Alliberar-nos de la veritat (Vattimo)






"Si debiera elegir entre Jesucristo y la verdad, elegiría a Jesucristo”. Estamos habituados a tomarnos a broma esta frase de un personaje de Dostoievski (Los demonios) como si su paradoja disyuntiva supusiera sólo una irrealidad hipotética. Un poco como cuando nos conmovemos con la experiencia del Abraham llamado, también él paradójicamente, a sacrificar a Isaac. En cambio, desde el punto de vista de la filosofía que ha atravesado toda la historia del pensamiento occidental cristiano, esa frase debe tomarse hoy seriamente y en un sentido mucho más vinculante. Para elegir a Jesucristo, debo dejar perderse la verdad, al menos en el sentido en que este término se ha aplicado en el lenguaje filosófico que hemos heredado de esa misma tradición. No sabemos si Dostoievski tomó como modelo el dicho, atribuido a Aristóteles, amicus Plato sed magis amica veritas [amigo Platón, pero más amiga la verdad], justamente invirtiéndolo con la conciencia de los muchos delitos que se han cometido en la historia de la metafísica, en nombre de la verdad, cuando su valor se impuso más allá de cualquier amistad. Como herederos y víctimas de esta historia, podemos ser cristianos, adherirnos al mensaje de Cristo, sólo si dejamos perderse a la verdad. No es la verdad lo que nos hace libres, es Jesucristo con su mensaje quien precisamente, a través de la historia de la cultura que él ha querido inspirarnos, nos liberó de la verdad. No mostrándonos, de una vez por todas, la verdad eterna distinta de la no verdad, sino haciéndonos imposible, en las condiciones históricas que se dan al final —por ahora— de aquella tradición metafísica, el poder creer todavía en que haya alguna cosa como la verdad en el sentido que la metafísica ha querido conferirle. Es la encarnación, es decir, el hacerse historia del Hijo de Dios, lo que nos libera de la verdad, determinando las condiciones en las que ya no podemos pensar la verdad como dato metafísico, como representación fiel y por lo tanto autorizada del modo en el que están las cosas. Ya que estas son condiciones, ¿son precisamente lo que tenemos bajo nuestros ojos: como un “dato-dado” verdadero? Por supuesto que no, no podemos confundir la condición de posibilidad, es decir, la especificidad de nuestra época, con algo que pueda aparecer como un fenómeno ante nosotros; sería una manera singular de olvidar la lección de Kant. La condición de posibilidad es nuestra propia existencia dentro de un mundo que nos interpela, requiriendo de nosotros no una mera descripción objetiva, sino una respuesta interpretativa, que sólo podemos ofrecer como participantes activos e interesados en el mismo.

Gianni Vattimo, La religión, la filosofía y la verdad, El País 15/02/2020

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