Hi ha diferències entre el cervell masculí i el femení?
En los asuntos del cerebro (y del género) hay que huir de las
simplificaciones. Lo dicen los expertos. Y las expertas. El terreno resulta
especialmente pantanoso. Pero la psiquiatra estadounidense Louann Brizendine,
famosa por su polémico libro El cerebro femenino, vuelve a provocar chispas
con El cerebro masculino. ¿Realmente hay diferencias? Escuchamos su opinión y
la de otros investigadores de 'cabecera'.
En un periódico sensacionalista, la historia de David Reimer podría resumirse
como la del chico que perdió el pene, vivió un tiempo educado como una niña y
puso fin a su vida pegándose un tiro en la cabeza, en el parking de un
supermercado de Winnipeg (Canadá), en 2004. Reimer tenía un hermano gemelo
idéntico, Brian, que se había quitado la vida dos años antes. Los gemelos habían
sido objeto de un experimento psicológico y sexual en el que David se llevó la
peor parte. En 1966, sus padres acudieron al hospital para el alumbramiento de
sus dos gemelos, Bruce (el nombre original de David con el que sus padres le
bautizaron) y Brian. Por entonces era común la circuncisión, pero en el caso de
David una negligencia o un error en la cirugía cauterizó su pene, dejándolo
irrecuperable. Meses después, los padres vieron en televisión un programa en el
que el sexólogo John Money mostraba su convencimiento de que los bebés nacían
sexualmente neutros, tanto que un niño podría ser educado para comportarse como
una niña. Así que sólo un año después, en 1967, y bajo la supervisión de Money,
Bruce se convirtió finalmente en Brenda, tras una castración y una cirugía para
simular un pliegue vaginal. La naturaleza había puesto en las manos de Money la
oportunidad perfecta para comprobar sus teorías, puesto que si Brenda se educaba
exitosamente como una niña, muñecas, vestidos y tratamientos hormonales
incluidos, y su hermano gemelo se criaba como el muchacho que era, la
personalidad sexual podría moldearse con éxito mediante una educación dirigida.
El resultado no pudo ser más desastroso. "Cuando a los 14 años los padres le
explicaron lo que le había pasado, él les respondió que nunca había dejado de
sentirse niño", explica el profesor Francisco J. Rubia, neurocientífico del
Instituto Pluridisciplinar de la Universidad Complutense de Madrid, cuya última
obra sobre neurología es El fantasma de la libertad (Ariel). Tras una
reconstrucción de pene, Brenda se cambió el nombre por el de David, se casó y
adoptó a los hijos de su mujer, puesto que él ya no podía engendrar.
El experimento -que puede parecer diabólico si no se mira con la perspectiva
de los años sesenta, la década de la proclamada igualdad de sexos- vino a poner
de manifiesto ante el gran público que el sexo radica en el cerebro. ¿En qué
difieren el del hombre y el de la mujer? "Tienen más semejanzas que
diferencias", dice Louann Brizendine, profesora de clínica psiquiátrica de la
Universidad de California en San Francisco, en un correo electrónico a El
País Semanal. Si colocamos un cerebro masculino y otro femenino frente a
frente, a simple vista los vemos iguales. Las diferencias anatómicas son mucho
menos obvias que distinguir "entre los genitales masculinos y femeninos".
