Evolució i majoria d'edat.
La concepción del mundo que nuestros antepasados tenían durante la
Edad Media y la Antigüedad entendía la historia universal como un
relato, cuyos protagonistas eran los seres humanos (por supuesto,
algunos más que otros) y ciertos seres sobrenaturales, que cambiaban
según la religión de cada grupo o sociedad. La naturaleza sería, en esa concepción, poco más que un mero escenario de
la tragedia o tragicomedia en la que consistía la historia humana, un
escenario construido por dios o por los dioses según el plan de la obra
que se representaba en él.
En la Edad Moderna, esta concepción se fue modificando hasta
comprender la naturaleza como un sistema que obedecía ciegamente, pero
de forma determinista, un puñado de leyes, seguramente establecidas por
dios en la creación del universo, y que el ser humano era capaz de
descubrir mediante su razón. Este elemento, la razón era lo único que podía verse como algo no natural, y que seguía conectando al hombre con una realidad trascendente;
algo que seguía, por lo tanto, estableciendo un sentido a la existencia
y a la historia humana, aunque dicho sentido ya no pudiera ser
considerado como un relato literario al modo de los mitos clásicos o
medievales sino, más bien, como algún otro tipo de fórmula filosófica.
El descubrimiento darwiniano de la evolución mediante selección
natural fue el golpe de gracia a estas cosmovisiones: independientemente
de si el origen del universo y de sus leyes son o dejan de ser fruto de
una mente divina (algo que la ciencia y la filosofía han terminado
considerando básicamente indemostrable), el caso es que la evolución del
hombre hay que dejar de verla como resultado de un “plan”, y nuestra
racionalidad hay que comprenderla como una mera capacidad biológica
más, desarrollada por modificación y selección a partir de las
capacidades de nuestros antepasados no humanos.
En cierto sentido, la aceptación de la teoría de Darwin (y no la mera
llegada de la Ilustración, como quería el filósofo Immanuel Kant) es lo
que ha supuesto verdaderamente la entrada de la especie humana en su
mayoría de edad, al hacernos comprender que no tenemos a nadie que nos
lleve de la mano, ni hay un plan trascendente ni sobrenatural
marcado en ningún sitio (o en un no-sitio) que establezca adónde tenemos
que llegar y por dónde tenemos que ir, sino que estamos completamente
solos en la naturaleza (salvo el resto de la naturaleza, animales y
plantas incluidas, por supuesto), y todo lo que hagamos es pura
responsabilidad nuestra. Pero, sobre todo, que no hay nadie más que
nosotros para juzgar nuestras acciones. La historia, ni la humana ni la
natural, no tiene algo así como un sentido, y hemos de acostumbrarnos a
vivir con esa nueva certeza.
Jesús Zamora, Cómo cambió Darwin nuestra visión del mundo, divulgaUNED, 12/02/2014
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