La fi de l'art modern.
Lo inédito se ha convertido en el imperativo categórico de la libertad artística.
Esa contradicción dinámica del modernismo creativo es substituida por una
fase no menos contradictoria, y además, fastidiosa y vacía de toda
originalidad. El dispositivo modernista que se ha encarnado de forma ejemplar
en las vanguardias está acabado, más concretamente y según Daniel Bell (Les
contradictions culturelles du capitalisme, PUF, 1979), lo está desde hace
medio siglo. Las vanguardias no cesan de dar vueltas en el vacío, incapaces de
una innovación artística importante. La negación ha perdido su poder creativo,
los artistas no hacen más que reproducir y plagiar los grandes descubrimientos
del primer tercio de siglo, hemos entrado en lo que D. Bell denomina el posmodernismo, fase de declive de la
creatividad artística cuyo único resorte es la explotación extremista de los
principios modernistas. De ahí la contradicción de una cultura cuyo objetivo es
generar sin cesar algo absolutamente distinto y que, al término del proceso,
produce lo idéntico, el estereotipo, una monótona repetición. En este punto, D. Bell, adopta la opinión de O. Paz (Point du convergence, Gallimard, 1976) aunque retrase aún el
momento de la crisis: desde hace años, las negaciones del arte moderno «son
repeticiones rituales: la rebelión convertida en procedimiento, la crítica en
retórica, la transgresión en ceremonia. La negación ha dejado de ser creadora.
No digo que vivamos el fin del arte: vivimos el de la idea de arte moderno».
Agotamiento de la vanguardia que no se explica ni por «oficio perdido» ni por
la «sociedad tecnificada»: la cultura del no sentido, del grito, del ruido, no
corresponde al proceso técnico, ni siquiera como su doble negativo, no es la
imagen del imperio de la técnica que «es por sí misma evacuadora de cualquier
sentido». D. Bell lo hace notar
acertadamente, en nuestras sociedades los cambios tecnoeconómicos no determinan
los cambios culturales, el posmodernismo no es el reflejo de la sociedad
posindustrial. El callejón sin salida de la vanguardia está en el modernismo,
en una cultura profundamente individualista y radical, en el fondo suicida, que
sólo acepta como valor lo nuevo. El marasmo posmoderno es el resultado de la
hipertrofia de una cultura cuyo objetivo es la negación de cualquier orden
estable (pàgs. 82-83).
Gilles Lipovetsky, La era del
vacío, Anagrama, Barna 1986
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