maquiavelisme (diccionari Jahanbegloo)
Maquiavel by Eduardo Estrada |
El libro más famoso de Maquiavelo, El príncipe, fue escrito
hace exactamente 500 años, y desde entonces ha inspirado a dirigentes
políticos de todo el mundo. El libro se incluyó en el Índice de
libros prohibidos de 1559 y a su autor le denominaron “El malvado
Maquiavelo”. La ira no se ha disipado con el tiempo. Pero lo que
conviene preguntarse es: ¿Por qué molestarse hoy en leer a Maquiavelo?
¿Por qué leer El príncipe o Los discursos?Una
respuesta fácil es que Maquiavelo es el fundador de la filosofía
política moderna. Otra es que es el primer teórico político de un mundo
desencantado en el que el individuo está solo, sin Dios, sin más motivos
ni propósitos que los que le proporciona su propia subjetividad.
Esto se aproxima tal vez más a nuestras preocupaciones en el mundo
actual. Lo más relevante para nosotros en el pensamiento de Maquiavelo
es no solo su nueva ciencia del arte de gobernar, sino lo que podríamos
llamar el “Maquiavelo antimaquiavélico”. Precisamente ahí es donde
debería comenzar una lectura no maquiavélica de Maquiavelo. Maquiavelo
no era maquiavélico, y los maquiavélicos no son lectores intensos ni
perspicaces de Maquiavelo. Por supuesto, es difícil no juzgar su figura a
través de la obra de una larga línea de comentaristas o atribuirle las
teorías a las que se ha recurrido posteriormente para explicar su
pensamiento. Es esencial descubrir en qué consiste exactamente su genio y
en qué se asemeja su actitud a la nuestra en relación con nuestras
pasiones políticas. Maquiavelo es nuestro, sin duda. Sus palabras no
pasan de largo, ni proceden de otra época y otra cultura. Nos desafía
desde nuestro propio mundo, y ese reto que plantea es total.
En realidad, lo que pone de relieve el análisis de Maquiavelo es la
condición política en sí misma. Si los seres humanos dejaran de ignorar
el papel de la Fortuna en sus asuntos y reconocieran sus limitaciones a
la hora de establecer instituciones políticas y blindarse contra los
caprichos del tiempo y el azar, podrían entrar en la vida política
animados por un espíritu cívico. La política se orienta hacia la acción,
y, para que la acción sea posible, los hombres deben desempeñar su
papel. Es posible empezar de nuevo siempre que los seres humanos actúen
unidos y en política, y esa es la convicción más profunda de Maquiavelo.
Evidentemente, la política así concebida está sujeta a todas las
ambigüedades de la acción política. Hoy, en una época en la que las
ideologías están desacreditadas y la globalización ha provocado el
deshielo de sistemas políticos anquilosados, muchos consideran que la
acción política es una carga desagradable. Otros, a través de ella,
tratan de inculcar en los ciudadanos un sentido unívoco y monolítico del
bien público. Por eso “lo público” está en constante peligro de ser
aplastado por los enemigos de la libertad o por los ciudadanos que se
olvidan de sus responsabilidades. La primera posibilidad es el destino
político de los fundamentalismos religiosos, y la segunda, se puede
ejemplificar en la experiencia occidental de la política
“irresponsable”, desarrollada con arreglo a una definición cada vez más
privada y materialista de la búsqueda de la felicidad.
Lo que distingue a Maquiavelo de los políticos de nuestro tiempo es
que no se presenta al frente de un partido que representa a una clase o
una raza universal ni en nombre de la humanidad. Para él, no existen
criterios por encima de la política. En otras palabras, el pensamiento
político de Maquiavelo, en principio, es hostil a las declaraciones
partidistas, que engañan a cualquier político o ciudadano que se las
tome en serio. Maquiavelo considera que el dato fundamental no está en
la pregunta “¿Quién gobierna?”, sino en “¿Cómo gobierna?”. Cuando un
gobernante funda un régimen totalmente nuevo a mayor gloria de sí mismo,
de paso cree que así prevalecen “la verdadera forma de vida y la
auténtica calma de una ciudad”.
