text 47: Richard Ford, La vista desde mi ventana





En estos tiempos de plaga… No, suena demasiado dramático. En estos tiempos de aislamiento forzoso, la verdad es que la costa de Maine, donde vivo (tres horas al norte de Boston [en el noreste de EE UU]), parece no haberse inmutado, relativamente hablando. Las tiendas están cerradas, y también los restaurantes, los colegios y la YMCA [Asociación Cristiana de Jóvenes]. Pero la “cuarentena”, en sentido figurado, es la manera que tiene Maine de salir adelante. Esto queda muy al norte, de camino a ninguna parte excepto Canadá. El resto de la gente está allí abajo. La distancia social es nuestra idea de una comunidad estrechamente unida. Robert Frost, nuestro poeta favorito, escribió un poema al respecto. Decía: “Las buenas vallas hacen buenos vecinos”.
Marx afirmaba que el dinero es el gran agente de separación. Y puesto que, para los estadounidenses, el dinero significa más que Dios, se podría decir que hemos moldeado todo un país a base de distanciamientos. Cincuenta pequeños ducados rivales a los que llamamos “Estados”, cada uno de ellos celoso de sus prerrogativas y sus rarezas. Una economía fortalecida históricamente mediante la separación de una raza de gente con el fin de esclavizarla para obtener beneficios de ello. Un género entero —no el mío—apartado de sus idénticos derechos. Y un largo etcétera hasta nuestra actual xenofobia al comercio y… sí… a la enfermedad infecciosa. Los estadounidenses entendemos de separación. La tomamos a la hora de comer. Solo que la llamamos nuestro excepcionalismo. “Yo cuidaré de mí; tú cuida de ti”. Esto es lo que algunos piensan que hará a Estados Unidos grande otra vez. Tampoco este es mi caso.

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