text 34: Manuel Arias Maldonado, Pánico en las calles







Ha dicho el filósofo francés Yves Michaud: «La desproporción entre el impacto mediático y la gravedad del hecho es descomunal. En las sociedades hiperprotegidas e hipertecnificadas, la seguridad se convierte a la vez en una obsesión y una ficción». Pero no lo ha dicho ahora, sino hace más de doce años, en relación con aquello que vino a llamarse síndrome de las vacas locas. Es evidente, sin embargo, que sus palabras podrían aplicarse perfectamente a la sociedad española de ahora mismo, sacudida por el contagio del virus del ébola en un hospital de Alcorcón.
Es una vieja certeza que la fabulación del peligro se anticipa a éste, hasta el punto de pasar a formar parte del mismo. Si algo distingue al miedo, es su capacidad para amplificar la amenaza que parece cernerse sobre nosotros, de forma que nuestra percepción del peligro pierde toda relación con su contenido objetivo. De hecho, a veces no existe otro peligro que el imaginado por la víctima, que es, por tanto, víctima de sí misma. En mitad de la noche, oímos un ruido en el salón y nos atenaza momentáneamente el terror ante lo que solamente es el crujido del sofá. ¡Hemos visto tantos telefilmes! Sucede, así, que la representación cultural de una amenaza se encuentra tan consolidada en el imaginario social que su posterior irrupción está marcada por esa aprensión colectiva: la fabulación es social más que individual. Es el caso del ébola, que las sociedades occidentales habían convertido en mitología cultural antes de que hiciese acto de aparición orgánica. El virus ya era una narrativa.

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