Els sistemes del guanyador-es-queda-amb -tot.
El debate sobre la desigualdad se ha movido. Ya no se trata de si hay mayor desigualdad –nadie lo discute a estas alturas—, o de si eso es buena cosa –ni siquiera David Brooks y Marco Rubio creen ya que lo sea—; la gran cuestión es ahora si el extraordinario incremento de la concentración de la riqueza en la décima parte del uno por ciento de la población tiene o no algo que ver con el incremento de la desigualdad entre la zona media y la baja. La respuesta, ni que decir tiene, es: por supuesto que sí. Y por vías que son, a la vez, simples y complejas. Veámoslas:
1.— Primero, los sistemas de
compensación del tipo el “ganador-se-queda-con-todo” generan incentivos al
cortoplacismo. Las correlaciones empíricas y los estudios en laboratorios de
psicología muestran que, cuanto más dinero gana un alto ejecutivo, mayor es su
predisposición a despedir trabajadores y a negarse a invertir en la formación
de los trabajadores y en la retención de los mismos. No es sólo que unas
acrecidas remuneraciones hagan más codiciosos a los altos ejecutivos
empresariales, aunque ese parece ser también el caso vistos los experimentos de laboratorio
psicológico con estudiantes de administración de empresas. Ocurre
también que los incrementos de las remuneraciones y los bonos en la cúspide
tienden a justificarse apelando a las ganancias a corto plazo que inciden en
los precios de las acciones. La presión competitiva para incrementar las
ganancias y el foco puesto en la salud a corto plazo de la empresa redoblan la
presión para lidiar cortoplacistamente también con los intereses de los trabajadores.
(Lynne L. Dallas, “Short-Termism,
The Financial Crisis, and Corporate Governance”, Journal of Corporation Law, Vol. 37 [2012], también disponible en
ssrn.)
2.— En segundo lugar, la política
del ganador-se-queda-con-todo ha incentivado la guerra de clases, y como
celebérrimamente dejó dicho Warren Buffet, su clase va ganando. Paul Pierson y
Jacob Hacker explican en su Winner Take All
Politics [La política del
ganador-se-queda-con-todo] que el movimiento conservador arrancó en ya 1978,
antes de la presidencia de Ronald Reagan, y empezó con la obsesión una Cámara
de Comercio empeñada en organizar campañas de financiación para luchar a favor
de los intereses empresariales. En la década siguiente, los conservadores
ganaron un buen número de elecciones muy reñidas gracias a su capacidad para
allegar recursos a los procesos electorales en curso. Esos éxitos terminaron
por incrementar la influencia en ambos partidos de los donantes más ricos, al tiempo
que un declinante índice de participación electoral disminuía la influencia de
quienes se hallan fuera de la elite. La diferencia entre las elecciones de
2008, dominadas por los Demócratas, y las de 2010, en las que barrieron los
Republicanos, fue una diferencia sobre quién acudía a las urnas, resultando el
espectacularmente incrementado índice de participación electoral de los
votantes más ricos en una barrida republicana. (Véase Bonica, McCarty, Poole et
al., “Por qué
la democracia no ha conseguido ralentizar el crecimiento de la desigualdad”,
en el Journal of Economic Perspectives,
Vol. 27, Nº 3, verano 2013, págs.103–124.) El politólogo Larry Bartels (“Desigualdad económica y
representación política” [2005]) concluye que, a día de hoy, nadie en el
Congreso vota de manera coherente para promover los intereses del tercio más
bajo de la sociedad. La política se ha convertido en un juego en el que los
ricos consiguen promover sus intereses, no sólo a costa de los pobres, sino a
costa de cualquier pretensión de gobernanza democrática (con “d” minúscula).
3.— Tercero, los sistemas del
ganador-se-queda-con-todo generan familias-que-se-quedan-con todo. Naomi Cahn y
una servidora sostenemos en Marriage
Markets: How Inequality is Remaking the American Family (Oxford:
2014) [Mercados matrimoniales: cómo la
desigualdad está reconfigurando a la familia norteamericana] que una mayor
desigualdad altera el modo en que llegan a coincidir y aparejarse hombres y
mujeres. Hay más hombres de elevados ingresos que mujeres de elevados ingresos.
