La ment és alèrgica al mecanicisme.
Ambos, la magia y la Inteligencia artificial, son buenos espejos para estudiar la cognición humana. La magia es el arte de producir en el espectador la experiencia de una ilusión. La magia hace creer que lo imposible es posible. En el mundo de la magia la ilusión es lo real. Además, no hay magia sin espectador, y este es un aspecto importante para nuestros propósitos. El sujeto que experimenta es el núcleo del fenómeno mágico.
En el experimento diseñado por el neurocientífico se estudia el movimiento de una moneda (aparición, desaparición, multiplicación) en las manos de un mago. Para medir con precisión el movimiento de los dedos del mago durante la rutina se utiliza un algoritmo de visión por ordenador basado en la inteligencia artificial. Para explicarlo brevemente: un humano entrena a la máquina a “ver” un punto de interés en una imagen (en este caso la moneda), y lo hace mostrándole a la máquina dónde se encuentran en unas pocas imágenes. El ordenador entonces “aprende”, “generaliza”, y encuentra su forma de detectar dónde está la moneda en cualquier otra imagen que se le presente. La novedad de nuestra idea fue enseñarle también al ordenador dónde estaba la moneda cuando no era visible. Esto implica transferirle a la máquina algo de nuestra cognición, pues quien entrena a la máquina, no lo olviden, es un humano, que infiere dónde está la moneda cuando no es visible. La máquina señala con un punto de láser rojo dónde “ve” o “cree” que están las monedas. En conclusión: ¿puede el mago “ilusionar” a la máquina? En este punto es conveniente desmitificar la Inteligencia artificial. Las máquinas, propiamente dicho, no ven, sino que detectan. Las máquinas tampoco prestan atención, pues no tienen la libertad para fijarse en una parte de la imagen y no en otra. En resumen, se puede decir que las máquinas no piensan, sólo calculan (que no es poco). La magia que le hacemos a la máquina, nos la hacemos a nosotros mismos, a partir de lo mucho o lo poco que le hayamos enseñado del truco a través de nuestro mundo. Se trata de un complejo y fascinante juego de espejos: “el científico pide al mago que haga un truco al espectador, que a su vez entrena a la máquina para que, ésta, de nuevo ante el mago intente encontrar el truco para que así el científico vea reflejados qué procesos cognitivos del espectador refleja y amplifica la máquina”. Espejos deformantes para entendernos un poco mejor a nosotros mismos. Contra lo que se suele creer, no son los sentidos los que engañan, la que engaña es la mente. Y utilizamos la mente para estudiar la mente. Para conocer la mente hay que ponerla a trabajar. Meditando, imaginando, recordando, empatizando. No sirve desmontarla. La mente no es un trenecito de juguete, es alérgica al mecanicismo. El reto es fascinante: utilizar una mente científica sin que deje de ser una mente participativa. ¿Es posible? La pregunta queda en el aire.
Juan Arnau y Álex Gómez-Marín, La mente en el laboratorio, Claves de Razón Práctica 269, Marzo-Abril 2020
Juan Arnau y Álex Gómez-Marín, La mente en el laboratorio, Claves de Razón Práctica 269, Marzo-Abril 2020
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