En busca del sexo. Recurramos a la tecnología. La revolución de los
escáneres cerebrales, capaces de mostrar las respuestas emocionales de ellos y
ellas a nivel cerebral, vienen contando una historia en cada caso. Parece
bastante evidente que si los cerebros funcionan de manera diferente en ambos
sexos (aunque muchas veces no resulte fácil resaltar el grado de diferencia),
eso se traduzca en comportamientos y actitudes distintas. Si usted fuera un
antropólogo social venido del futuro, armado con un escáner portátil capaz de
iluminar las áreas del cerebro humano de cualquier persona a su alrededor,
podría toparse con alguna sorpresa. Su trabajo de campo le ha llevado a elegir
una mesa discreta de un bar de copas, al que la gente acude después de trabajar
para divertirse. Una mujer, Nicole, muy atractiva, está llamando la atención de
un joven, Ryan, que está comentando a sus amigos los resultados de un partido de
fútbol. Él no puede dejar de mirarla, y decide acercarse a ella. La pantalla del
escáner mostraría un fogonazo en la zona cerebral de Ryan que regula el apetito
sexual, situada en el hipotálamo (un conjunto de núcleos cerebrales hundidos en
las profundidades del cerebro que también controla la vida vegetativa, el
hambre, la sed y el sueño). El córtex visual del hombre -la zona donde se
procesan las imágenes a partir de la información enviada por los ojos- también
está zumbando con la imagen de la mujer, como si evaluase su silueta de "reloj
de arena". Entablan conversación, y la voz aguda de ella aumenta el atractivo
para él. Lo que viene a continuación es una vieja historia de aproximación para
el apareamiento. Ryan intenta citarse con ella para acostarse a la menor
oportunidad, pero el tiempo de espera de Nicole para el sexo es tres veces
superior. Él entonces la agasaja con regalos. Quizá obedece a un instinto animal
que se ha observado en los chimpancés, en el que los machos obsequian a las
hembras con carne y ellas les recompensan con sexo. O a otro que sugiere que en
las diferentes culturas los hombres seleccionan a las mujeres sanas por su
aspecto. Finalmente, Ryan lo consigue. El cerebro de ella antepone al sexo la
esperanza del amor y el compromiso. En cambio, para él lo primero es el sexo.
Tanto Nicole como Ryan son pacientes de Brizendine, según describe esta experta
en su nuevo libro, El cerebro masculino (recién publicado por RBA), tras
la polémica que levantó hace dos años con El cerebro femenino (RBA).
El mensaje parece diáfano. Las diferencias sexuales de comportamiento
están condicionadas por la estructura de sus cerebros: el de Ryan no piensa ni
actúa como el de Nicole. Hay un cerebro para el apareamiento, en el que los
pensamientos sexuales "son más frecuentes y los circuitos del impulso sexual
ocupan más espacio"; un cerebro de padre que surge tras tener un hijo, un
cerebro de la agresión listo para entrar en acción. Y en cuanto a ellas... Pues
piensan en el sexo mucho menos que ellos, quizá una vez al día; son mucho más
hábiles con el lenguaje, a la hora de expresar sus emociones. Huyen de la
agresión y adoran la protección a largo plazo. Se orientan peor en un mapa, no
logran averiguar cómo ha girado una figura en el espacio tan rápidamente como
ellos en los test de laboratorio. Siempre por término medio. Es imposible
detallar en un solo artículo las decenas de observaciones que se han realizado
en los laboratorios, en los que grupos de voluntarios de ambos sexos observan
una escena mientras sus cerebros están siendo escaneados, pero este podría ser
un típico ejemplo: un hombre conversando con una mujer. En ellos, las zonas del
cerebro relacionadas con los impulsos sexuales se encienden, mientras que ellas
ven una simple conversación.
Las pantallas dan algunas pistas, pero no la causa: de media, los hombres
destacan más en matemáticas, la ingeniería y la orientación espacial. Las
mujeres son mejores a la hora de manejar el lenguaje, el contacto social y el
habla. De los experimentos de laboratorio a la vida real media un mundo. Pero la
impresión es que muchos de los clichés parecen respaldados por la ciencia. Ellas
lloran mucho más. O quizá es posible que la interpretación de los resultados se
ajusten a los estereotipos que todo el mundo espera.
