Límits morals i diners.
Andy Warhol |
Cuanto más dinero se tiene, más
posibilidades existen de cometer comportamientos poco éticos. Así de
contundente es Paul Piff, psicólogo social de la Universidad de
Berkeley, quien ha dedicado gran parte de su trabajo a estudiar las
diferencias entre personas de clase alta y baja. En la última película
de Martin Scorsese, podemos ver reflejada tal afirmación. En ella queda
patente cómo la codicia puede llevar a las personas a vivir sin ningún
tipo de límite moral, al igual que los escándalos financieros de los
últimos años que confirman tal teoría. Obviamente, no se puede
generalizar y hay personas muy poco éticas sin grandes recursos.
Igualmente, existen hombres y mujeres con recursos que realmente están
muy sensibilizados con las desigualdades económicas e invierten
en proyectos para disminuirlas. Pero lo que realiza la ciencia es
ofrecer un patrón de comportamientos y una explicación de por qué en
determinados contextos se refuerzan una serie de actitudes. Veamos a
continuación algunas conclusiones de los trabajos de Piff:
Libertad e independencia.
Contar con más recursos nos permite vivir en un ambiente con menos
amenazas e incertidumbre, lo cual, sin duda, es positivo y necesario. El
problema surge cuando no miramos mas allá de la propia seguridad
personal, cuando se convierte en una burbuja impenetrable que nos hace
perder el pulso de lo que ocurre más allá de nuestro pequeño mundo. Una educación sobreprotegida refuerza tales comportamientos y nos aísla del contacto con otras realidades. Así pues, si estamos educando así a nuestros hijos, ¡cuidado!… Existen un riesgo futuro.
No considerar a otras personas.
Al hilo de lo anterior, en diferentes experimentos se comprobó que las
personas con más recursos podían tener comportamientos menos empáticos.
Ya sabemos que la empatía está relacionada con reconocer las necesidades
de los otros y ponerse en su piel. Los investigadores compararon el
comportamiento de personas que conducían coches de gama alta al llegar a
un paso de peatones, con el de personas que llevaban coches menos
ostentosos. ¿Qué encontraron? Que las personas que usaban coches más
caros se detenían mucho menos ante el paso de peatones para permitir que
la gente cruzara. Una vez más, la burbuja de la que hablábamos parece
que genera una piel tan gruesa que nos olvidamos de los que se “cruzan”
por nuestro camino. La seguridad del dinero nos puede hacer vivir un efecto anestésico ante los demás y reducirnos nuestra capacidad empática.
Tener más y compartir menos.
De manera paradójica y gracias a un estudio, Piff llegó a la conclusión
de que las familias de clase alta destinan una proporción menor de sus
ingresos a ayudar a los más desfavorecidos. Una vez más, el egoísmo
incide en este apartado: se pone más foco en el interés propio que en el
bienestar de los demás. Evidentemente, todas las personas podemos ser
egoístas. Lo más llamativo es cuando se dispone de muchos recursos para
repartir y no se lleva a cabo.
“Me merezco lo que tengo”.
Las personas que poseen mayor riqueza pueden considerar que han hecho
algo para estar en esa posición y, por tanto, se lo merecen. Corren el
riesgo de dejar a un lado uno de los principios más relevantes de la
psicología social: a veces nos suceden cosas que no dependen de nosotros
mismos como una herencia, por ejemplo. Paul Piff vio en su
investigación cómo las personas que se sienten más ricas, tienen la
tendencia a considerar que disponen de un derecho ante dicha fortuna y
lo manifiestan de manera convencida. De algún modo, la burbuja parece
que no solo nos impide sentir, sino que tenemos tendencia a alimentarla
con todas las afirmaciones posibles que lo justifiquen.
Sería lógico pensar que la ética no
debería estar relacionada con disponer o no de riqueza. Sin embargo,
parece que existen determinados contextos que nos ayudan a ser más
empáticos y menos egoístas con las personas que nos rodean. Si por
suerte hemos nacido en una familia que dispone de recursos, deberíamos
tener en cuenta que existe una gran parte de la realidad de la cual
quizá no seamos tan conscientes. En la medida que nos abramos al mundo
de verdad, escuchemos otras realidades y seamos más sensibles a los
otros, podemos articular un sistema de valores éticos más sostenible en
el tiempo. Está claro que es muy difícil resolver la desigualdad
económica, pero sí que podemos comenzar a trabajar en valores y
actitudes que ayuden a construir una sociedad más justa y con más
posibilidades de ser feliz.
Reflexiones
1. No solo la gente que disfruta de una mejor posición económica cae en un comportamiento poco ético. Todos tenemos sentimientos que nos animan a ponernos por delante de los demás.
2. Debemos estar dispuestos a mirar las situaciones de desigualdad y plantearnos ¿cómo me afectan personalmente?, ¿qué puedo hacer para contribuir al cambio?
3. No son necesarias acciones extraordinarias, es suficiente con intervenir en los momentos cotidianos que me llevan a conectar con los sentimientos de otros.
Pilar Jericó, Cuanto más dinero, menos ética, Laboratorio de felicidad, 21/02/2014
Referencias
Higher social class predicts increased unethical behavior, escrito por Paul Piff y publicado en 2012 en Proceedings of the National Academy of Sciences.
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