Morir sense haver viscut.
¿Soledad de la gente? ¿Atormentada? ¿Tal vez compartida y común? No, no exactamente. Todo esto sería demasiado existencial.
Aislamiento ecológico y conexión a distancia es lo que se lleva.
Conductismo de elite, o sea, complejo e interactivo. Y además
indetectable, claro, no en vano está integrado en la vibración continua
de un cuerpo social traslúcido, casi líquido.
Así pues, aislamiento terciario en esta sociedad de endeudados al
mañana, el de la próxima entrega, dentro de la serie televisiva en que
se ha convertido la vida. Sin apenas ningún espacio para el encuentro,
para pararse y dejar que se concentre el universo, que nos penetre el
virus de lo real. Y sin complejo de culpa, que nos haría más lentos.
Ayer mismo los
conductores de un programa de entretenimiento anunciaban la muerte de
una conocida figura femenina del escenario europeo exactamente con el
mismo desenfado con el que anunciarían una simpática fiesta infantil o
una nueva crema de belleza.
Suerte la de este mundo, que ha conseguido consumar el sueño
totalitario en un orden social tan abierto que sus líderes de opinión,
los mismos que ordenan bombardear pueblos exangües, son también capaces
de cantar y bailar en público con una relativa soltura. Überfashion.
Nuestra vibración electrónica es tan rápida que puede reconciliarse
con cierta lentitud real. El dictado colectivo es tan omnipresente, y
personalizado, que no tiene por qué dejar de sonreír. El mundo en el que
vivimos es como
la publicidad de otro mundo, un anuncio al que se le hubiera quitado la
marca del producto que se nos vende. Cierto, no hay tal marca: sólo se
trata de huir de la atrasada vida sin marcar.
Orden de autoalejamiento, decíamos ayer. Pero
sin órdenes; las hay, pero cada uno las personaliza a su modo. Estamos
así tan ocupados que apenas tenemos tiempo para nada, menos todavía para
la "nada" del tiempo muerto. Pararse está prohibido, y por supuesto
callarse, por un mandato doblemente eficaz por el hecho de que nunca se
enuncia. ¿Hasta
el sexo se ha vuelto difícil en este entorno automatizado, de
eyaculación precoz y conexión continua? ¿Tendrá razón Virilio cuando
decía que hemos llevado la metafísica del divorcio hasta la misma cópula?
Esta cultura ultraconductista, tan fundida con la variedad del
espectáculo que su conductismo puede ser provocador y alternativo, se
impide a sí misma apagar las conexiones. ¡A la salvación por la
interactividad! Todas las instituciones y los personajes de vanguardia
se presentan así con una multicolor impronta social. La cultura integral
de derechas permite una política de izquierda. Y todos contentos,
mientras cada uno ocupa su lugar bajo este ardiente sol, incluso en
Finlandia, del dios social.
Vivimos en un moldeado autodeformante, que cambia constantemente en
un instante, como un tamiz cuya malla variase en cada punto. Su
habitante, nativo digital o formado en el reciclaje, es un ciudadano
ondulatorio, que permanece perpetuamente en órbita, suspendido sobre una
onda continua.
Vuelve entonces una pregunta clásica. La carrera espacial, aparte de
su coste, ¿se ha quedado anticuada porque ahora se ha logrado un viaje
interestelar para cualquier camarero, con una circulación orbital en las
redes? La ansiada suspensión de la gravedad, que Hannah Arendt ya
señalaba hace cincuenta años como ideal planetario, se habría así
personalizado. La democracia triunfa cuando la mentira es para todos. A
través del capitalismo real, por fin el socialismo virtual.
Todo el estallido narcisista de las últimas décadas, esta especie de mundial y continuo selfie,
no deja de señalar que el poder global, tan acéfalo como impune, está
basado en realidad en una economía libidinal de la subjetividad, en una
intimidad mimada y maltratada por el espectáculo de lo que, con harta
modestia, llamamos sociedad internacional.
Necesitamos mapas, se dice. Pero ¿cómo, si no tenemos más que mapas –vivimos en un ultramapa– y
ya nadie se adentra en la curvatura y las aristas de ningún territorio?
Pregunten si no en una calle cualquiera de un barrio madrileño, ya
verán cómo –sobre todo si el interpelado tiene menos de 30 años– es para morirse de risa. "Ni idea", dicen –si contestan– con un aire de ofendido asombro.
P de GPS. De UPyD. ¿En esta religión tecno-social será distinta la humana materia prima del Psé, del Ppoe, de Popemos? La casta –fíjense en esas caritas de Bruselas–
está constituida básicamente por la idea fija de no pisar la tierra.
Esto es desde hace tiempo el capitalismo: por ningún lado tocar la vida
común, elemental, mortal. Ni siquiera, para empezar, en la percepción.
Anticomunismo espiritual, también por la extrema izquierda. En este
sentido, poco importa que la casta sea parlamentaria o universitaria,
aunque esta última –tan mafiosa como la que más– tenga ciertamente menos caspa. Toda la diferencia política es la siguiente: la juventud puede ser racista –sobre todo con lo real– de paso que baila y sonríe, ubicuidad que le está negada a los rancios mayores.
Se ha dicho hasta la saciedad: la impotencia doméstica alimenta la
fiebre global. Y viceversa. De ahí que todo gire en un tiovivo sin fin
donde los comentarios son tan importantes como la versión
original. Ésta, por otra parte, nunca existió: era ya un comentario,
aunque tal vez más impactante que los que vienen después. Por eso,
cuando en este carrusel de feria irrumpe la fuerza de la naturaleza,
aunque sea en la forma del amor, nuestra parálisis es casi total y la
reacción, a la fuerza, un poco patética. La interactividad ciega los
sentidos. Mientas el tsunami se acerca, el que sea, nosotros seguimos
mirando pantallas. Igual que la orquesta del Titanic siguió tocando
cuando ya la catástrofe era irremediable.
Pero comentando, comentando, se llega hasta Roma. Y así,
milagrosamente, te puedes morir sin apenas haber vivido. Con lo cual el
círculo es perfecto, pues la muerte –más o menos asistida–
llega como un epifenómeno de la comunicación y la tecnología médica.
¿Se puede pedir más a las redes sociales? La religión católica era un
juego de niños comparada con esta eficacia viral.
Ignacio Castro Rey, 19:07, fronteraD, 06/12/2014
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