A la pregunta de si cabe hablar de un cerebro femenino y otro masculino en
sentido estricto, la prestigiosa neurobióloga Doreen Kimura, del departamento de
psicología de la Universidad de Simon Fraser en Burnaby (Canadá), responde
afirmativamente, pero con reservas. "Cualquier comportamiento distinto entre
hombre y mujer está mediado por el cerebro", explica en un correo electrónico. Y
aunque hay rasgos que estadísticamente difieren entre hombres y mujeres, también
se superponen en un cierto grado, dependiendo del rasgo del que estemos
hablando. "Los estereotipos extremos aplicados a los individuos son inexactos,
tanto para las variables intelectuales como los rasgos personales".
Ignacio Morgado, del Instituto de Neurociencia de la Universidad Autónoma de
Barcelona y autor de Emociones e inteligencia social (Ariel), advierte
contra el error de hablar del cerebro humano en tercera persona. Es una dualidad
engañosa. El "cerebro de Nicole" es Nicole. "Nosotros somos básicamente
nuestro cerebro, allí radica nuestra mente, la consciencia, la personalidad; no
hay otra cosa al margen. No se puede hablar del cerebro como algo diferente a
uno mismo". La guerra entre "cerebros masculinos y femeninos" no es otra cosa
que una guerra de sexos. Morgado añade que, en un caso hipotético de trasplante
de cerebros (algo propio de la ciencia ficción), el cerebro "es el único órgano
por el que nos gustaría ser el donante y no el receptor. Ahí va la persona". No
se debe atribuir ciegamente los comportamientos femeninos y masculinos a las
peculiaridades anatómicas. "Lo que no podemos explicar es hasta qué punto estas
diferencias observadas influyen en las diferencias en conductas", advierte
Morgado. Podríamos pensar que una estructura más grande en él o en ella
presupone más capacidad, cuando podría ser justo lo contrario. El cerebro es
misterioso y guarda celosamente sus secretos. Las amígdalas cerebrales son dos
estructuras en forma de almendra situadas bajo el lóbulo temporal. Se cree que
procesan las emociones, entre otros aspectos del comportamiento, y, sin embargo,
"en el hombre son mayores que en la mujer, cuando ellas son mucho más
emocionales". En asuntos de cerebro hay que huir de las simplificaciones. Lo
dice Doreen Kimura. "Sabemos más de cómo ambos sexos difieren que la manera
detallada de cómo estas diferencias están reflejadas en el cerebro".
Cuestión de tamaño. Colocamos el cerebro de él y el de ella en una
balanza. "El cerebro masculino es, por término medio, cien gramos más pesado que
el femenino", avisa Morgado. Ya desde el parto se observa que los niños recién
nacidos tienen un cerebro que es un 8% mayor que el de las niñas. Y al alcanzar
los treinta, esta diferencia de tamaño aumenta hasta un 10%. Pero un simple
observador sin experiencia sería incapaz de ir más allá. Dado que pesar un
cerebro es algo relativamente fácil, resultó muy tentador para la mayoría de los
científicos del siglo XIX justificar que las mujeres eran una suerte de hombres
limitados neurológicamente. El anatomista alemán Frederick Tiedmann rubricó en
1836 que existía "una conexión sin ningún género de dudas entre el tamaño del
cerebro y la energía mental expresada por el hombre como individuo". Pero lo
cierto es que el tamaño se debe probablemente a la proporción existente entre un
cuerpo mayor (masculino) y la cabeza. El número de neuronas no cambia según el
sexo. "El tamaño no es importante", recalca Rubia. No se han conseguido
relaciones estadísticas que demuestren que a un cerebro más grande le
corresponda un mayor coeficiente de inteligencia. "Colocar el tamaño del cerebro
frente a la inteligencia hizo pensar que la mujer era intelectualmente inferior
al hombre". Las mujeres simplemente contienen una densidad neuronal mayor en un
volumen más reducido.
Claro que hoy día no faltan estudios que traten de encontrar esta relación de
"cuanto mayor, mejor". Basta acudir a cualquiera de los más de treinta bancos de
cerebros que existen en Europa o Estados Unidos, pedir unos cuantos ejemplares,
colocarlos bajo el calibre de medición y ver si sus propietarios tuvieron la
suerte de haber realizado un test estándar de inteligencia antes de morir.
