Marx i la fal.làcia naturalista (José Luis Pardo).
Karl Marx |
El “giro copernicano” requerido para resolver este problema teórico tiene
aquí unas raíces prácticas insoslayables: fue preciso que las actividades
humanas de producción material se fuesen desprendiendo de todas las cualidades
y propiedades que hacían de ellas actividades cualificadas, específicas,
diferenciadas y concretas, para que saliese a la luz el concepto mismo de
“trabajo” tal y como hemos llegado a entenderlo, es decir, como trabajo “a
secas”, abstracto, indiferenciado, completamente descualificado y reducido a la
mera fórmula de “actividad social de producción de valor” (pàg. 227).
Pues, en efecto, dos productos cualesquiera, observados desde la sola
perspectiva de su valor de uso (y es en el uso en donde según Platón reside su esencia, es decir, su
capacidad para remediar las carencias del hombre), son perfectamente
inconmensurables, pertenecen a sistemas propios en los cuales adquieren
significado pleno, y no se encontrarán jamás, a partir de este dato, una forma
de establecer una regla de equivalencia racional que permita su intercambio
social. Solamente si –haciendo por completo abstracción de sus propiedades
objetivas y naturales (que aquí están representadas por el valor de uso)- se
traducen a un tercer término
indiferente a tales propiedades puede hallarse un modo de fundar esa
equivalencia. Este tercer término, desde Adam
Smith y David Ricardo, es la cantidad de trabajo empleado en producir
cosas (pàgs. 226-227).
El “sujeto” sólo puede aparecer como origen del valor (de cambio) al precio
de sufrir una descualificación y descaracterización proporcionales a las que
tienen que padecer las cosas para convertirse en “mercancías”
(descaracterización de las personas/descosificación de las cosas) (pàg. 227).
El mercado es el texto que fija el guión y establece el valor de cada cosa
y de cada individuo, o sea, su precio constante y sonante (pàg. 227).
¿Cómo no pensar, entonces, que el mercado encubre y oculta más que revela
la naturaleza de las cosas, que inhibe toda acción libre y que, con las
palabras de Marx, sólo consigue victorias –progresos- a costa de la pérdida del
carácter, a costa de convertir a todos los trabajadores en “personajes de
destino” abocados al desenlace fatal de un lote siempre escuálido en
comparación con el cúmulo de esfuerzos? (pàgs. 227-228).
Nota 1: Marx
siempre insistió en que el precio que paga (o cobra) el mercado capitalista
siempre es “justo” (como el final de los dramas de destino siempre implica un
“ajuste de cuentas” o de piezas para su encaje en la trama), pues la justicia
depende del marco en el cual se
calcula y, de acuerdo con ese marco, los patronos pagan a los trabajadores
exactamente el valor de su trabajo, ni un céntimo más ni un céntimo menos. Por
eso Marx estaba seguro de que nada
definitivo se lograría a menos que se destruyese por completo ese “marco” (pàg.
228).
La admiración de Marx y Engels hacia Schelling o Hegel (…) se
justifica precisamente por el hecho de que estos pensadores habrían sido los
primeros en defender un “mundo” que, lejos de tener un origen mágico o divino,
asombroso o estupefaciente, es producto de la actividad subjetiva. Ciertamente,
esta labor la habrían llevado a cabo Schelling
o Hegel aún en un vocabulario
idealista que presentaba la realidad cognoscible como resultado de la actividad
del “espíritu”. Pero, eso sí, de una actividad inconsciente (aquella actividad secreta de la imaginación que trama
desde sus cavernas los hilos del tiempo). Esto, traducido a los términos que
venimos empleando, equivale a sostener que, desde el punto de vista de Marx y Engels, el “error” del idealismo consiste en pensar la construcción
de la realidad en términos de acción,
aunque se trate (…) de una acción que en
sí misma es producción, de una actividad espiritual de la razón que produce
naturaleza cognoscible, racional (…). De acuerdo con las conocidas
declaraciones de Marx, se trataría
de enderezar esa visión invertida y quimérica mostrando que eso que los
idealistas llaman “actividad productiva inconsciente” del espíritu es en
realidad todo el trabajo de producción y reproducción material de las
condiciones de existencia, cuya “invisibilidad” o cuyo carácter “inconsciente”
se debe únicamente a la situación de dominación objetiva en la que viven los
productores y al “olvido de la producción” del que hacen gala los filósofos. La
producción misma, la técnica en cuanto es “inconsciente” (no puede llegar a la
conciencia burguesa debido a la situación objetiva de marginación en la que se
mantiene al proletariado, …), sería esa actividad oculta de la imaginación que
secretamente dirige la historia (pàgs. 230-231).
Marx había intentado “desmitificar” (es decir,
desencantar o despojar de su halo metafísico) a la “cosa-en-sí” mostrando que
en el origen del valor estaba algo tan simple como el trabajo –la incesante
actividad humana de transformación de la naturaleza, la platónica y
aristotélica “producción”- y por esa razón consideraba un progreso el proceso por el cual esta categoría (el trabajo
totalmente descualificado y abstraído de toda determinación) había llegado a
ser pensable, aunque comportase ese inmenso dolor … (pàg. 295).
José Luis Pardo, Esto no es
música, Galaxia Gutenberg-Círculo de Lectores, Barna 2007
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