Invictus



“Out of the night that covers me, / Black as the pit from pole to pole, / I thank whatever gods may be / For my unconquerable soul. // In the fell clutch of circumstance / I have not winced nor cried aloud. // Under the bludgeonings of chance / My head is bloody, but unbowed. // Beyond this place of wrath and tears / Looms but the Horror of the shade, / And yet the menace of the years / Finds and shall find me unafraid. // It matters not how strait the gate, / How charged with punishments the scroll, / I am the master of my fate: / I am the captain of my soul”.
W. E. Henley


“En medio de la noche que cae sobre mí, / Negra como un pozo que se hunde inabarcable, / Doy las gracias a dios, si es que algún dios existe, / Por ser el propietario de esta alma invencible. // Atrapado en las garras de la cruel existencia / Nunca he vociferado ni he expresado dolor. // Bajo los mazazos de mi pésima suerte / Mi frente se desangra pero jamás se rinde. // Más allá de este lugar de lágrimas y cólera / Veo que se aproxima el más siniestro Horror / Y que el tiempo amenaza, pero no los temo. // No me preocupa que se cierren las puertas / Ni que lluevan sobre mí un sinfín de castigos, / Pues sé que yo gobierno el rumbo de mi vida / Y que soy el capitán de mi alma invencible”.

(Traducción de Ángel Rupérez)
¿Para qué sirve la poesía? Esta vieja y clásica pregunta tuvo una respuesta nada teórica, sino crucialmente práctica, en la vida del prisionero Nelson Mandela. Un poema titulado Invictus se convirtió en su compañero esencial durante sus largos años de cautiverio, tanto es así que lo escribió en un papel que permaneció siempre a su lado, como si se tratara de un salvífico talismán. El autor del poema era el poeta inglés William Ernest Henley (1849-1903), amigo íntimo de R. L. Stevenson, y a él le debe su título la película homónima, en una de cuyas secuencias clave se oyen en off sus versos, en la voz grave de Morgan Freeman.

Si el lector presta atención, observará que el poema declara que el más inmenso Horror imaginable no consigue eliminar la fortaleza de cualquiera de sus víctimas, gracias a una sagrada posesión de la que habla el cuarto verso: el Alma invencible. En el más negro de los escenarios, una especie de poderosa templanza resistente se abre paso, e impide la expresión más desesperada del dolor —maldición, gritos— al tiempo que mantiene erguida a la víctima, que nunca se doblega ni se rinde. La sangre está presente en este lugar de lágrimas y cólera (que puede ser la Historia sangrienta, que fue la cárcel para Mandela) pero, por encima de ella, está la fuerza del Alma, el motor entero de este poema, su intrínseco poder. Al ser indestructible, su propietario, sometido al más extremo infortunio, expresa su gratitud a quien haya sido capaz de concebirla, el dios que fuera. Pues, sin ella, ¿qué hubiera sido de Mandela (y de cualquiera de nosotros)? El final del poema vuelve al comienzo y condensa esa filosofía de la Resistencia heroica en sus dos versos más célebres: “I am the master of my fate /: I am the captain of my soul”. “Soy el dueño de mi destino /: soy el capitán de mi alma”.

La clave es que esa afirmación liberadora forma parte de un poema redondo, y conviene recordarlo. Su filosofía resistente depende de un engranaje perfectamente trabado: lenguaje oscuro, ritmo percutiente, y, en contraste, esa luminosidad que abre y cierra el poema, el triunfo del Alma libre, inaccesible a los verdugos. Mandela tuvo la suerte de encontrarse con ese regalo, fuente de su ánimo, y nosotros también pues gracias a él (al hombre gigantesco y a la poesía que lo acompañó) somos ahora más libres.

Ángel Rupérez, Una filosofía de la resistencia, Babelia. El País, 04/01/2014

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