Luego, es cuestión de esperar a ver si la estadística escupe alguna relación. En
la Universidad de McMaster, en Canadá, Sandra Witelson y su equipo midieron
cuidadosamente un centenar de cerebros procedentes de pacientes terminales que
no tenían daños neurológicos y que habían realizado previamente un test de
inteligencia. Encontraron que las mujeres que tenían mejor inteligencia espacial
y verbal también tenían los cerebros más grandes. Curiosamente, el laboratorio
de Witelson fue el mismo que escrutinó en 1999 los pedazos del cerebro de Albert
Einstein, que habían descansado dentro de varios frascos durante casi 40 años.
En comparación con otros que murieron a los 60 años de media (Einstein falleció
a los 76 años), la gran sorpresa del estudio fue... que precisamente el cerebro
de Einstein no tenía casi nada de especial: venía a pesar lo mismo, e incluso
sus lóbulos temporales -relacionados con la memoria- eran algo más pequeños que
la media. Los lóbulos parietales (relacionados con el procesamiento de la
información espacial y la manipulación de objetos) eran un 15% mayores. Y
curiosamente, el cerebro de Einstein carecía de un surco que es una de las
características más importantes del cerebro, una zanja -"la fisura de
Silvia"- que separa el lóbulo frontal del temporal. Nadie en su sano juicio se
atrevería a afirmar que gracias a eso Einstein dedujo sus leyes de la
relatividad, que cambiaron la percepción del universo. La conclusión de Witelson
es que su cerebro no tenía una anatomía singularmente notable.
Las matemáticas y las mujeres. A pesar de Einstein, persiste cierta
tendencia a juzgar equivocadamente las habilidades mentales de las mujeres,
especialmente en áreas como la ciencia y las matemáticas. Aún resuena el
discurso del presidente de la Universidad de Harvard, Lawrence Summers, quien
afirmó en 2005 que la escasez de mujeres destacadas en matemáticas o ingeniería
se debía, estadísticamente, a que existían menos mujeres dotadas para estos
campos. Sus palabras indignaron al feminismo. ¿Por qué hay menos mujeres
matemáticas, o dedicadas a la ingeniería, que matemáticos o ingenieros? Un
vistazo a las distribuciones de las estudiantes en una curva matemática ofrece
una explicación simplista. Según Brizendine, los estudios sugieren que los
chicos y las chicas, cuando llegan a la adolescencia, tienen similares aptitudes
para las matemáticas y las ciencias. Luego, los cambios hormonales propios de la
adolescencia alejarán a ellas del atractivo que ofrecen los problemas
analíticos, empujándolas hacia profesiones donde el contacto social y la
habilidad con el lenguaje sean importantes. En ellos, el baño de la testosterona
-y mayor dedicación neuronal a los problemas espaciales- les animará a resolver
los problemas analíticos. "Siempre hay que hablar por término medio", advierte
Rubia. "Las chicas, por ejemplo, son mejores en aritmética, pero no en
matemáticas, aunque las ha habido muy destacadas, como el caso de Hipatia de
Alejandría. Y tenistas muy buenas, como Sánchez Vicario, ya que en el tenis la
visión espacial es importantísima". Sin embargo, el ajedrez, que es un juego
donde se precisa una capacidad espacial máxima, no ha proporcionado ajedrecistas
femeninas tan brillantes, indica este experto. ¿Conducen peor ellas que ellos?
"Mi mujer es una excelente conductora", asegura este neurólogo (el autor de este
artículo puede decir lo mismo de la suya). "Hay muchas mujeres que no saben
distinguir lo que es la derecha de la izquierda, una cosa tan simple. Te dicen,
sí, sí, a la derecha, y te indican hacia la izquierda".
