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Las ocurrencias no están muy bien consideradas. Con razón. Pero no es menos descorazonador no tener ninguna. Lo malo no es su proliferación, lo problemático es no ser capaz de otra cosa. Y peor aún, identificarlas con el pensar. Cuando lo que se nos ocurre no tiene que ver con lo que ocurre, se trataría de procurar alguna activación que nos ponga en acción. Ahora bien, si confundimos lo uno con lo otro, pronto estimamos que algo es real porque se nos ha ocurrido. Si eso es suficiente para creer que es una idea, hemos de reconocer que casi conviene ponerse a buen recaudo. Incluso uno de sí mismo.
No deja de ser inquietante, en todo caso, que para
descalificar cualquier deseo, sueño o ilusión, cualquier propuesta,
incluso idea, baste desautorizarla por el simple hecho de que se le ha
ocurrido a alguien. Para empezar, a alguien otro. Y más llamativo aún,
porque parece haberlo concebido sin que coincida exactamente con lo que
ya pasa, o creemos que pasa. En definitiva, que está bien visto “pensar”
siempre que se acomode a la mera descripción de lo que ya ocurre. Lo demás, ocurrencias.
Inventar, innovar, abrir posibilidades, crear, quedarían reservadas
para espacios de arte y de cultura, y estos, incluso con el de la
ciencia no inmediatamente aplicable, pertenecerían al ámbito de lo irreal e infecundo. La investigación habría de acreditarse en su rentable e inmediata eficacia. De lo contrario, de nuevo, ocurrencias.
Amparados en tal planteamiento, resultaría más de fiar quien no hiciera sino ir y venir, deambulando en los ámbitos de lo ya conocido, ya dado, ya dicho.
Puesto que es lo que hay, algunos consideran que conviene no distraerse
en otras vías, ni siquiera en otros mundos posibles. Pero este, al que
llamamos nuestro, lo es por ser producto, según decimos, de nuestro
quehacer elaborador. Concretamente por eso es nuestro mundo. Menos mal
que hubo quienes tuvieron ocurrencias. Y menos mal, también, que no se
limitaron a ellas, sino que gozaron de la capacidad de encaminarlas en
las sendas del concepto. Y, por tanto, concibieron y alumbraron
algo. El problema no es que hay muchas ocurrencias, la cuestión es que o
se esgrimen como argumentos o se limitan a engrosar el capítulo de las
opiniones. No es de extrañar en tal caso que los ocurrentes vengan a ser
expertos. Precisamente en ocurrencias.
Ciertamente,
no todos los ingeniosos son geniales. La ingeniería, también del
pensamiento, no se reduce a ingeniar. Es un modo de saber, de saber
hacer. La ocurrencia tiene algo de inesperado, algo de aparición, pero
precisamente su fuerza está en la creación de condiciones para un efectivo aparecer,
el del ser de lo preconcebido. Y no pocas veces, cuando proclamamos que
estamos faltos de ideas, esta afirmación es una tan tópica declaración
que confirma hasta qué punto es así. Tendríamos asimismo quizá problemas
para reconocerlas. Y cuando ya ciertamente se nos ocurre poco, siempre
cabe la posibilidad de parafrasear o de parodiar lo que se le ha
ocurrido a otro. Este trasiego de ocurrencias favorece
que en verdad no ocurra nada. Ni siquiera ya las referencias son
auténticas citas, en las que quedar convocados, ni alusiones, en las que
ser llamados a conjugar, sino únicamente remisiones. Sin embargo, de
aquí para allá, las palabras no solo se marean, se secan.
Falta discurso, faltan ideas, proclamamos. Y con semejante reiterada
proclamación lo ratificamos. Precisamente por ello, convendría atender más y mejor, considerar, escuchar,
y no siempre en los lugares preestablecidos, en los ámbitos
presuntamente donadores de sentido. Las ocurrencias, a su manera,
generan atisbos de otros espacios. Y no es cuestión ni de claudicar ante ellas, ni de cercenarlas. Hay quienes estiman que han de vigilarse
desde edades tempranas. No porque no sean ideas, sino porque es preciso
hacerlo a tiempo, no vaya a ser que lo sean. Los grandes hombres, las
grandes mujeres, siempre han sido, a su modo, muy ocurrentes. Aunque no
solo.
Parecería que el desprestigio de las ocurrencias obedece a la
admiración por los conceptos, pero conviene no precipitarse. Muchas
veces son formas de la misma precaución y coinciden en la prevención.
Más aún, se trataría de interceptar cualquier atisbo de
su aparición. Se comienza por liberar lo que se nos ocurre y pronto se
desatan todas las alarmas de control. Para empezar, las que uno mismo se
procura. Y si se hace con frecuencia, se obtienen buenos resultados.
Finamente, no se nos ocurre nada.
Merece cuestionarse el afán de neutralizar todo tipo
de ocurrencias, como si la alternativa consistiera en producir
inmediatamente fructíferas ideas. Nos encontraríamos por un lado con los
ocurrentes y, por otro lado, con quienes desarrollan su actividad en
los llamados laboratorios de ideas. Estos no vendrían a ser
sino espacios de combinaciones varias, con algunos efectos de acción y
de reacción. Pero con ello se desconsideraría no ya solo lo que son las
ideas, sino incluso lo que es un laboratorio.
Habría que comenzar por subrayar hasta qué punto no parecen tan
consistentes ni tan incuestionables ni las ideas, ni el mundo en el que
vivimos, como para encontrar osado abrir el espacio de las ocurrencias.
Los llamados concursos de ideas en ocasiones resultan decepcionantes,
precisamente por falta de ocurrencias desde su inicio, incluso en su
convocatoria.
Hay no poco de imprevisible en lo que ocurre, en lo que nos ocurre. Y, no podía ser menos, en lo que se nos ocurre. Si Kant
habla de la necesidad de limitarnos para no caer en ensoñaciones de
visionarios, no estará de más ampararnos en sus cautelas precisamente
para no extralimitarnos hasta el extremo de paralizar la imaginación
creadora. Son inquietantes los sueños de la razón, y las alucinaciones,
pero la alternativa no es el permanente letargo que no precisa siquiera de ensoñaciones. Entonces, entre dormidos y adormecidos,
no corremos riesgos. Tal vez así nos liberamos a la par, no ya de las
vicisitudes de la vida, sino de aquello en lo que precisamente consiste
vivir. Y, sin embargo, existen necesidades que parecer requerir que se nos ocurra algo.
Ángel Gabilondo, Que se nos ocurra algo, El salto del Ángel, 07/02/2014
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