La construcció de l'objectivitat.



La construcción de la objetividad ha sido la vocación de Occidente en los últimos trescientos años. Los logros son innegables. 

Hay un punto ciego en las ciencias, algo que no podemos ver, por ser parte implicada. Si nos limitamos al caso de las neurociencias, encontramos un conflicto de intereses, que generalmente se ignora o pasa desapercibido. Un sujeto (el científico) estudia otro sujeto (un humano o un ratón) pero hace ver que su sujeto de estudio es un objeto, y además que el propio científico no está presente. La investigación empezó con dos sujetos y, casi sin darnos cuenta, concluye con un objeto. He ahí el truco de magia. 

Ahora se ve más claro el conflicto de intereses al que aludíamos. En primer lugar, está el problema del observador (el científico, el sujeto que experimenta). En segundo lugar, el problema de lo observado (el ratón o el cerebro sobre el que se experimenta). Este problema, el del observador, nos lleva al de la objetividad, que es tan antiguo como la filosofía y que se puede formular así: ¿podemos pronunciarnos sobre la realidad como algo que está “ahí fuera”, independientemente de quien la mira? 

Hace un siglo que los físicos se toparon con este problema. La revolucionaria conclusión fue que la pura objetividad es un mito: El que percibe, el observador, no se puede dejar fuera de la ecuación. 

La ciencia es parte de la vida, no al revés. La objetividad es una construcción entre sujetos (no ponerse una bata blanca y desaparecer como por arte de magia). Y esto nos lleva al segundo problema, el de “lo observado”, que concierne principalmente a las ciencias de la vida (biología) y a las de la mente (neurociencias). Aquí nos encontramos una doble paradoja: Por un lado, la biología estudia la vida como si estuviera muerta. Por el otro, las neurociencias estudian la mente como si fuera un sub-producto, un invitado inesperado a la fiesta de la evolución, un epifenómeno de la materia neuronal. Surgen aquí dos preguntas ineludibles. En primer lugar: ¿podemos entender la vida matándola? Y en segundo lugar: ¿podemos entender la mente descomponiéndola? 

Este hábito (que es casi un vicio) de pensar lo “superior” en términos de lo “inferior” lo hemos heredado de la biología molecular del siglo pasado. Una ciencia cuyo postulado fundamental es que la vida no es más que bio-química. Y, por ende, la mente no puede ser más que electro-química. Pero decir que la vida, la mente o la conciencia no son nada más que un producto de mecanismos moleculares es equivalente a evadirse del problema que la vida misma y la conciencia plantean.

Juan Arnau y Álex Gómez-MarínLa mente en el laboratorio, Claves de Razón Práctica 269, Marzo-Abril 2020


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