Reparto de emociones. Si dispusiéramos de una nave microscópica para
viajar por el intrincado laberinto anatómico de un cerebro masculino y otro
femenino, ¿qué diferencias encontraríamos? Aparte del peso y volumen, es preciso
aprender un poco de anatomía y tener buen ojo. Los dos hemisferios cerebrales
están unidos por una serie de conexiones nerviosas (el cuerpo calloso), y estos
enlaces "son más abundantes en la mujer que en el hombre", asegura Ignacio
Morgado. "En sentido metafórico, las mujeres tienen los hemisferios comunicados
por autopistas, y nosotros, por carreteras". Tampoco el tamaño de estos
hemisferios es el mismo. Según Rubia, ambos son similares en las mujeres, pero
en el hombre el izquierdo es mayor que el derecho. Dado que aquí se localizan
los centros del lenguaje y del habla, algunas enfermedades, como la apoplejía o
los derrames cerebrales, afectan más profundamente al habla en los hombres que
en las mujeres, debido a esta mayor especialización observada en el cerebro
masculino.
Ellas pueden leer mejor las emociones en un rostro, de acuerdo con
Brizendine. Él llega tarde a la cena, aparentemente despreocupado, con la excusa
del trabajo. Ella ve algo raro en su cara. La cena transcurre sin incidentes,
pero la esposa escanea el rostro de su marido en busca de pistas, y le imita, en
un acto reflejo, hasta en el ritmo de la respiración, el tono de voz, lo tensas
que están las mandíbulas... Replica todos estos actos que observa y se encienden
en su córtex un tipo de neuronas motoras y visuales llamadas "de espejo", que
replican lo que ven. Ella busca incongruencias en los bancos de datos de su
memoria emocional. El cerebro femenino "se ha mostrado muy capaz de contagiarse
emocionalmente, captando literalmente los sentimientos de la otra persona, de
forma mucho más efectiva que él". En otras palabras, este fenómeno de espejeo
activa circuitos neuronales que le permiten a ella detectar una mentira. Con
una mirada, sabe que él la está engañando.
Comprender mediante la imitación la acción de los semejantes no es exclusivo
del ser humano. Los circuitos existen en los primates. Los científicos Giacomo
Rizzolatti y Laila Craighero, de la Universidad de Parma (Italia), publicaron un
trabajo en la revista Annals or Review Neuroscience en el que se
manifestaban "convencidos de que el mecanismo de espejeo neuronal es de una gran
importancia evolutiva, ya que ha permitido a los primates comprender las
acciones llevadas a cabo por sus semejantes". No se trata de comprender a los
demás mediante una deducción, sino sintiendo lo que ellos sienten.
Ellos, por el contrario, se muestran mucho más agresivos. "Los psicólogos
saben desde hace bastante tiempo que los hombres son veinte veces más agresivos
que las mujeres", dice Brizendine. La testosterona aparece como la hormona que
marca la diferencia. En el hombre, el cerebro recibe dosis de esta hormona que
son entre diez y quince veces mayores que en las mujeres. "Su propósito es hacer
más frecuente un comportamiento, como el de la búsqueda sexual y la
agresividad".
El reparto del trabajo. ¿Cuál es la razón de esta agresividad en ellos
y esa habilidad para manejar emociones y el lenguaje que exhiben ellas? "La
estrategia para resolver problemas es distinta en la mujer que en el hombre",
asegura Rubia. "Y estas diferencias en procesar la información también se
encuentran en ratas". Abrimos un paréntesis especulativo; viajamos unos 300.000
años hacia el pasado, a lo que hoy es la localidad soriana de Ambrona. Aquí se
han encontrado restos de elefante antiguo y utensilios de caza. Un espacio
boscoso con grande claros. Un grupo de cazadores, quizá hasta treinta, aguarda
al acecho. Están entrenados físicamente para recorrer distancias largas, y sus
cerebros no son otra cosa que detectores del movimiento, que analizan cualquier
vía de escape por parte de su presa, construyendo una imagen mental en su
cabeza, calculando distancias, percibiendo espacialmente los objetos a su
alrededor. Los cazadores humanos emprenden la caza de un animal grande -quizá un
elefante de varias toneladas- y lo empujan hacia una zona pantanosa para tratar
de inmovilizarlo. Cuando todo se pone en marcha, sus centros de agresividad se
disparan. Siguiendo esta línea de razonamiento, la mayor capacidad física del
hombre le permitió ir a cazar, mientras que la mujer se queda al cuidado de la
prole. Ellos usaron su capacidad espacial y visual. Ellas, sus mayores
habilidades verbales para tener cohesionada a su descendencia en los
asentamientos humanos típicos de los cazadores recolectores.
