La vida no és geomètrica.




La vida no es geométrica. La conciencia carece de forma. Reducir la experiencia de la vida a las matemáticas supone una falta de consideración, hacia la vida y hacia la conciencia. Cabe entonces preguntarse qué puede hacer la neurociencia, cuyo apoyo fundamental es la matemática, respecto a la cuestión de la vida y la conciencia. Einstein, como todos aquellos que se formaron en las matemáticas, creía que había unas leyes inmutables de la naturaleza, algo que por otro lado creen la mayoría de los físicos y que se ha convertido en un dogma de esta ciencia. Es decir, creía que en un universo en evolución donde todo cambia, había algo que no cambiaba: unas leyes escritas en un lenguaje simbólico y que habitaban, por así decirlo, en un cielo matemático. En este sentido seguía a Spinoza y la tradición judía, que hace de los signos entes eternos que, sin cambiar ellos mismos, hacen que todo cambie. Y no deja de ser curioso que el genio y la imaginación de Einstein, que abrieron las puertas a la física cuántica, no pudiera aceptar una de sus consecuencias, el universo abierto, el hecho de que las leyes del mundo puedan cambiar (una evolución radical en la que ese dios simbólico no está hecho, sino que se va haciendo a medida que se hacen sus criaturas). De manera inconsciente, Einstein prefería un mundo acabado, donde la partida ya estaba jugada, aunque no conociéramos su desenlace (sólo Dios lo sabía).

Juan Arnau y Álex Gómez-Marín, La mente en el laboratorio, Claves de Razón Práctica 269, Marzo-Abril 2020

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