text 36: Antonio Diéguez Lucena, Pandemónium pandémico




Nadie pone en duda ya que la pandemia causada por el coronavirus SARS-CoV-2 será un hito histórico comparable al 11S y desencadenará cambios sustanciales en las sociedades que la hayan padecido con más crudeza. Es muy posible que, como algunos anuncian, tenga incluso importantes consecuencias geoestratégicas, situando a China en una posición de mayor liderazgo mundial, y que la economía mundial sufra un impacto del que tardará en recuperarse. No es de extrañar, por tanto, que empiecen a multiplicarse los artículos de analistas políticos, de economistas, de sociólogos, etc. intentando desentrañar algunas de estas consecuencias. Es mucho lo que nos jugamos.
Los filósofos también hemos salido a la palestra, pero en mi opinión con poca fortuna, al menos por el momento. Quizás porque como se suele repetir en estos casos abusando de Hegel, la filosofía es como la lechuza de Minerva, que solo levanta el vuelo al anochecer, cuando los acontecimientos han cesado. Solo entonces se tiene la perspectiva adecuada para que la reflexión sea perdurable y útil. Por ello, no inspiran demasiada confianza las apresuradas notas que los filósofos epocales (en expresión que le robo a un amigo) están redactando a toda prisa, para que se vea que la ocasión no les ha pasado desapercibida. Incluya el lector, si le apetece (y con toda la razón), esta propia nota en esa categoría. En tal caso, quizás mejor callar por ahora. Claro que entonces se dirá qué dónde estaba la filosofía, que tanto había predicado su labor de consuelo y de análisis, cuando se la necesitaba. Se haga, pues, lo que se haga, es dudoso que tenga buena acogida o sea de utilidad. Pero en eso sí que no hay ninguna novedad.
No pretendo descalificar la trayectoria filosófica de nadie por el mero hecho de no haber estado lúcido en un artículo en la prensa, pero me parece sintomático que se digan cosas tan desenfocadas como las que se están leyendo estos días. No es algo, sin embargo, que pueda considerarse excepcional entre los intelectuales de diverso tipo, no solo los filósofos. Es bien conocida la comprensión, cuando no connivencia directa, de algunas de los mejores del siglo XX con los totalitarismos que tanto sufrimiento causaron. Cosas que muchos ciudadanos comunes podían ver con claridad, a ellos se les hacían particularmente neblinosas.

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