El cerebro plástico y la discriminación. La experiencia y la educación
moldean los circuitos cerebrales. El gran plan maestro del cerebro puede estar
establecido de antemano, pero todos los expertos se asombran de la enorme
plasticidad de este increíble órgano. "De forma inevitable, cualquier efecto de
la socialización debe ser mediado por el cerebro, pero lo cierto es que sabemos
aún muy poco", admite Doreen Kimura. "Aunque no creo que podamos lograr que un
niño se sienta como una niña". ¿Qué ocurre respecto a las habilidades y los
diversos tipos de inteligencia? La discriminación que las mujeres han sufrido a
la hora de acceder a los trabajos científicos es un hecho histórico e innegable.
¿Justifica por sí solo la escasez de matemáticas o ingenieras? "Creo que la
discriminación en la ciencia ya es una cosa del pasado. Las mujeres ya están
alcanzando a los hombres en las ciencias biológicas y médicas, pero su presencia
en las ciencias físicas e ingeniería ha cambiado muy poco en las últimas
décadas". Para Kimura, estas diferencias podrían explicarse por una combinación
de habilidades y los propios intereses de las mujeres -que se decantan más por
las ciencias sociales en su mayoría- más que por un rechazo de las propias
universidades.
Para Louann Brizendine, esa discriminación aún se deja notar. "Hay muy pocas
mujeres en puestos de liderazgo en muchas partes de la sociedad. Pero incluso
después de años de estudio, los expertos aún no saben por qué hay tan pocas
mujeres en matemáticas o ingeniería, aunque esta realidad está cambiando de
forma gradual". Una posible respuesta es la presión de la propia sociedad, que
proyecta los estereotipos de cómo deben comportarse los hombres y las mujeres
para que sean aceptables. "Los estereotipos sexuales pueden funcionar de forma
equivocada para proseguir con la discriminación contra las mujeres en los
puestos de trabajo, y contra los hombres en casa. Deberíamos condenarlos si se
usan para impedir que alguien no pueda ser el mejor en una cosa o desviarse de
su camino. Las niñas que piensan que las niñas no son tan buenas en matemáticas
siempre realizan peores exámenes".
Ellas son mejores en la inteligencia de las emociones. Ellos, en la
inteligencia espacial. "No hay ninguna prueba científica de que la mujer posea
una inteligencia general inferior a la del hombre", dice Morgado, que admite que
la discriminación en las mujeres puede haber creado un sesgo en determinadas
profesiones. En el mundo del arte no hay equivalentes femeninos a Dalí o
Picasso, pero eso puede estar relacionado "con el hecho de que el hombre nace
con mayor capacidad espacial".
El feminismo militante persigue la aceptación tácita de que no hay
diferencias entre los sexos, y por tanto entre los cerebros. "Ha existido
discriminación contra las mujeres y sigue existiendo", dice Francisco Rubia.
"Pero no se preocupan de que entre el 27% y el 40% de los salarios son menores
en la mujer que en el hombre. Y eso es mucho más importante. Si se quiere
combatir la opresión de la mujer, lo primero que hay que hacer es igualar los
salarios por el mismo trabajo. Luchar contra las diferencias biológicas contra
las que no se puede luchar es inútil".
Luis M. Ariza, Cerebros ... y cerebras, El País, 30/05/2010
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