La vessant ètica de la ignorància.
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Consideremos los dos escenarios siguientes:
Primero. No censuramos el racismo, el fascismo o el totalitarismo solo por
contener una visión moralmente inaceptable del ser humano y de sus deberes con
respecto a la humanidad; los censuramos también porque contienen una visión
errónea del hombre y del mundo. La cuestión es si sus errores morales se han originado en sus
errores cognitivos o éstos han sido tan solo el producto de una deformidad
moral. Queremos explorar aquí esta segunda posibilidad: que, como muestra la
agnotología, algunas formas de ignorancia proceden del mal. Con todo, la
ignorancia no puede ser vista como el resultado exclusivo del ejercicio de un
poder externo al sujeto del conocimiento. Hay un momento en el que la víctima
ha de ser tenida por responsable. En este punto es pertinente hacer referencia
al segundo escenario.
Segundo. Los estudios sobre el rendimiento académico de alumnos con altas
capacidades indican que la superdotación no es un marcador del éxito académico
o social. ¿Por qué, entonces, las capacidades bajas habrían de ser un indicador
que anticipa el fracaso? Si el éxito parece estar determinado por otros
factores que no son la inteligencia, ¿por qué el fracaso no podría estar
determinado por factores no cognitivos? Algunos sujetos parecen estar
moralmente incapacitados para aprender. Son dos ejemplos de que no todos los
errores morales proceden de la ignorancia. Es cierto que el platonismo siempre
ha creído que el mal procedía de la ignorancia. La enorme influencia que el
intelectualismo moral ha tenido sobre nuestra cultura probablemente sea una de
las razones por las que tendemos a ver en la ignorancia de los jóvenes la causa
de muchos de los males que aquejan a la sociedad, especialmente cuando el
sistema educativo fracasa.
Ahora bien, ¿no era la ignorancia de los jóvenes lo que el sistema
educativo ―todo sistema educativo– está llamado a cambiar? Tiene poco sentido
afirmar que nuestro sistema educativo funciona mal como consecuencia de que
nuestros jóvenes no saben comportarse o desprecian todo lo que ignoran. ¿No es
más razonable afirmar que no saben comportarse o no aprecian el valor de lo que
aprenden porque nuestro sistema educativo funcional mal?
De hecho, la paradoja antes mencionada sobre el rendimiento académico
sugiere que podría no ser la falta de inteligencia, sino la incapacidad de
algunos individuos para llevar a cabo la transferencia emocional que les
capacita para adoptar el punto de vista del otro significativo lo que puede
estar en el origen de ciertas desventajas cognitivas. Algunas de ellas muy
severas. Dicho de otro modo: para conocer hay que reconocer, de modo que algunas
formas de ignorancia, señaladamente, las que se manifiestan en individuos
refractarios al aprendizaje, podrían tener su origen no en una discapacidad
cognitiva sino en una tara emocional o moral. En este punto no hablaríamos de
un mal que procede de la ignorancia, sino de una forma de ignorancia que
procede del mal.
Los filósofos vieron la ciencia como un método que buscaba ante todo la
eliminación (o, al menos, la delimitación) del error. Francis Bacon quería eliminar los ídolos (no sólo innatos, también
inducidos) del pensamiento, Spinoza
buscaba neutralizar el poder de las creencias, D’Holbach comprendió el papel desempeñado por los prejuicios en la
obstaculización del progreso científico, social y moral, Kant habló de un atreverse a saber como actitud opuesta a la de la
ignorancia culpable, y Marx, en fin,
denunció un estado de falsa conciencia que impide reparar en el secreto nexo
entre verdad y emancipación.
Ahora bien, aunque en el combate contra la impostura y la intoxicación
sería tentador tomar partido por el partido de la verdad, la mala noticia es
que tal partido no existe y, si existiera, probablemente sería preferible no
estar de su lado. El remedio contra este capitalismo agnotológico no es, ni
puede ser, la implantación ―a menudo acompañada de ribetes autoritarios― de un
régimen de verdad. El sueño de remplazar la mentira con la verdad por la vía
política no es más que la quimera de quien no ha comprendido que lo más valioso
que la verdad tiene reside en la variedad de nuestros puntos de vista sobre
ella.
Leopoldo Moscoso, Agnotología
y educación ciudadana, Ediciones Contratiempo, Febrero 2014
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