lágrimas
silenciosas”. A esas alturas de febrero ya se había dispuesto que los
cadáveres, que eran una cantidad desmesurada para el tamaño del pueblo,
se fueran incinerando en los terrenos del cementerio.
Entre el 8 y el 12 de febrero llegaron a Prats de Molló 37.000
soldados republicanos, que fueron desarmados en la frontera pero muchos,
como constataron los vecinos unos días más tarde, habían ocultado algún
arma y esto, sumado al hambre y al nivel de hacinamiento que padecían
los recién llegados, hicieron que el alcalde, cuyo nombre era, según nos
enteramos a mitad del documento, Joseph Nöell, tuviera que ir
personalmente, de grupo en grupo, llamando a la calma y tratando de
convencer a los soldados para que entregaran las armas que habían
escondido.
Los refugiados dormían en la iglesia, en la escuela, en el hospital, y
cuando ya habían llenado hasta escaleras y patios, los vecinos
comenzaron a ceder sus garajes, sus graneros y sus buhardillas, e
incluso sus salones y habitaciones. A los cadáveres de las personas que
se incineraban en el cementerio comenzaron a añadirse los de los
animales que se iban muriendo y que, de no incinerarse pronto,
producirían una epidemia. Para alimentar a esa multitud, la alcaldía
llevaba al pueblo, desde Arles del Tec y Perpiñán, carne, legumbres,
conservas, azúcar, café, chocolate, pero lo hacían esporádicamente y
desde luego no llegaban, por poner un ejemplo, a los 30.000 kilos de
carne que hacían falta diariamente para alimentarlos a todos.
En estas condiciones heroicas resistió el pueblo de Prats de Molló
hasta el 16 de marzo, día en que el Gobierno francés se hizo cargo de la
situación. Cuando finalmente se llevaron a los refugiados, para
internarlos en diversos campos de concentración, el secretario nos
cuenta que el pueblo y sus alrededores han quedado devastados, que
pasarán muchos años antes de que vuelva a crecer la hierba y que es
urgente enterrar a todos los animales que se fueron muriendo por ahí, en
medio del bosque, antes de que empiece a hacer calor.
Jordi Soler, El secretario Faitg, El País, 08/02/2014
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