En realidad, las mujeres licenciadas universitarias, como grupo, han perdido
peso en relación con los varones licenciados, aun cuando el hiato de género se
ha reducido para otras mujeres. Al propio tiempo, unas sociedades más
desiguales –en EEUU y por doquiera— desvalorizan a un creciente porcentaje de
varones de bajos ingresos, marcándolos como incapaces de matrimonio a causa del
desempleo crónico, el encarcelamiento masivo y las altas tasas de abuso de
drogas, índices todos ellos empíricamente correlacionados con una mayor
desigualdad. Resultado: más matrimonios estables y más familias biparentales en
la cúspide y mayor inestabilidad familiar entre los de abajo. Impactantes
estudios transculturales muestran que cuando el comportamiento familiar en la
cúspide se mueve en una dirección divergente del comportamiento familiar de los
de abajo, las pautas divergentes reflejan de manera típica diferencias en la
disponibilidad de puestos de trabajo, así como una diferente disponibilidad de
hombres casaderos en las diferentes comunidades. Las diferencias familiares, a
su vez, afectan a los recursos disponibles para invertir en los hijos, lo que
incrementa las diferencias en el rendimiento educativo.
4.— En cuarto lugar, los
sistemas del ganador-se-queda-con-todo socavan las comunidades. Las
investigaciones muestran que cuando en una comunidad cierra una fábrica, eso
afecta al rendimiento educativo tanto de los hijos de los despedidos como de
los hijos de quienes no perdieron su puesto de trabajo. El libro American Apartheid mostró en los ochenta
que la pérdida de puestos de trabajo en comunidades urbanas afectaba desproporcionadamente
a los barrios afroamericanos, incrementando las tasas de delincuencia, los
embarazos de adolescentes e impactando, en general, en la salud de la
comunidad. Hoy, nuevos estudios
muestran idénticas consecuencias para todas las comunidades. En cambio, una
mayor igualdad social crea comunidades más resistentes.
5.— Y por último: esos efectos
son sinérgicos. Un mayor éxito conservador en las urnas generó guerra de
clases. Los impuestos cayeron para los de la cúspide, mientras que una
fiscalidad crecientemente regresiva se abatió desproporcionadamente sobre los
pobres. Los conservadores han eliminado el sostén a la educación pública, a la
mejora de las infraestructuras, a los subsidios para alimentos y al desempleo,
al tiempo que luchaban con uñas y dientes para proteger los subsidios agrarios
en beneficio de la gran agroindustria, para mantener un sistema de salud que
concede los mayores beneficios fiscales a quienes se hallan en la cúspide y
para promover toda una serie de medidas, apenas visibles la mayoría, en
beneficio de los fondos de riesgo, de las compañías petroleras, de los bancos
demasiado grandes para caer y de otros intereses granempresariales. Esas
medidas, al tiempo que protegen intereses creados, hacen harto más difícil la
movilidad social. Los cabilderos de las grandes empresas han saboteado y
socavado las medidas que otrora proporcionaron al conjunto de este país una
estabilidad económica. Como subraya Paul Krugman, eso incluye el gasto público
contracíclico, que generaba los estímulos necesarios para promover el pleno
empleo. El sabotaje se extiende a medidas estructurales: se ha rechazado el
requisito de que los bancos de inversión funcionaran como sociedades de reciclaje
del riesgo de la actividad financiera. Y acaso más críticamente aún: una mayor
desigualdad socava cualquier noción de que todos andamos junto en el mismo
barco. Mitt Romney puso espectacularmente énfasis en eso cuando se despachó al
47% del país tildándolo de “banda de aprovechados”.
El 1% es responsable del destino
del país y de la decadencia de la clase media. Su fracaso en punto a aceptar
responsabilidades por las consecuencias de las políticas hechas a su favor hace
imposible subvenir a las necesidades del país. Es hora de contraatacar. La
“guerra de clases”, es decir, la resuelta oposición a un curso de
acontecimientos que socava nuestras instituciones, que destruye a nuestras
familias y deshace a nuestras comunidades, está necesariamente en el orden del
día.
June Carbone, La desigualdad revisitada: las líneas del debate científico actual, Sin Permiso, 02/02/2014
June Carbone es catedrática de Derecho
Constitucional y Sociedad en la Universidad de Missouri en la ciudad de Kansas (UMKC).
Es una reconocida experta en derecho familiar, reproducción asistida,
propiedad, medicina legal y bioética. Tiene un amplio curriculum docente en áreas tan diversas como contratos, recursos
jurídicos, instituciones financieras, procedimiento civil y jurisprudencia
feminista. En coautoría con Naomi Cahn, acaba de publicar Marriage Markets: How Inequality is Remaking the American Family
(Oxford: 2014).
Traducción para www.sinpermiso.info:
María Julia Bertomeu
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