El argumento de Maquiavelo es que las cosas humanas se mueven y, por
tanto, los asuntos humanos sufren altibajos. No se puede evitar el
cambio, pero los hombres deben dedicar su talento político a mantenerse
seguros dentro de él. Sin embargo, añade Maquiavelo, “los hombres no
pueden estar seguros sin el poder”. Por eso sugiere una expansión del
poder humano.
En vez de usar el modelo de los seis gobiernos clásicos para
referirse al ciclo inevitable de bien y mal en la política, Maquiavelo
pide una “república perpetua” como condición para el progreso de toda la
humanidad. Al decir “república perpetua”, se refiere a la expansión del
poder de actuar. Como la naturaleza otorga a los hombres el
conocimiento, pero no la facultad de actuar, los hombres deben actuar
por su cuenta, sin esperar la ayuda ni de Dios ni de la naturaleza. Dios
y la naturaleza no ayudan a los hombres a ejercer el poder, por lo que
no existe ninguna ley natural ni ningún derecho natural que sean el
fundamento de la política. En otras palabras, la doctrina moderna de la
soberanía comienza cuando Maquiavelo se apropia del poder que antes los
hombres ejercían, en teoría, para cumplir la voluntad de Dios.
El Estado, pues, debe ser el dominio de la estabilidad en la caótica
esfera de los cambios naturales y las pasiones humanas. Por eso, a
diferencia de los clásicos, Maquiavelo cree que la política es una
entidad artificial creada por el talento humano. Para comprender este
punto, hay que recordar que la teoría política de Maquiavelo se presenta
como una teoría “laica” y mundana, y su aplicación práctica, además,
entraña una nueva dimensión ontológica. Esa nueva ontología política
inaugurada por Maquiavelo, por tanto, se puede considerar un momento de
transición hacia la modernidad.
Al reflexionar sobre el establecimiento de lo político desde el
horizonte final, Maquiavelo busca la forma de superar los dos límites
teóricos fundamentales de la lógica de lo teológico y lo político: la
falta de una teoría de lo político y que no se basa en una historia de
hechos ocurridos. Maquiavelo vuelve a los paganos, más allá de lo
ontoteológico, para hallar una manera de concebir la historia en función
de una teoría política de los acontecimientos, en la que dichos
acontecimientos se vean como el encuentro entre lo político y el
movimiento real de la sociedad.
No es ninguna exageración decir que, con Maquiavelo, el pensamiento
político europeo alcanza en ciertos aspectos una extraordinaria
emancipación de la autoridad religiosa y la concepción medieval del
hombre. Ahora bien, para liberar su mundo de la tiranía del pasado y del
dominio de los textos medievales, Maquiavelo acude al mundo antiguo.
Más aún, que Maquiavelo consulte a los clásicos no solo representa una
gran aventura intelectual, sino también una forma de igualar tal vez los
logros políticos y las hazañas filosóficas de los tiempos antiguos.
Estas ideas sobre el mundo clásico y el proceso histórico son el
trasfondo filosófico que da auténtica originalidad a la obra de
Maquiavelo. En vista de ellos y de las conclusiones a las que llega
Maquiavelo, resulta todavía más extraordinario que la lectura de sus
escritos nos pueda ayudar a comprender la idea maquiavélica de “entrar
en política” como forma de dejar atrás nuestro maquiavelismo. No podemos
entender el verdadero carácter del pensamiento de Maquiavelo si no nos
liberamos de la influencia del maquiavelismo en nuestra propia historia.
Para hacer justicia hoy a Maquiavelo y entender mejor sus opiniones,
debemos considerarle mucho más que un pensador sobre la razón de Estado.
Si lo hacemos, veremos que su interpretación de la política y su
insistencia en que es autónoma forman la aportación más original a la
historia de las ideas políticas.
Ramin Jahanbegloo, Leer hoy a Maquiavelo, El País, 31/12/2013
Comentaris