text 30: Guy Standing, Coronavirus, crisis económica y renta básica



Igual que el asesinato del archiduque de Austria en agosto de 1914 fue la chispa que encendió la enfermedad de la Gran Guerra, pero no fue su causa estructural, es posible que la pandemia del coronavirus acabe siendo la chispa que comenzó la crisis económica mundial que se avecina, pese a no ser su causa fundamental. No podemos permitir que los que han configurado o defendido el sistema económico global actual culpen de la crisis económica al virus.
En estas circunstancias, lo primero que hace falta es encontrar formas de proporcionar a nuestras economías y a nosotros mismos mucha más capacidad de resistencia social, económica y política. Los Gobiernos y las instituciones mundiales no deben repetir los errores cometidos tras la crisis financiera de 2007-2008.
Eso significa no caer en la nociva práctica de mezclar políticas de austeridad —el recorte del gasto público en un intento prolongado de reducir los déficits presupuestarios, lo que debilitó los servicios sociales y las infraestructuras e hizo desaparecer bienes comunes— con la llamada expansión cuantitativa, que consistió en que los bancos centrales y el Banco Central Europeo inyectaran cientos de miles de millones de dólares, euros y libras en los mercados. Todo ello enriqueció aún más a los financieros, a costa de un crecimiento más lento y una desigualdad más marcada. Puede que no deseemos el crecimiento económico, por motivos ecológicos, pero lo que desde luego no queremos es más desigualdades.
Por el contrario, los Gobiernos deberían hacer caso omiso de las bolsas de valores y dejar que el sector financiero se ajuste a lo que la mayoría de sus profesionales afirman creer que es, un mercado sin distorsiones ni la intervención directa del Estado. Y, en lugar de ello, deberían proporcionar a la gente corriente los medios para tener más resiliencia. La mejor forma sería garantizar a todos los miembros de nuestras sociedades una seguridad económica básica.
Sería mucho más apropiado aprovechar la situación para introducir un sistema de renta básica, para empezar, al menos, mientras se prolongue la pandemia, que dé a cada residente del país una modesta retribución mensual sin condiciones, como derecho. La cantidad mensual podría ajustarse hacia arriba o hacia abajo dependiendo de la gravedad de la recesión, como estabilizador económico automático, para mantener la demanda agregada y proporcionar más resiliencia a las personas, las familias y las comunidades.
La renta básica podría financiarse igual que se financió la expansión cuantitativa, aunque también debería ir asociada a una nueva serie de impuestos ecológicos, empezando por un impuesto al carbono. Es perfectamente factible.
Además, un sistema de renta básica ayudaría a luchar contra la crisis médica y contra la crisis ecológica que define nuestra época. Permitiría a las personas evitar ir a los lugares de trabajo si consideran que hacerlo sería un riesgo para ellas y sus seres queridos. Facilitaría la creación de un espíritu de descrecimiento, algo que quienes estamos indignados y asustados por el calentamiento global y la amenaza de la extinción de la naturaleza queremos tan desesperadamente. Podríamos aprovechar para bajar la velocidad a la que vivimos y, sin llegar a “aislarnos”, al menos sí pasar más tiempo con nuestras familias y en nuestras comunidades locales.
Serán necesarias otras políticas, por supuesto, incluida la disminución del capitalismo de rentas. Pero los que no se enriquecen con las finanzas y las bolsas deberían ser prioritarios, y no quedar a merced de falsas promesas de que hay que reanimar el crecimiento económico por medios más convencionales porque así acabará “filtrándose” y beneficiando a todos.

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